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Si Kafka abordó el abismo, Freud, el padre del psicoanálisis, intentó bucear en
el subconsciente para extraer motivaciones del mundo de los sueños mediante la
hipnosis, con la finalidad de curar la histeria personal y colectiva.
El relato “Ante la ley”, de Franz Kafka, es una
perfecta simbología del mundo actual: «Ante la ley hay un guardián. Un
campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar
en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El
hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar». Y así
sucesivamente.
Finalmente, el guardián comprende que el hombre está
por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le
dice junto al oído con voz atronadora: “Nadie podía pretenderlo porque esta
entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.
Hagamos lo que hagamos, el mundo seguirá igual. Un
golpe que desbarata la ilusión. Toda la obra de Kakfa está atravesada por el
tema del juicio, el proceso y la condena; alimentándose de motivos freudianos,
del complejo de culpa, de los traumas, de los miedos del subconsciente, del
estigma del pasado y las pesadillas.
El hombre, como en el cuento “La metamorfosis”, es
un insecto, vive como tal y es tratado como un bicho miserable. O como “Un
artista del hambre”, cuyo mayor arte es demostrar que puede vivir sin comer ni
beber.
En El Proceso, Joseph K. es acusado sin
causa alguna y detenido sin ser retenido en prisión, uno de los guardias le
dice algo siniestro y turbador: “Nuestras autoridades…, no buscan la culpa
entre las gentes sino que, es la culpa la que las atrae…”. Al final, condenado
sin saber por qué, él es ajusticiado y muerto.
Freud escribió que “la conciencia de culpa preexiste
a la falta; la culpa no procede de la falta, sino a la inversa, la falta
proviene de la conciencia de culpa. A estas personas es lícito designarlas como
‘criminales’ por sentimiento de culpabilidad”.
Por ende, el hombre es culpable; su crimen reside en
la fantasía y en los deseos culpables de la infancia, porque la pulsión de
muerte exigió y obtuvo, de una u otra manera, una satisfacción secreta.
En su obra, Más allá del principio del
placer, Freud se pregunta si el impulso hacia la muerte, autodestructivo,
no es acaso el principio fundamental de todos los demás impulsos: La vida sólo
es una demora de la muerte. Para él, la pulsión de la muerte representa la
tendencia irreductible de todo ser vivo a retornar al estado inorgánico. Según
esta perspectiva todo ser vivo muere necesariamente por causas internas.
Posteriormente la pulsión de muerte sería designada
con el nombre de “Tánatos”, en oposición al “Eros”, que representaba a la
pulsión de la vida. Excepto en conversaciones privadas, Freud utilizaba
indistintamente los términos de pulsión de muerte o de pulsión de destrucción;
pero en una discusión con Einstein a propósito de la guerra, establecería una
distinción entre ambos. La pulsión de muerte estaría dirigida contra sí mismo,
mientras que la segunda, derivada de aquélla, estaría dirigida contra el mundo
exterior.
Pero, ¿a qué llamamos culpa? ¿Cuál es su origen y su
modus operandi?
Freud y Nietzsche (el gran filósofo-poeta) se han
ocupado de este concepto. Si para Nietzsche, el castigo es una pseudoforma de
justicia que enmascara el afán de dominio y resentida venganza hacia los
culpables transgresores de las normas morales, para Freud, el castigo será el
procedimiento mediante el cual los atenazados por el sentimiento de
culpabilidad, mediante su ascética autoagresión, buscan la catártica
purificación de sus faltas y la amortiguación de sus tensiones, generadas por
las imposiciones y amenazas del super-ego.
El instinto de agresión, la hostilidad natural de
uno contra todos y de todos contra uno, se opone a los designios de la cultura.
¿Qué recursos tiene la cultura para contener la agresividad innata del hombre?
Freud denomina super-yo a la conciencia moral que genera aquella tensión que da
origen a la «culpabilidad». Así pues, la agresión es internalizada, devuelta al
lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo desplegando frente a
éste la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en
individuos extraños.
La tensión creada entre el super-yo y el yo
subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad y se
manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura
domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo debilitando a éste,
desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior.
En El malestar en la cultura (1930)
la «inclinación agresiva» se considera una «disposición pulsional, autónoma,
originaria del ser humano». La «necesidad de castigo» ya no se explica por
culpa inconsciente sino por un yo «devenido masoquista bajo influjo del superyó
sádico», que «emplea un fragmento de la pulsión de destrucción interior,
preexistente en él, en una ligazón erótica».
Fassbinder alguna vez comentó que si —de niños—
algunos artistas malditos resuelven adoptar una conducta desagradable,
seguramente es para defenderse del peligro de ser rechazado sin razón aparente.
Se supone que los niños que están destinados a ser
«futuros saboteadores» de su propio éxito, han sido niños con un gran talento
natural. Estos dones facilitarían sus potenciales logros. El primer éxito
experimentado por estos niños es la situación de haber logrado, muy
tempranamente, ser los preferidos de su madre. «Los que fracasan al triunfar»
perciben al padre como muy agresivo e intensamente envidioso del vínculo
madre-hijo, mientras a la madre la sienten como intrusiva y demandante de
atención y gratificación. De allí que el joven hará desesperados esfuerzos para
separarse —a la brevedad— como un pseudoadulto en un intento de romper el lazo
con la madre.
«Los que fracasan al triunfar» son personas que una
vez que han logrado un éxito determinado (como por ejemplo una conquista
amorosa largamente esperada, o una promoción profesional de mayor
responsabilidad, prestigio y retribución económica) lejos de disfrutar del
éxito, experimentan cierta sensación de fracaso psicológico, profesional,
emocional y aun personal.
Este dramático rasgo de carácter (patológico),
descrito por Freud en 1916, está basado en una dinámica inconsciente vinculada
con la tendencia a sabotearse.
Y el ser humano, abatido por guerras mundiales, terrorismo, nuevas formas
de esclavitud, opresión económica, enfermedades y pestes, desempleo,
narcotráfico, adicciones, dominación electrónica, entre otros males, demuestra
que es el principal enemigo y depredador de su propia especie.