AMARGADO PÁJARO
AMARGADO PÁJARO
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Sófocles, Antígona. -Yo -dijo José Luis apenas nos ajustamos las mochilas y comenzamos a caminar por la Vía Verde- evidentemente no he leído tanto como tú. Desconozco Antígona; pero no deja de llamarme la atención que toda la tragedia resida en enterrar o no a un muerto. Vamos -añadió sonriendo- es de sentido común darle sepultura. Aunque se dice que el sentido común es el menos común de los sentidos. -Sí, tienes razón -le respondí-. Máxime si tienes en cuenta que no sólo Polínices, el hermano de Antígona, queda insepulto sino también todos los guerreros muertos bajo su mandato en tanto asediaban a Tebas. -Los tebanos, pues, tenían la peste asegurada. ¿No se plantea ningún problema higiénico en la obra? -No. La verdad es que no. Sófocles, el autor, se centra en el problema de las leyes. En si un soberano, rey o tirano, puede decretar leyes que vayan en contra de las leyes no escritas, o dimanadas de los dioses. El enterrar a los muertos en este caso. -¡Ah! -exclamó- entonces el conflicto está claro: Antígona, según me explicaste el otro día, defiende las leyes no escritas, y su tío… -Creonte. -Creonte -siguió- las dictadas por él. Que chocan con las de los dioses, ¿es así? -Así es. Además es un problema que debía preocupar a los griegos. Como sabes, después de cada batalla, se firmaba una tregua; eso permitía, a los ejércitos contendientes, recoger a los muertos y darles sepultura. -Igual que ahora: los dejan insepultos allá donde han caído. -El hombre avanza que es una barbaridad. Hay otra obra del mismo autor, de Sófocles, que plantea idéntico problema: Áyax. Es éste un guerrero que lucha contra Troya. El segundo mejor guerrero del ejército aqueo; el primero es Aquiles. Cuando muere Aquiles, Áyax reclama las armas de éste, fabricadas por el dios Hefesto, para sí. Pero Agamenón, el general en jefe de los aqueos, se las entrega a Odiseo. Áyax enloquece por esto, que él juzga una burla, una humillación, y trata de matar a cuantos aqueos puede. Pero Atenea, protectora de Odiseo, lo vuelve loco, y mata a un montón de reses, vacas y carneros, confundiéndolos con los guerreros griegos. -¡Ostras! -exclamó José Luis sorprendido- ¿No aprovechó eso Cervantes para un capítulo de don Quijote? -Así parece. -Pobre hombre. Los pastores lo muelen a palos después de haber matado a no sé cuántas ovejas. Las ha confundido con dos ejércitos. Sus aventuras heroicas acaban siempre mal. ¿Y qué sucede con Áyax? -Cuando recupera la lucidez se da cuenta de que sólo tiene un camino: el suicidio. En vida no iba a poder soportar semejante humillación infligida por Atenea. -¿Se suicida? -preguntó asombrado. -Sí. Y aquí viene, otra vez, el problema de los insepultos: Agamenón, el jefe del ejército, se niega a que se entierre al cadáver de Áyax, pues, en su locura, creía estar matando a los griegos. Es un enemigo, por lo tanto. -Y a los enemigos ni agua. -No. Alguien dice que un muerto no es un enemigo. Es un muerto, y merece todo tipo de consideraciones y todo el respeto del mundo. Tal vez en el Hades no haya guerras ni conflictos. -Tal vez. Esperemos que las almas sean distintas a los míseros cuerpos. -Sí. Esperemos. Si en el Más Allá vivimos puros, somos almas blancas y sin máculas, o pensamiento, también debemos recordar otra frase de la misma obra: el pensamiento es la mayor de las posesiones que los dioses han dado a los hombres. Estamos obligados a utilizarlo bien. -Algún día muy lejano -dijo José Luis sonriendo- o en el Más Allá. Bueno, ¿y cómo termina el cadáver de Áyax? -Cuando se está produciendo la discusión entre Agamenón, que se niega a que sea enterrado, y Teucro, pariente de Áyax, dispuesto a enterrarlo, aparece Odiseo, enemigo declarado de Áyax. Pero en ese momento, como ha sucedido antes ante Atenea, quien lo insta a que se burle de la locura de Áyax, él no lo hace, y surge la filantropía. Odiseo, en consecuencia, ni se ha reído del loco, ni va a permitir que quede insepulto. Pues a todos nos puede suceder lo mismo: caer en la locura, tal vez; y morir, seguro. -Se respetan, por lo tanto, las leyes divinas. -Así es. Es absurdo ir en contra de ellas. Y esto plantea otro problema. Hace un tiempo leí un artículo sobre Antígona. En él se defendía que la obra, en realidad, debería titularse Creonte. Creonte el tirano de Tebas, es hermano de Yocasta, la madre y esposa de Edipo, y tío, en