. De esta manera, el mercado, terreno donde fundamentalmente opera, ha pasado a ser el que impone el ritmo de la existencia colectiva, pero, con independencia del funcionamiento de las relaciones de mercantiles por las que se rige, no hay que ignorar el papel de las personas que intervienen de alguna manera en ella y a esos personajes significativos, que ejercen de conductores. De ahí, que la referencia a la sociedad actual, sin perjuicio de la actividad consumidora que la define, en la que de alguna manera están comprometidos sus miembros, pasa necesariamente por el estado de las relaciones de ambos componentes, claramente diferenciados. En este plano, hay que hablar de individuos irrelevantes, vistos en términos de masas, y de los relevantes, instalados en el sistema social como minoría rectora o elite. Igualmente conviene adelantar que, lejos de reconocerse en su categoría de colectivo igualitario, la sociedad se ha venido definiendo, al menos, desde la dimensión política, en términos de distinción, caracterizados por la sumisión de la mayoría a una minoría conductora. El argumento diferencial no es otro que el establecido por el elitismo, como fórmula ideológíca de acomodación a la racionalidad de la fuerza dominante en cada momento histórico, representada por una minoría a la que se reconoce investida de poder.
Esa minoría, que se ha impuesto socialmente invocando argumentos de fuerza, establece las líneas de actuación general y marca la trayectoria a seguir en las distintas etapas sociales. La fuerza soporte, aunque generalmente se haya basado en la irracionalidad de la violencia, siempre ha tratado de invocar argumentos de legitimidad social para justificar el estado de dominación de la minoría representativa sobre la mayoría. Concluida la etapa de la estirpe de los guerreros, caracterizada por empleo de la fuerza de las armas, reservada a unos pocos, la fuerza de los mercaderes ha tomado su lugar, abriendo las puertas a otra minoría que controla el interés. La nueva fuerza dirigente está representada por el empresariado del dinero, encargado de alimentar el desarrollo del capitalismo y conducir la sociedad de mercado. Ya en el plano político u organizativo, se instala en el poder otra elite de figurantes, producto de la partitocracia, delegada de la fuerza económica, revalidada por el voto de las masas. A diferencia de épocas pasadas, el elitismo, como pieza fundamental en el panorama político rector del sistema, al amparo de la nueva realidad, conducida por la ideología del sistema capitalista, no es tan excluyente, con lo que la distinción elite-masas reclama un acercamiento, cuanto menos aparente. Tal aproximación responde a la consolidación de la sociedad consumista y a la democracia representativa, como manifestaciones de la última realidad social promovida por la nueva ideología, que hace necesario ese acercamiento entre ambas. El argumento central de la aproximación es fundamentalmente comercial, ya que la cercanía de la elites a las masas vende mejor en el mercado. Razón por la que el propio sistema organizativo, afectado por la influencia del marketing comercial y político, concluya en una democracia para el consumo. Aunque sea obligada la referencia actual al elitismo conductor, tal modelo de democracia apunta en la dirección de que las elites ya no sean tan selectas y solo se definan como gobernantes temporales; mientras que las masas, resulta que han superado la condición de masa para definirse en términos de consumidores y votantes. Pese a ese sentimiento de proximidad social, forzado por las nuevas circunstancias, en cuanto a la cercanía de la minoría rectora a las masas dirigidas, el elitismo en realidad no declina, se instala en las instituciones y se refleja en los peones políticos, seguidores de los intereses de la elite empresarial, que solamente busca acumular capital, riqueza y poder. Oculta en la trastienda, la inteligencia del poder económico, que emana de la superelite, mueve los hilos a todos los niveles. En este panorama de sumisión, las masas simplemente cumplen con la función asignada en el sistema. Si una sociedad se define como elitista, en cuanto que es conducida por una minoría dominante, siempre acecha el riesgo de que sea totalizada por esta, si las masas son incapaces de ponerla límites. El totalitarismo había venido siendo entendido exclusivamente como una cuestión de orden político excluyente, y lo sigue siendo, pero hay un matiz sustancial en el nuevo planteamiento. Asociado doctrinalmente a la violencia, ha cambiado su método de manifestación, ya no es coacción y represión pura, sino manipulación de mercado con efectos alienantes. A la violencia física ha seguido la violencia económica, como nueva fórmula magistral para doblegar voluntades. Sus fieles practicantes, es decir, el empresariado, como organización de empresas, teóricamente apartado del poder político, pero dirigiéndolo al margen de las instituciones, ha venido avanzando para imponer una sociedad fiel al capitalismo y entregada ciegamente al consumo. De ahí su consideración de sociedad en la que, por consenso de sus integrantes, explicitado al participar en el proceso, las actividades sociales se encauzan a través de las relaciones de mercado, con independencia de cualquier otra consideración. En el fondo, como todo totalitarismo, aspira, y de hecho lo consigue, a dominar todos los aspectos de la vida de las