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Reseña realizada por Begoña Curiel.
Qué pena. ¿Cómo puede alguien con semejante talento literario agotar así al lector? Los excesos de su protagonista me han saturado hasta el infinito. El argumento es mínimo pero también original y prometedor. Lástima que la novela divague por otros derroteros que logran estancarla. Terminar ha sido un empeño personal porque merecía la pena y mucho el trabajo inmenso que lleva detrás y la exhibición de su pluma extraordinaria aderezada de inteligentes puntos de ironía. Suena contradictorio pero no lo es y no sé si podré explicarlo. La noticia del robo del cráneo del director de cine mudo Murnau (conocerán o les sonará Nosferatu. Poco más sabía yo del susodicho) impacta a Beatriz Silva. Está convencida de que el ladrón es Quirós, su extraño compañero de piso, un... llamémosle cineasta un tanto flipado por una aventura del alemán en la Polinesia que no llegó a buen puerto. Aunque al lado de Beatriz acaba pareciendo “normal”. Vive de alquiler en una casa ruinosa porque el dinero no da para más. Es una profesora universitaria decepcionada hasta la amargura. Su capacidad profesional y de erudición no le han servido para nada. La precariedad laboral y peor aún, la sensación de que el esfuerzo es inútil aboca a Beatriz al “varar” en la vida. Quirós, en realidad es un entretenimiento y la excusa para gestar esta diarrea mental desproporcionada por muy bien que esté escrita. Desde su atalaya-refugio observa y analiza hasta el desvarío. Se presenta como una interesantísima reflexión sobre deseos y sueños incumplidos, de la sociedad que no valora el potencial del conocimiento, el boato y los tabús del universo académico y un sinfín de situaciones injustas pero degenera en paladas de datos, un tratado de todo lo habido y por haber, tenga o no relación con la cuestión que aborde en cada momento. «...ya hace muchas páginas que he renunciado a sujetar las riendas de este relato», afirma la propia Beatriz. Hasta contabiliza el número de personajes que ha sacado a relucir (no recuerdo en qué momento, pero iba por 336); como si quisiera excusarse de este delirio de historias que acaba “soltando al peso” en un “blablablá” sin fin. El resultado, lastra el ritmo narrativo hasta estancarlo. ¿Que el objetivo de la autora es mostrar el regodeo autodestructivo de Beatriz? ¿Que quiere que el lector conozca su nivel de frustración? Muy bien, pero para cuando la actitud y el desquiciamiento de esta mujer supera los límites de lo razonable, Noche y océano me había agotado. Y Beatriz –y por tanto la autora– lo sabe: «Y a ustedes les ruego paciencia por mi discurso canceroso...», dice la protagonista. Además de los contenidos de su discurso mental –por si fuera poco– hay que sumar los relatos sobre Quirós y la correspondiente búsqueda de Murnau. Parece una batalla por ver quién está peor de la cabeza... Pero hay más: las notas a pie de página añadiendo datos (en ocasiones ocupan más espacio que la narración propiamente dicha), datos y más datos... Beatriz se castiga con ellas: un listado de hazañas de otros conseguidas ya a los 32 años, los mismos que la protagonista, para que la comparación sea ejemplo de su particular fracaso. El juego irónico que tanto me divirtió al comienzo, se convirtió en plomazo. Como esas gracias repetidas hasta la saciedad por los niños, que aun poniendo paciencia te hacen voltear los ojos de hastío. Como ven, esta es una reseña “de la contradicción”. Noche y océano es calidad y asfixia narrativa. Erudición y exceso. Prosa espesa pero elegante. Apabulla pero ahoga. Por cierto, obtuvo el Premio Biblioteca breve 2020. ¿¿¿Breve???