El jovencito pálido, de aspecto enfermizo, se aburría como una ostra desde que cerraron la Universidad a causa de la epidemia y tuvo que refugiarse en la casa de mamá y el reverendo. Desde que murió papá, y mamá se casó de nuevo con el pastor antipático, nadie le hacía mucho caso, aunque él, ya acostumbrado a la soledad, había encontrado un buen refugio en sus estudios, convirtiéndose en el “empollón” de la clase. Por otro lado, mamá carecía por completo de conversación, y al pastor lo sacabas de la Biblia y se quedaba mudo. Así que el joven, arisco y raro como él solo, prefería marchar al jardín, sentarse a la sombra de un árbol, y pasarse las horas muertas leyendo algún libro…