Reseña "El viento que arrasa" Selva Almada

Si en otros textos, como Ladrilleros, el estilo de Selva Almada recordaba al de Onetti o al de Faulkner, en El viento que arrasa, su primera novela, uno no puede evitar pensar en Flannery O’Connor o en Carson McCullers. O en Steinbeck. O en Cormac McCarthy. Así de evocador es el libro.

 

. O en Steinbeck. O en Cormac McCarthy. Así de evocador es el libro.
Almada debutó con esta novela de corte sureño norteamericano que tiene lugar en la provincia argentina del Chaco. Y digo norteamericano por el estilo, la trama y también por los personajes. Al cabo, los protagonistas son el gringo Brauer y el reverendo Pearson.

La novela, de estilo sobrio y sereno, cargada de palabras y expresiones argentinas (chango, pija, rengo, conscripción, clavar la guampa), está escrita en una tercera persona propia de un narrador omnisciente que mezcla el presente para la historia más inmediata con el pasado para los acontecimientos que complementan la trama principal.

Los protagonistas son cuatro: el gringo y Tapioca, el chico a su cargo, y el reverendo y su hija, Leni. Los dos primeros arreglan el coche estropeado de los dos últimos. Dos hombres, dos hijos, un taller.

Y, sin embargo, no se trata de una novela de situación. Nos encontramos ante lo que en términos cinematográficos se conoce como una road movie. La historia del viaje del reverendo y su hija que cruzan el país.

Los hombres que protagonizan la trama entran en conflicto. Para el gringo la religión es una manera de desentenderse de las responsabilidades, de las cosas de todos los días. Para el gringo, uno es dueño de su destino. El reverendo, en cambio, es un hombre de fe, un proselitista.

Leni, por su parte, solo quiere huir, alejarse de un mundo que considera opresivo, mientras que Tapioca siente una voz en su interior, una fuerza que pugna por manifestarse.

A veces, pocas, uno lee algo que le colma y se dice: “cuánto me hubiera gustado haber escrito yo esto”. Me ocurrió con el capítulo dieciocho que es en sí mimo un relato corto.

Almada tiene la virtud adicional de plantearnos otra novela no escrita, sólo en parte esbozada y en parte intuida, que narra las historias de las madres. La de Tapioca y la de Leni.

La novela es corta, ciento cincuenta páginas de letra grande, y se lee rápido. Obtuvo el premio First Book Award en el Festival Internacional del Libro de Edimburgo. Por algo sería.

Reseña realizada por Pedro Blanco.

UNETE



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