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Muchas veces, el
activismo ideológico deja en segundo plano la lógica, el bienestar y la razón. Eso
es lo que le ha sucedido a José Luis Escrivá, ministro de Seguridad Social y
cosas varias. Sabe que los fondos de recuperación comunitarios dependen de una serie
de factores que el Gobierno ha de cumplir, sí o sí. No sé cómo explicará a
Bruselas que la patronal se ha retirado de la mesa de las pensiones. Hablamos,
precisamente, del principal elemento de la misma; es decir del sector que crea
empleo y por eso es fundamental. Créanme que sobran las otras partes si somos
realistas.
Cualquier cambio
de envergadura no lo va a admitir Europa si no lo corroboran todas las partes. Sí,
Escrivá: TODAS las partes. El éxito no es posible si no es así. Se trata de que
haya duración en las reformas, estabilidad, acuerdos certeros y consenso para
la calidad y la mejora. Además, hay que tener en cuenta el marco jurídico de
esas medidas porque no se trata se salvar el escollo y a otra cosa, sino que la
pretensión es atraer inversiones fiables y seguras; tal fiabilidad y seguridad
se extiende tanto para los trabajadores como para las empresas y los
empresarios. Actualmente, tan sólo Barcelona carece de esos criterios porque
espanta la inversión foránea como consecuencia del caos legislativo, la
represión política, las amenazas de golpismo y el maltrato lingüístico. Más de
7.007 empresas han huido de Cataluña desde 2017 y más de 6.000 no han regresado
ni tienen intención de hacerlo.
El Gobierno
socialcomunista se ha atrancado en su diálogo social. Un diálogo que no ha
existido dadas las imposiciones permanentes. La reforma de las pensiones está
en el disparadero y la patronal no debe pasar por el aro y, si lo hace, mejor
que abandone su puesto para siempre. Eso de crear una cotización finalista
sobre los salarios es un atropello, una vulgaridad y una más de las torpezas
que comete a diario el Gobierno de Sánchez «El mentiroso».
La torpeza del
ministro, José Luis Escrivá, está en manos de los inservibles sindicatos
sectarios y clasistas; ellos, en su ignorancia parasitaria e interesada se
autoproclaman como «sectoriales». La subida de las cotizaciones pretende
cargarlas el ministro en el empresario, lo que demuestra un sectarismo vulgar y
un mediocre activismo ideológico propio del socialismo y de sus primos
comunistas. Tras el plante patronal, Escrivá alimenta su odio y su torpeza con
la proporción «de un 0,5% y un 0,1% para cada parte, perjudicando mucho más a
la parte empresarial». Ni que decir tiene que los sindicatos lo ven bien,
siempre que no se toque ni ponga en riesgo su dinero; se quedarían sin las «perolas
de gambas» y las «ruedas de langostinos».
El aumento de
impuestos al trabajo no es solución válida ni viables. Lo veo como una
estrategia para buscar la cesión empresarial, algo que no se debe producir bajo
ningún concepto; esa es una medida comunista de represión, encauzada desde el
endiosamiento visceral y la inutilidad de José Luis Escrivá.
Ya hemos dicho en
otro artículo que ni es el momento para gravar más al trabajo ni las empresas
se encuentran en la mejor situación tras la dura pandemia y el abandono del
Gobierno a las Pymes y a los autónomos. Si la Seguridad Social precisa fondos,
empiecen por eliminar ayudas absurdas a chiringuitos; eliminen catorce
ministerios inservibles; den de baja a cientos de asesores podridos, sin
preparación ni cometidos; inspeccionen el paro en profundidad; reviden los ERTE
fraudulentos; cercenen los dineros de los que abusan los «chiveteros de género»
y tantos y tantos gastos superfluos. Eliminados esos, sobrará dinero para
pensiones, reforma laboral y tamborileros, incluso dulzaineros que amenicen ese
negro panorama.
Si Escrivá sigue
ahogando al trabajador, va a encontrar la horma de su zapato mucho antes de lo
que pensaba, salvo que ponga fin a la política de «grifo abierto con dinero público».
La deuda que ha ocasionado en dos años este Gobierno ya es casi el doble de la
que ocultó Rodríguez Zapatero en la crisis anterior, precisamente cuando afirmó
y garantizó, mintiendo, que «sí había hecho todos los deberes».
Escrivá se cree un
ministro tecnócrata como aquellos del Opus Dei que reclutaba el «abuelo Patxi».
Y no es más que un bellotero que camina tras el dornajo del sindicalismo torpe
y destructivo que rebaña cuanto encuentra a su paso.