En este mundo hay
diferentes formas y maneras de expresar el aprendizaje, podemos
apoyar unas u otras, podemos ser férreos defensores de una
relegación absoluta de la responsabilidad al profesorado, o bien,
podemos hacer lo mismo con el alumno.
Por supuesto, siempre se
puede buscar un equilibrio, no olvidar jamás ninguna de las dos
figuras e ir alternando cumbres de poder entre ambas partes.
Aquí, sin embargo,
vamos a hablar de que el alumno tenga una mayor importancia y sea la
figura de más peso en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Me he
declinado por este tipo de aprendizaje, porque, velis nolis,
es el que aparecerá con más fuerza a lo largo de nuestra vida,
porque cuando en la sociedad se nos considere adultos, no vamos a
tener un profesor persiguiéndonos a la vez que nos da pautas para ir
por el buen camino.
Desde un punto de vista
racional, una mayor responsabilidad y actuación del alumnado en el
aula y en todo su proceso de aprendizaje es -a mi parecer- necesaria,
es interesante una mayor importancia del alumno en el mundo
educativo, que no solo sea el centro de todo, sino que además pueda
manipular, como centro que es, lo que le rodea. Que pueda aprender
por si mismo, investigando y descubriendo, sin una figura fuerte del
maestro, que a lo sumo se dedique a guiar ese descubrimiento. Una
educación sin normas, sin pautas, pero también sin límites, en el
bueno y en el mal sentido.
Por un lado, no estar
acotado podría hacer que el niño se salga de la parcela de estudio
y que, por el motivo que sea, éste ya no la vuelva a encontrar, que
aprenda sin disciplinas -que son más importantes de lo que creemos-
y sin mesura -qué diría Aristóteles si levantara la cabeza-. Una
educación si delimitaciones, además, es en parte desmotivadora, no
supone ningún reto para el niño, puede hacer lo que quiera, como
quiera y cuando quiera, es el camino más fácil. No sólo eso,
cuando un niño trabaja con acotaciones se centra más en aquello que
esta haciendo, trata de no infringir las normas y lo repasa diversas
veces para cerciorarse de que no se ha saltado ninguna delimitación.
Por otro lado, tener
límites o como diría un verdadero estadounidense, defender
que el límite es el cielo, permite
que el alumno se desarrolle, no sólo hasta lugares insospechados,
sino también, a una velocidad estratosférica, pero para ello ha de
pasar por un árduo proceso. Para llegar a poder autogestionarse -y,
por tanto, autogobernarse- cada alumno ha de poder entender las
raíces de esta enseñanza, los secretos que enmascara, la esencia de
la misma. Cada aprendiz ha de comprender que esta en su mano
todo aquello que aprenda, que no depende de nadie más que de si
mismo, el futuro de la humanidad esta en nuestras manos sería
nuestra frase debido a que si cada uno nos controlamos y decidimos
quiénes somos, qué aprendemos, cuándo y a que rítmo, nuestro
futuro, el de cada uno -y, por consiguiente el de la humanidad- esta
total e indudablemente en nuestras manos -bueno, y en nuestras
cabezas y en las ganas que tengamos de trabajar-.
Es
cierto que en el aula los docentes se quejan constantemente de que no
hay lugar para este tipo de aprendizajes, debido a que llevan
demasiado tiempo. ¿Realmente es así? ¿de que tipo de tiempo
hablan? Estoy seguro que se refieren al período escolar, ¿tan
importante es este período? ¿no podrían los niños terminar lo que
han empezado en verano, cuando todos descansan?
Es
interesante tener en cuenta que una vez formemos- o mejor dicho,
ayudemos a formar- un alumno autosuficiente y con ganas de aprender,
dará igual que tenga o no clases, dará igual que haya una
evaluación detrás de todo esto, de terminar la formación como
soñamos todos, de ser el alumno como es la teoría sobre el papel,
no habría falta de tiempo, debido que a -de tener dieciséis temas
el libro- podríamos evaluar diez temas durante el curso y fuera del
horario de clases o en el mismo verano, sin decirles nada, ellos
podrían acabar de investigar, comprender y asimilar los otros seis
apartados o bloques.
Esta
claro que la teoría y la praxis -luego,
no sólo práctica, sino realidad y experiencia- nunca terminan el
camino que empezaron de la mano, cogidos, se separan en algún
momento.
Pero
lo que si es cierto es que existen aprendices que no necesitan que
nadie les evalúe, que no requieren de ninguna motivación externa a
la de satisfacer su curiosidad, que no les hace falta nada más que
el saber, que todo lo
que necesitan es llenar su pozo un poco más. Esto es un hecho, es
una realidad innegable, existen -y muchas, aunque no tantas como me
gustaría- personas que son así, que llevados por ese afán de
aprender, investigan, preguntan y dudan, buscan las respuestas donde
sea y no es tan extraño que eso lo hagan un martes a las dos de la
madrugada o un sábado por la tarde.
¿Podemos
entonces formar niños así? Que alguien me diga por qué no, ¿que
el camino será azaroso? claro, y largo y pesado también, además no
todas las personas aprendemos mejor de este modo y algunas escogerán
otro camino.
Una
vez el niño -como el adulto- consiga quitarse la presión de ser
sometido a exámenes y pueda investigar libremente, pueda buscar
acerca de aquello que le gusta o le inquieta, la velocidad de
aprendizaje es de vértigo. Lo mejor no es esto, sino que esta forma
de conocer las cosas no tiene horario, no esta sujeta a nada, se
aprende cuando se desea aprender, pero es que el pensamiento mismo no
tiene tampoco horario y hasta la fecha no he visto a nadie
escandalizarse por ponerse a pensar
antes o después del trabajo. Además, segun reza la afirmación
somos seres en contínuo aprendizaje,
si somos así, ¿por qué nos encaprichamos en ir en contra de la
naturaleza? Si el aprender no tiene hora ni edad, ¿por qué
inculcamos a nuestros niños todo lo contrario limitando sus horas de
trabajo y aprendizaje como si fueran parte de un horario escolar?
Dejemos
que por una vez la teoría y la realidad esten unidas, dejemos que el
instinto del aprendizaje -por decirlo de alguna manera- vaya de la
mano, de principio a fin, con el aprendizaje en las escuelas.