Reseña "Tres días en la arena" de Ibrahim Bah

Pensó en abandonar varias veces. La obligación de recordar para escribir Tres días de arena suponía transitar otra vez por el dolor pero Ibrahim Bah llegó al final. De nuevo. Contar su propia historia en primera persona le ha permitido empezar a sanar. Es uno de los valores de este libro porque la realidad migratoria se conoce en cifras pero ¿qué historia guardan las personas que son cada una de ellas?

 

. La obligación de recordar para escribir Tres días de arena suponía transitar otra vez por el dolor pero Ibrahim Bah llegó al final. De nuevo. Contar su propia historia en primera persona le ha permitido empezar a sanar. Es uno de los valores de este libro porque la realidad migratoria se conoce en cifras pero ¿qué historia guardan las personas que son cada una de ellas?
 Un testimonio como el de Ibrahim no pide una reseña literaria al uso porque las páginas se leen con ojos distintos: sin echar de menos más o menos potencial narrativo, recursos de estilo o matices sobre el ritmo. Sabía lo que tenía entre manos porque fui a la presentación de Tres días de arena en Algeciras, donde reside este joven de 27 años que aprendió a hablar nuestro idioma en apenas medio año, que no escapó por hambre, de familia acomodada, que estudiaba Derecho soñando con aplicar la ley contra la injusticia.

 Su coraje y ganas de seguir adelante no evitan la dureza de este relato, su huida por la persecución política en su país –tras la muerte de muchos de sus amigos jóvenes en las calles– prácticamente sin tiempo para pensar.

 Con este texto, que habla de tú a tú al lector, ha conseguido reflexionar, arrancar de las entrañas experiencias traumáticas para intentar digerirlas y por supuesto, no para de dudar sobre si mereció la pena. Fue una constante del espantoso periplo, levantarse para volver a caer, engañado una y otra vez por las mafias que prometen acompañarlos, alojarlos, buscar medios para desplazarse o pasar las jornadas en espera entre una etapa y otra.

 Sus tres días de arena en el desierto fueron los peores. Dan título al éxodo atravesando países, con hambre y sed, en los que bebió su propia orina –una menudencia en la magnitud del drama–, en los que vio a mujeres que tuvieron que dejar a sus hijos muertos por el camino entre otras barbaridades difíciles de entender si escuchamos con sentidos de nuestro primer mundo.

  No se regodea Ibrahim en detalles aunque no hacen falta para ponerse en la piel de la supervivencia. En 112 páginas se cuentan poco más que unas pinceladas y con una mínima parte de ellas, si el lector no se alegra por haber nacido donde nació puede que el fondo de la cuestión no sea la novela, sino la persona que habita en el lector.

 Se te acaba el libro en un suspiro aunque relate seis meses de agonía: paradojas de la vida y sin embargo maravilloso que la literatura permita poner rostros a los invisibles. Ibrahim insiste (lo hizo en su presentación y lo recalca en la novela) en que si se decidió a dar luz a Tres días en la arena fue «para que el mundo conozca la realidad que esconden las migraciones y tender la mano a todo aquel que lo necesite y así sientan que no están solos». Ojalá, porque el viaje no termina “con el cruce en patera”, la suma de medio año de desgracias y el desgarro por la familia que queda atrás.

 Los fuegos artificiales de otra vida mejor –esa que sueñan– no existen. Como Ibrahim, son infinitos los casos de personas que deben aprender a caminar frente a la hostilidad del rechazo y el odio, la nueva bofetada que les espera aunque estén rotos cuando ponen el pie en otra tierra.

  No es que sólo que recomiende su historia, es que considero necesarios testimonios de esta índole aunque los ciegos voluntarios no quieran arriesgarse a mirar. La vida puede ser dura para todos pero hay distintos niveles. La lectura puede ser entretenimiento y/o aprendizaje y nada sobra. Es más, hace falta por ambos motivos.

UNETE



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