El monje horticultor

         El orondo obispo se pavoneaba ante los monjes y les daba a besar su anillo episcopal.

 

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         -Qué gran honor significa para este modesto monasterio la visita de Su Ilustrísima.

         Y el hombre gordo y presumido simulaba una falsa modestia adoptando un gesto condescendiente.

         -El honor es mío, señor abad. Hace meses que deseaba visitar estas instalaciones donde eminentes sabios y doctores en Teología y Literatura antigua desarrollan sus valiosos estudios.

         -No solo hay doctores en Teología y Literatura clásica, Ilustrísima, también hay estudiosos de las Ciencias Naturales – terciaba el abad, conduciendo a su huésped hacia los campos donde los frailes hortelanos trabajaban bajo el sol.

         -Y esto que me muestra, abad, ¿son jardines?

         -No del todo, Ilustrísima – contestó enigmático el abad -. Alguno de estos campos es más un laboratorio que un jardín. Mire, estos hermanos cultivan cereales, en busca de la variedad que dé las mejores harinas para hacer pan.

         -Interesante – comentó el obispo, reposando sus manos blancas y enjoyadas, entrelazadas sobre su prominente vientre de varón bien alimentado.

         -Y allá al fondo, tenemos a nuestro sabio.

         - ¿Aquel hortelano de las gafas que se inclina sobre las matas es un sabio? – preguntó, incrédulo, el prelado.

         -Ese es nuestro hermano, el eminente padre Gregorio Mendel.

         - ¿Y que cultiva con tanto esmero?

         -Cultiva guisantes, Ilustrísima.

         Y el gordo agitó su vientre en una serie de carcajadas contenidas.

         - ¿Y dice usted que es un sabio que cultiva guisantes? Ja, ja, ja…

         -No solo los cultiva, cruza especies diversas, y anota los resultados, en busca de las leyes de la herencia. El llama a su ciencia Genética.

         - ¿Y llama usted sabio a uno que pierde el tiempo observando guisantes? ¿Acaso busca producir los guisantes más grandes y sabrosos, como hacen sus compañeros con los cereales?

         -Oh, no, Ilustrísima. Lo que él quiere averiguar son las leyes que rigen la herencia y que también nos conciernen a nosotros, los seres humanos. El parecido de un hijo con sus progenitores, según dice el padre Mendel, obedece a unas leyes que se pueden investigar. Hay guisantes que nacen con un color o con una textura determinadas y al cruzarse con otros de distintas características dan como resultado una apariencia que obedece a que en la herencia se manifiestan caracteres que, unos son dominantes y otros recesivos, y que conforman al nuevo individuo, tanto en los vegetales, como en los animales y las personas…

         - ¡Qué tontería! Cada cual tiene la apariencia que Dios dispuso. Vaya pérdida de tiempo – comentó el obispo ante el enojo disimulado del abad.

         -Vamos – ordenó el prelado gordo -, no desperdiciemos la visita y enséñeme el templo y sus famosas tallas, obra de artistas eminentes.

         Y los dos regresaron al interior del edificio, el hombre gordo con pasos prepotentes y mirada engreída en su cabeza vacía, el otro encogido y enfadado por su imprudencia al mostrar quien no debía ante quien no sabía.

         -Como guste Su Ilustrísima. Esta abadía es muy rica en ciencia, pero en arte deja bastante que desear.

“Eureka” por Miguel Ángel Pérez Oca.

UNETE



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