personas, dirigiéndolas en la dirección de sus particulares intereses, haciendo uso del poder económico y político del que dispone, convirtiendo a la sociedad y a sus integrantes en siervos del sistema, a través de la creencia en las virtudes del capitalismo y sus beneficiosos efectos en orden al bienestar material, alcanzado a través del consumo incontrolado. Publicita que a mayor consumo, corresponde mayor bienestar, hasta el extremo de que el consumismo impregna nuestra vida y nos consume cada vez más. El proceso de creciente consumo no queda ahí, el capitalismo ha ido elevando de nivel sus posiciones iniciales, haciendo de él, no solamente un proceso económico sino también una exigencia social y cultural. En definitiva, ha hecho del consumo, elevado a la categoría de consumismo, medio para destruir la individualidad, argumento de poder para quien lo controla e instrumento de alienación. Si a este poder no hay fuerza capaz de ponerle límites, conduce inevitablemente al totalitarismo. Asimismo, esa ideología del capital, pura creencia en el bienestar personal, pasó de ser un proyecto local a universalizarse, por lo que su nivel de intensidad es ya incontrolable. Hay una minoría rectora en la práctica del totalitarismo, que no precisa ser exclusivamente política, basta con que disponga de poder suficiente para dirigir a las masas, y esto sucede con el totalitarismo capitalista, manejado por la superelite económica. Esta minoría, que controla todo, desde la fuerza del dinero, es la discreta elite del poder dominante, no visible a los ojos de la mayoría, pero con poder suficiente para dirigir el mundo. El arma utilizada para la dominar a las masas consiste en alimentar al máximo su vocación consumista, alentándolas a través de la doctrina capitalista, hasta tal punto que ahora las personas han pasado a ser consumistas o simples creyentes en las bondades comercializables. Los individuos están afectados por lo que podría entenderse como una patología mental, diseñada por el empresariado para alienar a las personas y entregarlas plenamente a los dictados del mercado. Sus instrumentos publicitarios, además de la propaganda oficial de los gobiernos, son las empresas mediáticas, auxiliadas por las tecnologías de la información, la comunicación y la difusión, dependientes del mercado y fieles seguidoras de sus consignas. Al ostentar el monopolio de la difusión, dan forma y amplifican las verdades oficiales y las inyectan en la doctrina para reforzarla y trasladarla a las masas, aprovechando la eficacia de las imágenes. De manera, que el panorama social está impregnado de creencias suministradas por los medios de difusión, siguiendo el mandato de los superiores jerárquicos, y en cuanto a la otra realidad no prefabricada, es como si no existiera, porque si se opone a los intereses del momento, simplemente se enmascara o se silencia. En la sociedad de mercado, como modelo representativo de la vanguardia social seguidora de la doctrina capitalista en las sociedades avanzadas, patrocinada económica y políticamente por elites dirigentes, la individualidad autónoma ha desaparecido de la escena siguiendo un calculado proceso de alienación. Sustituida por la individualidad de mercado integrada en la masa, solo queda a la vista un panorama de masas fieles que se mueven en términos consumistas, impregnadas de hedonismo, alimentado por la idolatría, el fetichismo y el narcisismo, guiados por las consignas doctrinales mercantiles y la democracia al uso. Tales actitudes son incentivadas por grupos de intereses diversos, patrocinados por minorías privilegiadas del empresariado y la política, ocupados en conducir a la mayoría a sus respectivos terrenos, utilizando argumentos de control afines a sus respectivos intereses, facilitando el trabajo a la gran elite del poder económico, que fija las normas por las que se rige el sistema en cada momento. Al final solo queda, desde la perspectiva elitista dominante, una masa desvalida, dispuesta para ser conducida al cercado y sacar provecho de su valor mercantil. Así pues, era inevitable llegar al estado de consumismo generalizado. Ese estado en el que ha desembocado la sociedad avanzada, hoy sociedad de mercado, concebida bajo ese término por un sistema capitalista, que abre las puertas a un totalitarismo de nuevo cuño, donde los individuos son simples marionetas comerciales y las masas un conjunto de personas, sedadas por el efecto mercancía, sin futuro de autonomía personal. Para ello han destruido, primero, la individualidad y, luego, la sociedad autónoma, que ha pasado a ser vasalla de los intereses del mercado. De esta manera, la que se debiera manifestarse prioritariamente a través de la voluntad general, se entrega a la dictadura del mercado, porque ha sido en gran parte silenciada y lo que queda de su expresión se somete a los intereses de esos grupos que pululan en ella con ansias de poder. Como promotoras de este proceso de destrucción de valores, las elites políticas y económicas cumplen con su papel de conductoras del rebaño, llevándolo al terreno del totalitarismo económico que promueve el sistema capitalista. Factor a destacar es que, en interés del mercado que lo nutre, se ha elevado el bienestar natural a simple hedonismo destructivo de la personalidad, dirigiéndola hacia el consumismo, en un proceso orquestado en última instancia por la superelite del poder capitalista.Antonio Lorca Siero