Si en otros textos, como Ladrilleros, el estilo de Selva Almada recordaba al de Onetti o al de Faulkner, en El viento que arrasa, su primera novela, uno no puede evitar pensar en Flannery O’Connor o en Carson McCullers. O en Steinbeck. O en Cormac McCarthy. Así de evocador es el libro.