. Meses antes también conocimos que
había dejado de existir Oscar Zambrano Urdaneta, y si no hubiera sido por la iniciativa
de algunos periodistas y medios independientes, ambas defunciones habrían
pasado sin pena ni gloria (y nunca mejor dicho). Simple y llanamente, el Estado
parece no querer darse por aludido en cuanto a los aportes que hicieron estos
venezolanos a nuestras letras y a nuestra cultura en general. Pero esto no ha
sucedido sólo con estos destacados escritores, en esta última década también ha
ocurrido con la desaparición de historiadores, pintores, músicos, humoristas,
etc., y ni que decir de una buena
cantidad de políticos.
Sería lógico pensar que la actitud asumida por los
personeros del gobierno obedece a la posición política que asumieron estos sobresalientes personajes mientras
vivían. El pensamiento único que se nos trata de imponer parece no perdonar disentimientos,
por lo que en el fondo todos ellos terminan siendo considerados “delincuentes
sin delito”, para utilizar la terminología que usa Hannah Arendt en su texto
sobre el totalitarismo. Los mismos son considerados simples “delincuentes” o “enemigos”,
no por que hicieran algo para ser tales
o merecer ese calificativo, sino porque no han sabido ser amigos manifiestos del
proceso, y eso parece que no se perdona. Sin embargo, se podría ir más allá y decir que su verdadero delito fue
no sucumbir a una ideología totalizadora, no ceder a la tentación de convertirse
en un número más y, en definitiva, reivindicar una identidad individual y
única.
Como Arendt sentenció una vez, este tipo de dominaciones con tendencias
totalitarias terminan promoviendo la extinción de la identidad individual. Pareciera
como que a las personas les estuviera prohibido tener destinos únicos o
diferencias individuales. Como la vida es algo individual y el proyecto que se
nos trata de vender es social y
colectivo, hay un cierto desprecio por la existencia particular. La vida
individual no tiene sentido en la medida
que no se asocia al proceso, más importante incluso que la propia vida, ya que ésta
sólo tiene relevancia cuando que se dedica a su defensa. El individuo, en fin,
sea de la oposición o no, importa poco
en situaciones políticas como las que vivimos, donde sólo la revolución es
importante (y, en última instancia, el ser que la encarna, el que sí no puede
desaparecer porque desaparecería todo). Lo que se resume en aquella famosa frase de
Bakunin: “No deseo ser yo, quiero ser nosotros”.
Una prueba de todo lo que llevamos dicho es que la vida
en las filas del gobierno tampoco parece ser muy valorada, ya que cuando
fallece uno de sus destacados miembros éste también pasa rápidamente al olvido.
No es muy esperanzador saber igualmente que los estratos más populares de
nuestra población prefieren y aprecian más el empleo y la subsistencia que la
vida misma, pues como se expone en el reciente publicado estudio del Centro
Gumilla, la inseguridad ciudadana ya no es su primera preocupación. Es como si
al país entero lo cubriera un manto de “indiferencia cínica y aburrida frente a
la muerte“.
En este reescribir la historia que se nos propone
constantemente, estos destacados ciudadanos a que hacíamos alusión al principio
representan, por tanto, el pasado y “ la
historia oficial” de la que constantemente
se hace burla. Por eso la muerte de un Chocrón ( y por ello su vida ) está al mismo nivel que
la de un político como Morales Bello,
por ejemplo; o la de un Zambrano Urdaneta a la misma altura
que la de un presidente como Luis Herrera. Y así sucede con un Soto, un Manuel Caballero,
un Graterolacho, un Aldemaro Romero, o
que sé yo. Porque yo también he ido
sucumbiendo, poco a poco, a esa amnesia colectiva de la que todos, de alguna u
otra manera, somos presa y gracias a la cual
olvidamos fácilmente la muerte incluso de
algunos que si ser de acá también estuvieron una vez entre nosotros, como León Rozitchner (fallecido
recientemente), a quien, como a muchos
de los citados, le debo una buena
cantidad de las cuatro cosas que sé.