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Reseña realizada por Begoña Curiel
Una idea arriesgada pero buena la de este juego de convivencia entre vivos y muertos que aporta suspense y un interesante halo de misterio. El edificio rehabilitado donde se ubica el escenario, una clínica psiquiátrica, es el lugar idóneo para generar la confusión e inquietud necesaria en la que se apoya esta historia amena e intimista. Allí ingresa Alma, 17 años, con shock postraumático tras un terrible accidente de coche. Otros compañeros adolescentes con diferentes trastornos formarán su nueva familia temporal con sus correspondientes adicciones, obsesiones y distintas percepciones de la realidad. Evitaré dar nombres para no revelar quién es quién. Tan sólo añado que uno de los personajes hará de conexión entre los dos mundos. El actual de Alma y el pasado escondido en determinadas plantas y paredes del centro. Porque el edificio, su estructura, es vital en la novela, un protagonista más. Arriba y abajo, ventanas que miran para distintos lados, escaleras, puertas que no se abren, los sonidos en una piscina, pasos y voces que contribuyen a crear el ambiente de misterio donde pretende sumergirte la escritora. Se nota que lo ha estudiado y lo cuenta al detalle; es el colaborador clave del desasosiego en No oigo a los niños jugar. El problema es que la descripción continua de estancias, pasillos, accesos y demás elementos ralentiza la narración. Al inicio de la lectura ponía especial atención a todos los datos, seguía cada recorrido para hacerme con la imagen del laberinto y vivir dentro de la novela. Esa es la intención de Mónica Rouanet pero, a medida que pasaba páginas cada vez era más difícil comprender el esquema entre plantas y puertas. No obstante, volvamos a sus habitantes. Personalidades variadas en este cosmos donde se entiende, a veces con absoluta claridad, cómo las circunstancias personales condicionan la existencia. Muchos son víctimas de carencias familiares y abandono de distinto signo, de su propia rebeldía e ira hacia lo que les sucede o tras lo que han vivido, independientemente de que claro está, la enfermedad mental haya hecho mella en algunos. Por eso esta lectura no puede ser precipitada. La anticipación en las conclusiones resulta tentadoras para el lector. Lo mismo que la tristeza que inevitablemente transmite esta historia pero también la infinita ternura que despiertan de manera especial algunos personajes y la esperanza, porque interpretar a una persona no es cuestión de unos minutos o unos párrafos. El ser humano se escuda en las prisas, a veces en la soberbia y muchas –de manera más o menos consciente– en la incomprensión e ignorancia para disparar opiniones y llegar a diagnósticos concluyentes. Hasta la propia Alma, ya de por sí retraída y encerrada en el momento personal que sufre, llega a creer que sus males son mayores, pero por ese universo entrecruzado de vivos con fantasmas y secretos del pasado donde nos mete la autora. Así que abran la puerta, entren, asómense a las habitaciones, estén atentos a los ruidos, preparen la piel para situarse en dos ubicaciones y cronologías interconectadas para adentrarse en esta frontera que une lo real con lo imaginario, narrada en todo momento con extraordinaria sensibilidad.FacebookPinterestWhatsApp