consecuencia, de Antígona. Y quien la condena a muerte por haber enterrado a su hermano Polínices. Pues bien, en este artículo se defendía el protagonismo de Creonte: se enfrenta a Antígona, a su hijo Hemón, prometido de Antígona, la primera y terrible discusión paterno filial, y al adivino Tiresias. A través de estas discusiones, en las cuales también participa el coro, se va dibujando la esencia de una tiranía, la insensatez humana; y que, por desgracia, solo llegamos al conocimiento a través del dolor. -¿Y los libros? -preguntó José Luis socarrón -¿Acaso no sirven? -No importan en este caso. El oráculo de Delfos advirtió, desde tiempos inmemoriales, que somos efímeros. Bien, está bien, un aviso más. Cosas de los abuelos... Pero cuando se muere un allegado, o un buen amigo, se percata uno de que eso, el ser efímero, va en serio. Muy en serio. El dolor, querido amigo, el dolor nos abre los ojos. -Antígona, pues, debe de ser el ser dolorido por antonomasia. -Sí. Así es. Es el amargado pájaro, el pájaro dolorido que ha visto su nido vacío por los golpes del destino, o por una vieja culpa de la que tanto ella como su padre Edipo son inocentes… No teme a la muerte: en su vida ya no caben más desgracias: su padre Edipo, y hermano suyo a la vez, mató a Layo, al abuelo. Se casó con Yocasta, su madre, quien, al enterarse, se suicidó. Edipo, cegado por su propia mano, ha muerto en Colono; y sus hijos, hermanos de Antígona, Eteocles y Polínices, se han matado el uno al otro por hacerse con el trono. Abrumada por el dolor camina hacia la muerte contenta y feliz. No puede soportar más desgracias. En esta tierra no hay sino dolorosos sinsabores. Como decía el poeta, morir es cerrar los ojos y dejar de llorar. -¿Y qué pasa al final con el cadáver de Polínices? Esto parece una novela de detectives. -Creonte, al final, tras las amonestaciones del adivino Tiresias, se decide a enterrarlo. Cuando ya ha estallado la tragedia. Lo va a alcanzar rápidamente a él. Oye gritos provenientes de una cueva cuando está, junto con unos soldados, enterrando el cadáver de su enemigo. Son los gritos de su hijo Hemón: ha quitado la roca de la cueva donde han encerrado a Antígona, la primera enterrada en vida, como Julieta. Antígona, nada dispuesta a morir de hambre, se ha ahorcado con una tira de su vestido. Hemón intenta matar a su padre, cuando acude al oír sus gritos. Hemón y Antígona estaban prometidos. Luego se suicida abrazado a la pobre muchacha. Y a continuación su madre, la esposa de Creonte, hace lo mismo. -Desde luego, vaya tragedia. -La pregunta, ahora, sería si todas estas muertes han servido para algo. -Mira -me dijo limpiándose el sudor- ahí delante hay un área de descanso. ¿Por qué no nos sentamos un rato, bebemos agua, y terminas de contarme la historia? -Sí. Descansemos. Pero la historia ya está contada. Ahora te voy a plantear un problema: Antígona se escribió, o se estrenó, en el año 440 a.C. En el año 406, es decir 34 años después, se produjo la batalla de las Arginusas, una batalla naval. La ganaron los atenienses, pero debido a una tempestad, a un fuerte temporal, no pudieron recoger los cadáveres de los guerreros caídos en combate. Y por eso mismo fueron condenados a muerte los estrategos, los capitanes de la flota. Con el voto en contra de Sócrates. ¿Tenían razón los jueces? -No -respondió rotundo. -Lo malo -sentenció José Luis tras un breve silencio- no es que seamos efímeros sino tan cerrados de mollera. Tan inflexibles y tozudos como una roca. En un sentido o en otro. Lo mismo da. -Eso se lo dice Hemón a su padre Creonte: las cañas débiles, cuando hay una torrentera, se inclinan y dejan pasar las aguas. Pasadas éstas recuperan su esbeltez. Ahora bien, los árboles corpulentos, que tratan de ofrecer resistencia, son abatidos… Sí, hay que ser flexible y no nada orgulloso. -Hoy por mí y mañana por ti. Y para que no se diga que los maestros nos morimos de hambre, hoy te voy a invitar a comer. -Pues pongámonos en marcha que todavía tenemos un buen trecho de camino por delante. -Vamos a ello. Y así seguimos caminando por la Vía Verde. Habíamos salido de Masadas Blancas. Estábamos recorriendo uno de los trayectos que más nos gustaban de aquella famosa ruta. Me encantó el camino y la compañía: pocas personas me escuchaban con la atención que lo hacía mi amigo José Luis.1Sófocles, Antígona, v, 465 y ss. Alianza editorial, Madrid, 2017. Traducción de José María Lucas de Dios.