La Sensualidad Del Alma

 

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A veces creo que lo nuestro no es amor, ni deseo, ni consuelo. Es una conversación infinita dejada abierta, como un libro en su página más viva, la más cruel, la más urgente. Y nadie —¡ni tú ni yo!— se atreve a cerrarlo, porque cerrar es matar lo posible. Hoy fue igual, pero distinto. Volvimos al banco que ya no es un banco, ¡es mi altar! porque me contiene como el cuerpo contiene al alma, y el alma, a su vez, contiene el hambre. Él me dijo: —He estado pensando en tu zumbido. Y esa frase, tan trivial, tan mínima, me desgarró más que cualquier flor. Porque hay palabras que no dicen, ¡devoran! Después habló de Rilke, y del dolor que quiere volverse palabra, pero si no lo logra, se pudre en el cuerpo como un eco atrapado en una jaula de carne sellada. Citó: “La palabra, escrita con verdadero dolor, es la que se transforma en amor.” Y yo, desnuda sin estarlo, le dije: —Tal vez por eso te escribo. No por nostalgia, que es sólo ausencia con maquillaje, sino porque el lenguaje era mi única forma de no morir muda. Un puente entre garganta y abismo. Una soga lanzada desde el fondo de mí. Y entonces lo supe. ¡Mi voz ya no era mía! Era mi piel, mi hambre, mi ofrenda. Una forma de tocarte sin tocarte. Una forma de rozar sin invadir. Una manera de decir: Estoy aquí, desnuda, pero intacta. No dijimos nada por un rato. Él miraba un árbol, yo lo miraba a él, y el silencio se convirtió en idioma compartido, en caricia suspendida. Pensé: hay erotismo en la atención. No en el deseo que exige, sino en el que contempla. Mirar con los sentidos despiertos, no para poseer, ¡sino para comprender! No hubo piel, ni dedos, ni aliento. Sólo palabras, como piedras sagradas puestas para cruzar el río sin ahogarse del todo. Y sin embargo, ¡cruzamos! Algo invisible, algo feroz, algo tierno se arriesgó con nosotros. Y ahora caminamos, como dos bestias que aprendieron una lengua sin gramática, pero con sentido. Y por eso escribo. No por nostalgia, ni por dolor. Sino porque hay momentos que deben recordarse con el filo exacto de lo que no ocurrió. La pausa entre dos frases. El crujido de una rama. El peso de su mirada. Y la certeza de que, a veces, lo más profundo no se toca, pero se dice.

UNETE



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