. Parece imposible deshacer su enredo pero lo consigue. Otra cuestión es el rizo final que lógicamente no puedo contar. Yo me lo he pasado pipa pero no sé si este laberinto de espejos de locuras y paranoias varias de escritores puede gustar a todo el público. Lo malo es que se puede contar muy poco. Sólo el principio. Es bastante fácil destriparlo si te da por irte de la lengua.
Carri, de tres años, desaparece en su piso mientras juega con su madre, Flora Conway, al escondite. No existe la posibilidad de que haya escapado. Es lo único que tiene claro la madre. Lo cuenta en primera persona seis meses después de que se produjera el suceso. Aunque ya desde el arranque no habla de desaparición. Asegura que «se la han arrebatado».
La investigación parece ser el centro de esta novela “con novela”. Pero no. Antes de la primera página Musso aporta información relevante. Flora Conway es una escritora de reconocido prestigio pero nadie la conoce salvo su editora Fantine de Vilatte, su representante en eventos o anuncios de su carrera literaria. Va tirando Musso estas miguitas para que piquemos pero la respuesta está muy lejos. Concretamente en París con el escritor Romain Orzoski. Su situación personal –una exmujer un tanto problemática y el futuro del hijo en común– le tiene angustiado y las musas se han echado a dormir. ¿Y que tienen que ver el uno con el otro? Pues eso, ya les dije: de trama poco más puede decir esta reseña. A partir de aquí toca leer si quieren saber más aunque el giro de Musso para enlazar tantos kilómetros –y más cosas– dislocaría una cadera. Y si fuera el único... Este libro no absorbe, te succiona de gustarles los complejos y tortuosos procesos mentales en los que a veces se enredan los inventores de historias, donde la ficción engulle al autor, se desespera encajando piezas, porque llega un momento donde se confunden realidad y ficción. Es precisamente la elaboración, deglución, asimilación, confraternización y hasta cierto punto de sadismo –con aquello de que puedes jugar con tus protagonistas–, lo que convierte la escritura en una frenética espiral a los que así lo viven. Por eso “la vida es una novela”; Guillaume Musso te encierra de forma maravillosa en ese tarro de emociones. Qué cortita se me ha hecho y no sólo por su brevedad. Aún así, he parado más de una vez para regresar a páginas anteriores preguntándome: ¿pero, estoy entendiendo esto? Y si te mareas, prepárense para la última vuelta de campana. Te destroza. Es más, cuando comentaba la lectura con Ana Torregrosa, la prestamista de La vida es una novela –¡Gracias! ¡Qué bien sabías lo que iba a disfrutar!– coincidíamos en nuestra reacción final al terminar el libro: «¿Nos hemos enterado de verdad de algo?». Se nos quedó la misma cara de póker pero... es tan magnífica la historia coincidimos de nuevo: da igual. Esta es la magia de la literatura: sorpresa, emoción y vivir –y hasta compartir– locuras ajenas. Y si tiene relación con la escritura, para qué les voy a contar...