Las telecomunicaciones han trastocado la forma de
convivencia entre los seres humanos. Los acontecimientos que otrora tardaban
días, quizá semanas o meses en darse a conocer para lugares lejanos a los
afectados, hoy se comunican en minutos, y en algunos casos, en segundos. No es
gratuito que una de las mayores luchas que se libran en los actuales países en
revueltas sociales del mundo árabe se den en el terreno de las
telecomunicaciones: censura de noticias, bloqueo de internet y telefonía
celular, etc.
Al margen de los beneficios que pueden traer el acceso a la
comunicación inmediata, también se ha introducido un elemento fundamental para
la forma de vivencia de la noticia del mundo actual, esto es, la idea engañosa
de poder verlo todo, y con ello la posibilidad de dar rienda suelta a nuestra
más secreta pulsión escópica.
Las “tragedias” naturales (aún cuando nada en la naturaleza
es una tragedia, puesto que es tragedia tan sólo en la sesgada mirada
del humano que únicamente logra concebirla como afectándolo a sí mismo) nos
brindan claras muestras de la forma en que se ha trastocado la vida a partir de
las telecomunicaciones. En día de hoy (11 de marzo de 2011) nos hemos enterado
de un terremoto ocurrido en Japón, el cual tuvo una magnitud de 8.9 grados. En
este momento, pretendo dejar de lado la valoración moral del daño ocasionado
por dicho evento, me interesa referirme a la forma en que vivimos el resto del
planeta este suceso que pareciera “montado” para el espectador pasivo.
En tan solo unas horas, hemos recibido en occidente una
abrumadora cantidad de imágenes que nos muestran la magnitud de los daños, pero
no sólo eso, sino incluso el momento mismo en que ocurren. De esta manera, se
da paso del televidente pasivo delante de la pantalla (televisor, computadora,
celular) al activo observador participante del acontecimiento. Así mismo, la
misma tecnología nos permite vincularnos a través de llamadas “redes sociales”
en donde compartimos nuestros pensamientos e inquietudes sobre lo “visto”. Ahora bien, parte fundamental de la
comunicación virtual, es no sólo informarnos, sino además mostrarnos “los
hechos”. Dándonos de esta forma aquello con lo cual podemos deleitarnos desde
la comodidad de nuestro trabajo, hogar, escuela, o cualquier lugar, brindándonos
en todo momento la posibilidad de ver.
Que en donde falten las palabras para narrarse, estén las imágenes para verse.
Es llamativo cómo el comentario popular y reiterativo gira
en torno a lo atroz que es este suceso, lamentaciones y buenas intenciones se
dejan escuchar y leer por doquier, sin embargo, también es llamativo la
posición que adoptamos ante las imágenes que se nos presentan, las cuales son
objetos cautivadores para nuestra mirada, aprensándonos de manera casi
absoluta, dándonos descaradamente la imagen monstruosa de la destrucción y la
muerte, imágenes que, sin embargo, otorgan un cierto placer, el placer obsceno
de la tragedia.
En el caso de sucesos naturales, como los terremotos,
inundaciones, etc., podemos incluso liberarnos de las ataduras de la moralidad,
pues sabemos perfectamente que la naturaleza no lo hace por “mal”, logrando como
espectadores incluso colocarnos en un lugar supuestamente ajeno al suceso, como
un espectador que en nada participa, pero sí juzga. Caso diferente, por
supuesto, son las imágenes de guerra –por citar un ejemplo– en donde, si bien
las disfrutamos de igual manera, está siempre presente la ilusión de que pudo
haberse evitado, en cambio, ante terremotos, nos libramos de todo rastro de
culpa y damos rienda suelta a nuestra penetrante mirada virginal que tan sólo
intenta “conocer” lo imprevisto.
Es erróneo pensar que esto únicamente pasa en magnitudes como
las antedichas, está la misma dinámica constantemente ante nosotros, por
ejemplo al pasar cerca de un accidente automovilístico es fácil percatarse de
la disminución de la velocidad de los coches para ver el accidente, o acaso los reality
shows que nos invitan a observar lo intimo, aquello que es privado (privado
de la mirada del otro, precisamente), mostrándonos que el placer de la mirada
se apuntala no sólo en una erótica romántica, sino también en la obscena mirada
de la “tragedia”.
En otras palabras, las tragedias naturales, nos brindan la oportunidad para, encubierto de una falsa preocupación filantrópica, disfrutar del mal.