"Poetas y Poesías" la poeta Sylvia Plath

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Ahora estoy callada, con el odio

hasta la barbilla,

espeso, espeso.

(Del poema “Lesbos”)

“Poetas y Poesías” por Mariángeles Álvarez.

Caía la tarde cuando el tren llegó a la estación de Bakú. Era primavera y durante el trayecto desde el mar Muerto hasta orillas del mar Caspio, había sido testigo de excepción de un hermoso paisaje cambiante. Del verde de las llanuras y laderas del Cáucaso, hasta el más agreste de Azerbaiyán, al que por fin había llegado, aquellas tierras me invitaban a dejarme llevar por el antiguo sueño de la Ruta de la Seda.

Una vez más, había cargado mi mochila viajera con varias novelas y un par de libros de poesía, entre los que destacaba una antología de la norteamericana Sylvia Plath, una mujer que consideraba que haber nacido con tal condición era su gran tragedia.

Escogí su poemario porque me pareció muy sugerente la idea de sumergirme en los versos de una poeta que cuestionó el papel impuesto a la mujer de su tiempo mientras yo, casi sesenta años después de su fallecimiento, me encaminaba hacia Oriente, donde muchos países todavía menosprecian a la mujer, que se ve obligada a sobrevivir sometida a la autoridad masculina.

Novelista, cuentista y poeta, Sylvia Plath vivió una vida marcada por la inseguridad y las continuas depresiones, que la llevaron incluso a un intento de suicidio en 1953 y al definitivo que acabó con su vida el 11 de febrero de 1963, en Londres. Casada con el también poeta Ted Hugues, con quien tuvo dos hijos, Nicholas y Frieda, su infancia la vivió entre la ciudad de Boston (Massachusetts-EEUU), en la que nació un 27 de octubre de 1932, y la localidad costera de Withtrop, a donde se trasladó la familia Plath cuando Sylvia apenas contaba con 3 años de edad.

Hija de dos maestros de ascendencia alemana, la muerte en 1940 de Otto, su padre, tuvo un gran impacto en Sylvia, haciendo más profunda esa inseguridad de la que no se desprendió hasta el día de su muerte. Esta circunstancia tuvo su reflejo en Papi, uno de sus poemas más conocidos, en el que reprocha a su padre la traición por haberla abandonado al morir, dejando ver además la conflictiva relación que mantuvo con él.

(…) Papi, tenía que matarte pero

Moriste antes de que me diera tiempo.

Saco lleno de Dios, pesado como el mármol,

Estatua siniestra, espectral, con un dedo del pie gris,

Tan grande como una foca de Frisco (…)

 

A pesar de su inestabilidad emocional, el talento de Sylvia Plath no se vio limitado, sino que por el contrario fue en aumento con el paso de los años. Prueba clara de ello es la concesión póstuma del Premio Pullitzer en 1982 por su obra poética recogida en Poemas completos.

Considerada como una de las voces más destacadas de la llamada poesía confesional, es imposible desligar su vida de su obra, en la que conjuga fantasía y realismo biográfico, plasmando sus luchas internas. Brillante, pero también exigente consigo misma y de gran fragilidad, su poesía es una poesía sólida en la que muestra su pasión por las palabras y su obsesión por la muerte.

El coloso (1960), con el que Plath logra maravillar y horrorizar al lector al mismo tiempo llevándolo a la cotidianeidad de las relaciones personales y su crudeza, es el único de sus libros de poemas que vio publicado en vida ya que el resto se publicó tras su muerte, de la mano de su marido. En 1965 se publicó Ariel, pero Hugues alteró la selección de poemas que Sylvia Plath había hecho para él, aunque más tarde, en 1967, se editó de nuevo recuperando alguno de los que ella había escogido.

Más tarde aparecieron, Cruzando el agua (1971), Tres mujeres y Árboles de invierno (1972), hasta que en 1981 se publicó Poemas completos, galardonado con el Pullitzer en 1982.

En todas ellas destaca la amplitud de vocabulario de Plath, la forma casi irracional con la que crea las imágenes, la seguridad en el manejo de las rimas y, sobre todo ello, su intensidad. Su lectura conmueve y, en ocasiones, pesa en el alma, pero siempre contagia todo lo que la poeta siente al escribir sus versos.

