Chile tiene vocación de diálogo. Cuando conversamos, se escucha e integra al otro; cuando se mira a los ojos sin prejuicios ni recelos; cuando nos colocamos en los zapatos del otro; empatizamos con sus anhelos, frustraciones y esperanzas, las cosas van mejor. Al revés, cuando la amenaza y pachotada, el matonaje y la violencia demoníaca se toma los foros y calles, las cosas van mal. El 18 de octubre de 2019 solo nos enseñó que la violencia a nada bueno conduce. La verdad, el acuerdo del 15 de noviembre debería ser recordado como signo de civilidad y cordura, de que la violencia no tiene la última palabra en Chile. Nos recuerda que, a pesar de las diferencias, creemos en la democracia y voluntad libre y soberana del pueblo que se manifiesta, libremente, en cada elección. Ese es el camino de construir civilización: el respeto a las instituciones – dejar que las instituciones funcionen, como dijo el vicepresidente de la convención constitucional – y el libre ejercicio del derecho a expresar las opiniones, por divergentes que sean.