La nueva ideología del capitalismo

 

. En la perspectiva global del capitalismo, no tienen cabida otras alternativas ideológicas que no sea la ideología del capital, sin embargo no las excluye, siempre que de alguna manera puedan ser utilizadas para sus fines.

En política, las llamadas derechas conservadoras así lo habían reconocido, porque parecían marchar en la línea marcada por la superelite del poder, ya que defendían a ultranza los intereses capitalistas en su respectivos Estados y ponían freno a la oposición ideológica. Sin embargo, con el paso del tiempo parece que han dejado de vender en los términos que impone actualmente el mercado.

Por otra parte, puesto que desde el último tercio del pasado siglo la izquierda ya no representa a la competencia, sino que han pasado a ser colaboradora de los intereses del sistema, la inteligencia entiende que debe ser utilizada convenientemente, porque tienen cierto gancho para atraer a individuos descontentos con el sistema. Satisfecha con que el poder cuente con ella, aunque conserve la forma, el fondo se ha puesto s disposición del capitalismo y, si escapan de él, se entregan al personalismo o al corporativismo de partido único. Resulta concluyente que las ideologías son un cebo para atraer a las masas y con un coste reducido, porque se nutren solamente de retórica y vienen a representar, como dice Althusser, la relación imaginaria de algunos individuos con el mundo real. De manera que al ponerlas bajo control pasan a a ser, por un lado, inofensivas y, por otro, eficientes para fines de dominación.

El cambio de estrategia política del capitalismo se ha concretado en abrirse a las llamadas sensibilidades sociales —generalmente productos para ser explotados comercialmente—, que hoy se despliegan al amparo del auge del mercado, siempre que hayan sido debidamente encauzadas y su presencia en el escenario se traduzca en beneficios económicos para las empresas. Al igual que sucede con la democracia al uso, las ideologías avanzadas también venden. De manera que el capitalismo rompe, en parte, con su tradición conservadora y se abre a otras experiencias debidamente controladas. No hay que ver una actitud de tolerancia, porque simplemente se trata de un instrumento más de adaptación para con ello ampliar el mercado. En el terreno de la praxis, el patrocinio de las llamadas políticas progresistas es fundamental, porque se trata de repartir dinero público que acaba desembocando en el mercado. Algo elemental, por cuanto el beneficiado por ellas solamente busca el bien-vivir, centrado en la tenencia de los productos que encuentra en el mercado.

Argumentando la nueva tendencia, resulta que las políticas conservadoras, generalmente encaminadas a la defensa de los intereses estatales, se contraponen a los intereses de los que defienden la globalización, por lo que hay que torpedearlas. Esta es la función actual de la superelite del poder, dispuesta defender a cualquier precio su negocio global frente a las limitaciones locales. A tal fin, además de orientar las políticas estatales en esa dirección, da bombo a las ideologías que se etiquetan como de progreso —entiéndase progreso .para el mercado—.

El lenguaje que utiliza el mal llamado progresismo actual es el del despilfarro. Útil tanto para la política, ya que permite ganar el favor electoral de los que algunos consideran como los descontentos, los irresponsables y los aprovechados, e igualmente para las empresas del mercado, porque hay más dinero para gastar. De ahí que la ideología capitalista elitista propugne una pequeña rebelión política, para pasar a colocarse la etiqueta de capitalismo de izquierda, porque así lo aconsejan las circunstancias del mercado. Aunque debidamente controlado a través de los medios de influencia a su servicio, flirtea con la izquierda política y sitúa a sus personajes bonitos —algunos convertidos en modelos de pasarela que promocionan vestimenta de alto standing— en la escena del ejercicio del poder.

Antonio Lorca Siero

UNETE



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