De toda su obra, vamos a cerrar este post con un fragmento de Tres mujeres, un poema a tres voces centrado en la maternidad, donde cada voz representa una forma de vivirla: la mujer cuya vida gira en torno al hecho de ser madre; la que sufre por no poder serlo y la que lo es a su pesar. Tres mujeres es uno de los poemas más intensos de su obra y profundamente femenino, que tiene la capacidad de tocar el corazón de cualquier mujer pues toda mujer puede sentirse identificada en mayor o menor medida con una de las tres que Plath representa aquí.

Primera voz

Soy lenta como la Tierra. Soy muy paciente,

Cumplo mi ciclo, soles y estrellas

Me miran con atención.

El celo de la luna es más personal:

Pasa y vuelve a pasar, luminosa como una enfermera.

¿Lamenta ella lo que me va a suceder?

No lo sé. Está simplemente asombrada

ante la fecundidad.

 

Cuando salgo, soy un gran suceso.

No tengo necesidad de pensar o de prepararme.

Lo que sucede en mí tendrá lugar

de todos modos.

El faisán se yergue sobre la colina:

Se alisa las plumas pardas.

Sonrío a mi pesar a todo lo que conozco.

Hojas y pétalos me acompañan.

Estoy lista.

 

Segunda voz

Cuando la vi por vez primera,

esta pequeña hemorragia, no lo creí.

Veía a los hombres andar a mi alrededor, en la oficina.

¡Estaban tan tranquilos!

Algo había de cartón en ellos, después comprendí

Esta banalidad tan vacía, la que engendra las ideas, las destrucciones,

Los buldozers, las guillotinas, las habitaciones blancas llenas

De aullidos. Y las abstracciones. Estos arcángeles fríos.

Yo estaba sentada ante mi máquina de escribir,

en sastre y tacones altos.

 

Cuando el hombre para el que trabajo me dijo

sonriente: “¿Vio un fantasma?

De pronto está usted tan pálida”. No dije nada.

No alcanzaba a creer. ¿Es que es tan difícil

Para el espíritu concebir una cara, una boca?

Los pedidos salen de las teclas negras y las teclas negras salen

De mis dedos alfabéticos, ellas ordenan las piezas.

 

Y aún las piezas, los pabilos, los engranajes,

toda una multiplicidad brillante.

Muero sentada. Pierdo una dimensión.

En mis oídos hay trenes que rugen, salen, salen.

La huella plateada del tiempo se devana en la distancia.

El cielo blanco se vacía de sus promesas como un tazón.

Esta resonancia mecánica producida por mis pies.

Tap, tap, tap, tobillos de acero. Siento una insuficiencia.

 

Es una enfermedad que llevo conmigo, es una muerte.

Una vez más, es una muerte.

¿Es el aire, Las partículas mortales que aspiro? ¿Soy un pulso

Que se debilita cada vez más ante el arcángel frío?

¿Es él mi amante? ¿Esta muerte, es ella otra muerte?

Cuando fui niña, amé un nombre corroído por el liquen.

¿Sería entonces el único pecado, este viejo amor

muerto de la muerte?

 

Tercera voz

Recuerdo el instante en que realmente lo supe.

Los sauces perdían su calor,

El rostro en el estanque era bello, pero

no era el mío, Tenía un aire importante, como todo el resto,

Y no veía más que peligros:

palomas, palabras,

Estrellas y lluvias de oro — ¡concepciones,

inseminaciones! —

Recuerdo un ala blanca y fría.

 

Y el gran cisne, con su mirada terrible,

viniendo a mí, como un castillo, de río crecido.

Hay una serpiente en los cisnes.

Ella resbaló cerca de mí; su ojo contenía un mensaje sombrío,

Vi el mundo en ella —pequeño, mezquino y sombrío.

Cada pequeña palabra enganchada a otra, los actos a los actos.

Algo había brotado de ese día cálido y azul.

 

No estaba lista. Las nubes blancas

se precipitaron.

A los cuatro sentidos.

Ellas me descuartizaron.

No estaba lista.

Carecía de respeto.

Creía poder negar las consecuencias.

Pero ya era demasiado tarde.

Era demasiado tarde,

y el rostro se tornó más nítido,

amoroso, como si yo estuviera lista.

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