. También es algo que comparten con los pescadores de cañas, la falta de ruidos hace que la pesca sea tranquila, rodeados de montañas y valles, no solo que sea relajante, también hace que se pesque mejor. Es, en ese silencio inquebrantable cuando hincamos la rodilla para reconciliarnos con el hacedor. Creo que la mejor virtud del ser humano, era el silencio, una batalla que perdió en los albores del tiempo, dando paso a la entropía. Ese mismo propósito sacerdotal, cumplen los grandes gigantes de nuestro tiempo, los rascacielos, inmensas torres de cristal, que invitan al recogimiento y a la reflexión. Una escalera al cielo ante el ruido que hay en el asfalto.
La Escalera de Jacob no es más que el nombre con el que se conoce a la misteriosa escalera que aparece en un sueño del patriarca bíblico Jacob. Pero esta escalera ha acabado siendo sustituida por los grandes rascacielos, que a la vez son también un símbolo, un nuevo vínculo entre la tierra y el cielo, y muy posiblemente, el embarque hacia ese silencio inalterable y santificado, que de manera disruptiva tenemos en esta era de ruido que, parece, se hace inevitable. Al igual que el escritor y explorador noruego, Erling Kagge yo encuentro el silencio en la vida cotidiana. Aunque, mientras el aventurero noruego autor del best-seller "Silencio en la era del ruído" encontró ese silencio catártico caminando en solitario por la Antártida, yo, sin irme tan lejos y aunque, parezca increíble, lo encuentro en una urbe, en mi caso en la ciudad de Manhattan.
En mi breve estancia en Nueva York durante la Semana Santa, pude disponer de ese espacio silencioso que otorga el Central Park en un atardecer de primavera. Ya podía observar cómo empezaban a brotar las hojas de los árboles, y las pequeñas bandas instrumentales callejeras, y en medio de toda esta floración, estaba yo, tomándome tranquilamente un cafe latte, bien caliente en un restaurante con sabor australiano. Eso sí, ante mí, se erguía el imponente Steinway Tower, la denominada "escalera al cielo" el rascacielos más delgado del mundo, una aguja que se alza a 438 metros de alto y que pretende homenajear a las primeras "torres lápiz" de los años setenta. Toda una obra de ingeniería, y claro, ante tal monstruosa belleza, la reverencia es imprescindible, aunque sea simplemente una sinuosa inclinación, más mental que física. Es inevitable pensar en el costo, más de dos mil millones de dólares. La humildad de los constructores no es su fuerte, tampoco la de los apartamentos que lo albergan, que pretenden establecer un "nuevo estándar de lujo" para una élite bien sugerente. Pero este no es el caso.Entre los silencios abruptos de mi imaginación y mi soliloquio, conseguí aunar la fuerza cabalística suficiente, para abrazar ese silencio del que habla Tomas Moro en su libro La tristeza de Cristo, y aunque el propio Moro fue ejecutado por "silencio malicioso", negándose a reconocer a Enrique VIII como la cabeza de la Iglesia en Inglaterra y su unión adúltera con Ana Bolena, yo reconozco sin ambages la majestuosidad de estos rascacielos que claman al cielo en medio de tanto ruido y apocalipsis callejero. ! Dios me libre de perder la cabeza ¡En su libro, Moro, argumenta que los hombres tienen una amplia energía para hacer el mal y deben ser empujados y empujados para hacer el bien. Algo que nos demuestra nuestra situación actual en el panorama mundial, y no solo por la guerra en Ucrania. Kant escribió: “Se encuentran muchos gérmenes en la humanidad; y a nosotros toca desarrollarlos, desplegar nuestras disposiciones naturales y hacer que el hombre alcance su destino”. Tal vez estos lápices de cristal, nos muestren el destino del hombre, y nos empujen a hacer el bien, y estas nuevas escaleras de Jacob, sean únicamente eso, un medio de comunicación más directo hacia el pretendido silencio.Vivimos en una época donde el silencio representa un lujo, al igual que vivir en uno de esos apartamentos de Steinway, pero, todos somos responsables de encontrar ese silencio para neutralizar todo aquello que nos perturba si queremos ser mejores personas. Y aunque parece que los cuatro jinetes del apocalipsis han emprendido ese viaje profano y sacrílego, digo como Martin Heidegger "El mundo desaparece cuando te fundes con el", y eso fue lo que me pasó en la ciudad de Manhattan. Aunque yo prefiera las acogedoras, rústicas y cálidas casas irlandesas.Gracias a ello a veces soy como el poeta William Blake, dice Erling Kagge incapaz de distinguir la eternidad de un instante», refiriéndose a un precioso verso de Augurios de inocencia que dice así: «Para ver un mundo en un grano de arena y un cielo en una flor silvestre, abarca el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora». Arthur Charlan 20/04/2022