. Puede que un poco sobrada en páginas con subtramas que ralentizan el ritmo y no aportan demasiado, pero es un libro que atrapa.
Adrian Thomas es un profesor jubilado que se ha dedicado al estudio de los procesos mentales y ahora sabe que tiene una demencia degenerativa. Está dispuesto a suicidarse pero el azar lo convierte en testigo del secuestro de una joven y el motivo que lo hará cambiar de decisión: mientras la enfermedad se lo permita buscará a Jennifer como sea. Buena la entrada de El profesor, ¿eh? Pues, la trama irá a mejor.
Aparece en escena la detective Terri Colins, encargada de la investigación. El personaje no me convence del todo; deja demasiada manga ancha al profesor. Por muy buena voluntad que le ponga dudo que un agente aceptara la intromisión al caso de una persona ajena al cuerpo policial. Otra cuestión es que Adrian Thomas le ponga una pasión especial a la cosa. Tanto es así que buscará en terrenos que no domina hasta encontrarse con Mark Wolfe, en libertad vigilada por condenas por exhibicionismo. Un personaje oscuro, estupendo para combinar con la candidez del anciano en territorios escabrosos por los que deberá cruzar. Una extraña relación sin duda con rédito literario. La conexión llevará al profesor al lado siniestro de la red cuando no cae en buenas manos y de la que desconocía todo. Podemos estar curados de espanto, creer que lo estamos o imaginar lo que puede suceder allí pero cuando Katzenbach nos lleva al horror que podría estar viviendo la joven secuestrada, aparecen las arcadas. No concreto más aunque intuirán de qué hablo. Si no, pónganse con la novela en cuanto puedan: el escritor se esmera construyendo este escenario perturbador y los dos personajes que lo encabezan. Hasta ahí puedo leer. Y es una pena porque es la clave de El profesor, el centro de la reflexión a la que invita la novela, como avanzaba al comenzar la reseña. Katzenbach no se vale del detalle macabro sino del suspense psicológico para potenciar un tono inquietante en la narración. Es la gracia del libro, que aumenta por el hecho de que a Adrian Thomas no le sobra tiempo y las horas pueden ser cruciales para el futuro de Jennifer. El ritmo que imponen las circunstancias se ralentiza con las alucinaciones que el profesor sufre por su enfermedad. En ellas se encuentra con su mujer, hijo y hermano; los seres queridos –y sus correspondientes historias– que ya no están pero le acompañan en la peculiar odisea. El mismo problema, el de la caída del ritmo, también se produce con Mark Wolfe en determinados momentos, aunque este secundario (no la madre de la joven secuestrada y su pareja) termine jugando un papel determinante en el tramo final de la novela, donde –entonces sí– la olla hierve a borbotones con picos tensionales que dan este gustito que tanto agradecemos los lectores. Y sin embargo, tras la parte más alta de la montaña rusa, tendremos sorpresa antes de bajar el telón definitivamente. A este escritor superventas estadounidense le llaman “maestro del suspense psicológico”. He tardado pero por fin ha caído El profesor aunque su obra más conocida y reconocida es El psicoanalista. Pendiente está y ganas hay, pero ya se verá. No me da la vida y la agenda pero... bendito sufrimiento.Reseña realizada por Begoña Curiel.