. En este sistema, tanto la oferta como la demanda están marcadas por la lógica del crecimiento, de la profusión, del siempre más, que construye la sociedad de la hiperelección. Encontramos siempre más variantes, más opciones, más personalización en el abanico de marcas. Una renovación cada vez más rápida en moda y en oferta de productos y ocio.
Pero, también, más y más consumo de energía, electricidad, dispositivos electrónicos, viajes, ocio, música, espectáculo, La sociedad del hiperconsumo es una mercantilización exponencial de la experiencia y los estilos de vida. La sociedad del hiperconsumo es la de una de felicidad paradójica. Usamos tres veces más energía que en la década de 1960, pero nadie puede argumentar que seamos tres veces más felices.
Frente a los desafíos del hiperconsumo, es urgente integrar cada vez más los requisitos ecológicos en la vida económica para, seguidamente, ofrecer puntos de referencia a las nuevas generaciones, ideales distintos al consumo, especialmente a través de la cultura y el arte. Tenemos que hacer retroceder las pasiones consumistas con otras pasiones más ricas y diversas. Para Lipovetsky el desarrollo de la globalización y de la sociedad de mercado ha producido en estos años nuevas formas de pobreza, marginación, precarización del trabajo y un considerable aumento de temores e inquietudes de todo tipo. La sociedad hipermoderna no ha supuesto la aniquilación de los valores. Al contrario, el hedonismo ya no estimula tanto, la extrema derecha no ha tomado el poder y el conjunto de la sociedad no ha caído en desviaciones xenófobas y nacionalistas. La dinámica de la individualización personal no ha supuesto que la democracia pierda firmeza o se aleje de sus principios humanistas y plurales. Los derechos humanos siguen constituyendo uno de los principios morales básicos de la democracia. La dinámica del individualismo refuerza, en opinión de Lipovetsky, la identificación con el otro. El culto al bienestar conduce, aunque parezca paradójico, a que los individuos sean más sensibles al sufrimiento.En la arquitectura de La felicidad paradójica, cuyo subtítulo se entra con la aparición de un nuevo arquetipo social, el hiperconsumidor, un ser que ya no desea sólo el bienestar, lo que ahora anhela es armonía, sensación de plenitud, felicidad y sabiduría. Dicho hiperconsumidor es la consecuencia, según Lipovetsky, del desarrollo de las tres etapas a través de las cuales se despliega la sociedad contemporánea. La primera de ellas, comprendida entre 1880 y la Segunda Guerra Mundial, marca el inicio de la sociedad de consumo. Son los años de la producción a gran escala y de la puesta a punto de las máquinas de fabricación continua que producen bienes con vocación de durabilidad.En torno a 1950 es cuando se inicia el nuevo ciclo histórico de las economías de consumo. En esta segunda etapa, la capacidad de producción aumenta tanto que se genera una mutación social que da lugar a la aparición de la sociedad de consumo de masas. Se abren supermercados, centros comerciales, hipermercados y, aunque de naturaleza básicamente fordista, el orden económico se rige ya en buena medida por los principios de la seducción y de lo efímero. En este período se vienen abajo las antiguas resistencias culturales y se expande la sociedad del deseo.En la tercera etapa, la vida de las sociedades desarrolladas no hace sino acumular signos de placer y felicidad. En este estado de cosas la cultura del consumo promete felicidad y evasión de los problemas. La producción de bienes se centra en las personas, como es el caso del teléfono móvil. Las culturas de clase se erosionan, se hacen menos legibles y la pertenencia a un grupo social no determina ya los modos de consumo. Sin embargo y ahí aparece la paradoja anunciada en el título de esta obra el hiperconsumidor se vuelve desconfiado e infiel. Ya no sigue sólo a una marca, ahora entra en internet y compara, analiza, reflexiona y orienta sus deseos hacia lo que más le gratifica.Para su desgracia, el hiperconsumidor se apoya tanto en sus emociones que éstas no acaban nunca de ser satisfechas, y la experiencia de la decepción asoma y amenaza a distintas capas de la sociedad.Jóvenes violentos, ancianos desprotegidos o inmigrantes son colectivos sobre los que el autor reflexiona. Desde este análisis y desde los excesos del hedonismo del capitalismo de consumo, Lipovetsky se atreve a predecir una mutación cultural que ha de revisar la importancia de los goces inmediatos y contener el frenesí consumista.En Los tiempos hipermoderna, Lipovetsky dictaminó el agotamiento del término posmoderno y anunció la «era hipermoderna», diagnóstico de estos años febriles nuestros de hipercapitalismo, hipermercados, hipertelorismo, hipertextualidad, hipersubjetivismo, hiperconsumo, hiperpotencias: la modernidad elevada, para bien y para mal, a grados superlativos.En este contexto de sociedades hipertrofiadas, Lipovetsky traza un retrato complejo del homo consumericus. Y, tras las pantallas rutilantes del mundo del bienestar, el pensador francés esboza la imagen de la felicidad herida. Vivimos simultáneamente esa paradoja. En la sociedad de la distracción, cohabitan las dificultades para manejarnos en la vida con el bienestar que conlleva la democratización de elementos generadores de placer, antes sólo asequibles para unos pocos. Pero el entusiasmo liberador de los 80 ahora se da por sentado, el hedonismo ya no se vive como una utopía a conseguir y la euforia ha dado paso a la ansiedad. Nos preocupa ante todo la salud, lo que vendría a limitar algunos excesos del pasado. Por otro lado, las estadísticas demuestran que la sexualidad (pese a la proliferación de pantallas-porno) es bastante menos satisfactoria de lo que habíamos imaginado hace dos décadas.