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“Literatura Uruguaya” por Tati Jurado.
Nadie se cuenta la mentira que más le gusta, sino la que puede. Por eso la fe puede alojarse en los rincones más insospechados, tangibles o no: no hay reglas. Pero sea donde sea que se afinque o recale, aunque sea momentáneamente, basta incursionar en la narrativa de Juan Carlos Onetti para asumir —sin adentrarse en el radio de lo dogmático— que es absolutamente necesaria para vivir, para resistir y para seguir en los escenarios, tantas veces incomprensibles, en los que discurre la existencia. También lo es en ese universo ficticio, Santa María, que el escritor uruguayo pareciera haber creado como salida de emergencia para escapar de la realidad. Una ciudad imaginaria, un microcosmos en el que el mundo interno de sus personajes, ese espacio que no conoce de líneas geográficas, inventadas o no, da cuenta de que lo imaginario y lo real recorren caminos análogos.Con la publicación de El astillero a principios de la década de los sesenta, la ciudad mítica de Santa María (un pueblo portuario) vuelve a cobrar protagonismo. A través de un narrador testigo, del protagonista y de la voz de otro personaje, el lector presencia el regreso de Larsen tras unos cuantos años de exilio. Retorna para dirigir el astillero, propiedad de Petrus, y formar parte del equipo que intenta salvarlo de su total destrucción. Un equipo formado por tres personas —además de Petrus—, Gálvez, Kunz y Larsen, que comparten el solo propósito de aceptar el desafío de rescatar el astillero y arrancarlo de la degradación: una alegoría del desafío que supone recuperar la fe y vencer al desasosiego que impone su ausencia.Rescatar el astillero equivale a recomponer sus vidas, a restituir la felicidad perdida. Y para ello la complicidad es necesaria, aunque sea absurda. Porque la necesidad de darle sentido a todos los espacios temporales que recorrió y recorre su existencia es suficiente para adherirse a las filas de las estrategias engañosas. Ninguno de los actuantes dudará en caer en las trampas del engaño; y con tal de que el juego no termine se aferrarán a la ilusión de vencer a la fatalidad y al desasosiego.«Todos sabiendo que nuestra manera de vivir es una farsa, capaces de admitirlo, pero no haciéndolo porque cada uno necesita, además, proteger una farsa personal.»Con una descripción minuciosa, elaborada con esa influencia faulkneriana que Onetti siempre reconoció, los diferentes narradores dan acceso a unos personajes y a unos espacios embebidos de desolación, carcomidos por la herrumbre, acechados por la persistente sombra del fracaso y al mismo tiempo espoleados por una suerte de voluntad que los impele a sobrevivir. Una novela lúgubre, pesimista, derrotista, sí, pero totalmente lúcida.Leer El astillero supone acceder al andamiaje de la construcción de una ilusión, de una fantasía que da cuenta de la fragilidad que acuña la naturaleza humana. Una naturaleza que no se restringe a los confines de Santa María, que se extiende por un mapa de un tiempo determinado cuyas manecillas, sin embargo, también se empeñan en burlar las duraciones temporales.Onetti, galardonado con el premio Cervantes en 1980, fue reconocido como el introductor del modernismo y del existencialismo en la literatura latinoamericana, y también como uno de los precursores del Boom Latinoamericano. Pero, sobre todo, hay que reconocerle y elogiarle a su narrativa la posibilidad de hacer testigos a los lectores de la existencia de una grieta que permite acceder, y si es posible entender, al universo cercano y tantas veces impenetrables de las emociones que subyacen en lo más recóndito del ser humano.FacebookPinterestWhatsApp