Antes de que cuente diez

Y a los buenos días, gentecilla de las redes. El otro día (periodo de tiempo comprendido entre 1985 y ayer), hablaba con dos de mis pacientes del miedo a la muerte. Y descubrí que era más común de lo que pensaba; sobre todo, cuando eres niño. Imagino que la obsesión por el tiempo y la conservación de la juventud es el vestigio que nos queda después, cuando vamos aprendiendo a conformarnos. Decía una de ellas que quizás ese miedo venía de la forma tan fea en que afrontamos la muerte, pero yo me pregunto: ¿hay un modo bonito de enmascarar el hecho de no volver a ver alguien nunca más? En fin, muerte aparte, que no quería yo tirar por ahí, hablemos del tiempo; pero no como se habla en los ascensores (o se hablaba, antes de la histeria de no respirar cerquita, gracias), sino de nuestro tiempo, de cómo va pasando la vida. Veamos <<Antes de que cuente diez>>, de Fito&Fitipaldis.

 

. El otro día (periodo de tiempo comprendido entre 1985 y ayer), hablaba con dos de mis pacientes del miedo a la muerte. Y descubrí que era más común de lo que pensaba; sobre todo, cuando eres niño. Imagino que la obsesión por el tiempo y la conservación de la juventud es el vestigio que nos queda después, cuando vamos aprendiendo a conformarnos. Decía una de ellas que quizás ese miedo venía de la forma tan fea en que afrontamos la muerte, pero yo me pregunto: ¿hay un modo bonito de enmascarar el hecho de no volver a ver alguien nunca más? En fin, muerte aparte, que no quería yo tirar por ahí, hablemos del tiempo; pero no como se habla en los ascensores (o se hablaba, antes de la histeria de no respirar cerquita, gracias), sino de nuestro tiempo, de cómo va pasando la vida. Veamos <<Antes de que cuente diez>>, de Fito&Fitipaldis.
 

Puedo escribir y no disimular,

es la ventaja de irse haciendo viejo;

no tengo nada para impresionar

ni por fuera ni por dentro.

 

La noche en vela va cruzando el mar,

porque los sueños viajan con el viento

y, en mi ventana, sopla en el cristal.

Mira a ver si estoy despierto.

 

 

Me perdí en un cruce de palabras,

me anotaron mal la dirección;

ya grabé mi nombre en una bala,

ya probé la carne de cañón.

Ya lo tengo todo controlado…

Y alguien dijo: no, no, no, no, no;

que, ahora, viene el viento de otro lado,

déjame el timón.

Y alguien dijo: no, no, no.

 

 

Lo que me llevará al final

serán mis pasos, no el camino.

¿No ves que siempre vas detrás

cuando persigues al destino?

 

Siempre es la mano y no el puñal,

nunca es lo que pudo haber sido;

no es porque digas la verdad,

es porque nunca me has mentido.

 

 

No voy a sentirme mal

si algo no me sale bien,

he aprendido a derrapar

y a chocar con la pared.

Que la vida se nos va

como el humo de ese tren,

como un beso en un portal;

antes de que cuente diez.

 

 

Y no volveré a sentirme extraño,

aunque no me llegue a conocer;

y no volveré a quererte tanto

y no volveré a dejarte de querer.

 

Dejé de volar, me hundí en el barro;

y, entre tanto barro, me encontré

algo de calor sin tus abrazos.

Ahora sé que nunca volveré.

 

 

Vayamos por partes… Lo de escribir y no disimular… Bueno. No es cuestión de vender algo que no somos ni de contentar a los demás; pero creo que, con la edad, nos volvemos más comedidos por una simple cuestión de convivencia. Y eso no solo no está mal, sino que es bastante cómodo. Porque, si bien no debemos traicionarnos a nosotros mismos, sí que podemos seleccionar bien nuestras batallas y no meternos en aquellas de las que es imposible salir airoso y que, por ende, nos van a provocar un malestar prescindible. Vamos, lo que viene siendo el mítico <<sí, guana>> de toda la vida. Lo tengo comprobadísimo, ¿eh? La clave de la felicidad es hablar poco y hacer lo que a uno le sale del alma.

La parte de los sueños y el mar, si me permitís (y si no, también), voy a hacer como que no la he leído. Ahí se ve que acababa de hacer efecto lo que fuera y nos vinimos arriba.

