El debate sobre lo sucedido no va a faltar. Pero los cien
mil muertos no volverán a estar entre nosotros.
No conviene olvidar aquellos momentos de angustia de
hace un año. No sabíamos cómo llamarlo, pero tampoco sabíamos lo que vendría
después: decenas de miles de infecciones y de muertes; abandono de los mayores
en residencias; ‘arresto’ domiciliario; pérdida de un millón de empleos;
destrucción de miles de empresas familiares; juventud con escasas perspectivas;
miles de familias rotas por la pandemia; ruptura del escudo social… Lo mismo
nos daba hablar de peste china que de coronavirus o covid19. Hasta llegamos a
inventarnos el vocablo “desescalada”, sin haber llamado escalada al ascenso
continuado de afectados y difuntos. Un vocablo bien empleado en el Reino Unido,
pero desencajado en esta España dolorida y moribunda.
Me gustaría equivocarme, pero dudo que las ya mermadas
ayudas europeas vayan a mitigar el daño del Gobierno y la ineficacia de sus
miembros o de sus asesores, incluidos los comités en nombre de quienes se
tomaban supuestas decisiones, pero que no existían. ¿Recuerdan el comité de
expertos? Pues ni expertos ni gaitas marineras. Menos mal que no estaba en el
Gobierno la derecha, pues de haberlo estado se hubiera montado “la de Dios es
Cristo”. Si ya se hizo por un perro en tiempos de Rajoy… Por aquel entonces, al
presidente se le tildó de “asesino”, sobre todo por la siniestra menos elegante
políticamente y más analfabeta; imagínense qué se le hubiera llamado si se
hubiera dado una situación de pandemia como la que hemos vivido y aún vivimos.
Hubiéramos ido de algarada en algarada y estoy convencido de que lo del
confinamiento hubiera sido imposible porque las calles hubieran permanecido
incendiadas.
Ésta es la fecha en que seguimos echando de menos los
levantamientos contra el Gobierno por su demostrada ineptitud. Estén seguros de
que, cuando acabe la crisis, echaremos en falta a asociaciones, organizaciones,
federaciones y ONG amamantadas por el PSOE; esas mismas que se manifiestan
contra todo lo que se menea cuando los gobiernos son de la derecha. Esas mismas
organizaciones que, por arte de magia, se desactivan cuando el PSOE llena sus
arcas. ¡Hasta los jubilados vascos se han olvidado de que los viernes existen
en cada semana!
Ahí tienen la muestra diaria: los sindicatos de clase
callan y tragan, siguen empanados, con la hucha llena y la andorga repleta;
pasamos de los casi cinco millones de parados y otros 700.000 en ERTE acabarán
en el desempleo tan pronto como se asiente y vaya disminuyendo la pandemia.
Piensen que ya hay sentencias que permiten despidos estando en ERTE, siempre
que sea por causas económicas de la empresa. Pintan bastos en un horizonte
tenebroso.
Precisamente en pleno infierno de la pandemia, cuando
aún no imaginábamos que íbamos a llegar hasta donde hemos llegado, tuvimos que
escuchar a Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, que “Los
ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos
que hacer algo, ya”. Aberraciones como esa, señalan toda la indignidad que
puede acumularse en el ser humano y se ponen frente a la fuerte carga de
desprecio que merecen.
Tranquilos porque no fue la única que se rasgó las
vestiduras de la indecencia y el odio: una concejala ultraizquierdista canaria,
del Ayuntamiento de Arrecife para más señas, se dio a conocer con su ‘profunda’
reflexión respecto a que “El coronavirus es un aviso de la naturaleza contra el
exceso de viejos en la Tierra”. La paranoia atenaza a los más deteriorados
políticamente.
En fin, hemos llegado a lo que todos conocemos. Desde
aquel fatídico 8M de 2020, la ineptitud del Gobierno --a pesar de los múltiples
sacrificios y el ejemplar comportamiento de la ciudadanía-- la resumo en algo
que leí por casualidad y que no recuerdo dónde: “Un chulo de playa, un filósofo
separatista, una parásita feminista, un analfabeto agente de Maduro, valen para
lo que valen, pero no para gestionar la crisis. No para salvar vidas”.