Sin embargo, me encanta la siguiente estrofa. La cantidad de tiempo que perdemos escuchando a quien no pinta nada y sabe menos aún, y dando explicaciones que nunca sirven para nada bueno; y, aun así, si eres medio espabilado, te da tiempo a vivir. Incluso hay momentos en los que uno fantasea con haber entendido la vida. Pero no pasa nada, luego ella nos manda la bola cruzada y nos recuerda que gastemos cuidaico, que no somos pa tanto.

Después, lo siguiente tiene miga… <<Lo que me llevará al final serán mis pasos, no el camino>>. Exacto, porque el camino está ahí y es más o menos parecido para muchos; pero luego influyen el clima, el ritmo, la zancada, la resistencia y la suerte; por más coraje (rabia en el resto del mundo) que les dé a los súper fans del destino. Y ya, cuando dice eso de que siempre vas detrás… ¡Y sí! Es imposible ganarle la partida al tiempo.

Que siempre es la mano y no el puñal es algo que me gasto la boca diciendo. Por ejemplo, cuando escuchas al típico iluminado echar la culpa de esta sociedad absurda a las redes sociales. No, señor, los avances son para avanzar; pero somos tan sumamente torpes que siempre encontramos una forma de complicarnos la vida con todo aquello que fue concebido para facilitárnosla.

Y lo de <<no es porque digas la verdad…>>. También es algo que yo frecuento mucho; sobre todo, en su variante <<no es más bueno el que te ayuda, sino el que no te molesta>>. ¿Por qué tenemos siempre esa necesidad de intervenir en todo? Y, no os engañéis, no es altruismo ni bondad, es necesidad de sentirse importante o sabio; y da una pereza...

Está muy bien el hecho de no sentirse mal por los fallos o las carencias. Es algo que me está costando bastante aprender. Y supongo que a todos los que nos han educado en términos absolutos, como si tuviéramos Asperger. Que la mentira, si evita un daño mayor, no es mala, señores. Y los errores, si no causan un daño irreparable, también son parte de la vida. Cuidado con el sentido del ridículo y la exigencia extrema. Pero tampoco nos pasemos al lado opuesto, siguen siendo errores, no virtudes, solo que tenemos derecho a cometerlos.

<<Que la vida se nos va…>>, dice. Y tanto que sí… Treinta y siete castañas que me caen en mayo. ¿Cómo puede ser? Si hace cinco minutos (otra unidad de tiempo que yo utilizo con frecuencia para referirme a periodos que no me parecen lo suficientemente largos) tenía veinticuatro. ¿Alguien ha visto mis últimos diez años? Estaban aquí ahora mismo. Tuvo gracia mi madre el otro día; dos veces, de hecho, pero las dos relacionadas con el tiempo. Primero, compartió conmigo una gran enseñanza, que ahora yo quiero transmitiros a vosotros. Me dijo que una sabe que se ha hecho mayor cuando tiene que apoyarse en algún sitio (o, en su defecto, veinte veces el pie en el suelo) para ponerse las bragas; imagino que será aplicable a hombres también (hacedlo con cuidado si lo probáis en casa). Yo lo que sé es que estuve riéndome un rato y luego, cuando volví a mi humilde morada, comprobé con placer que aún soy joven. Después de esa sentencia tan cómica como demoledora, se puso seria y me dijo: <<pero, sobre todo, he sabido que soy mayor al ser consciente de la edad que tienes tú>>. Y eso, ves tú, ya no me hizo tanta gracia… Porque, además, lo pensé al revés y, aunque sigue (y seguirá) siendo más joven que las madres de toda la gente de mi alrededor, ya no lo es tanto, y eso me pone triste.

Aceptarnos más y estudiarnos menos, o quizás, ambas cosas pero en su justa medida; no querer tan fuerte pero sí más de continuo (no me quieras tanto, quiéreme bien); aprender a integrar las derrotas y a ver algo de luz en cada sombra; y, sobre todo, pero muy sobre todo, entender que el tiempo pasa, pero entenderlo como un empujón para no malgastarlo sufriendo y partiéndonos los cuernos intentando evitar que no se vaya, en lugar de aprovechar el que sea que nos quede.

Buenos y concienciadores días.

Publicado el 31 de marzo de 2022

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