.org/humo-jose-ovejero/ Reseña realizada por Begoña Curiel.
Historia cruda e incómoda donde la supervivencia marca el latido de los personajes. Todo está medido en Humo para tensionar al lector con incertidumbre constante y una estudiada “escasez” de datos. No hay tiempos cronológicos, nombres propios ni contextos. La novela obliga a vivir y sentir el presente narrativo que ofrece el autor. José Ovejero es un sesudo estratega: dosifica sus cartas para que te estalle el borbotón de preguntas desde el comienzo: ¿Quién es esa mujer y ese niño que apenas habla? ¿Que no son familia? ¿Por qué están en una cabaña en mitad del bosque donde parece faltarles todo? El interrogatorio interior de «por qués» cesa cuando comprendes que ese es el juego de la obra. Un par de ejemplos. Página 10: «Hace cinco o seis años que no piso una ciudad y me he acostumbrado a oír únicamente los sonidos que produce la naturaleza» dice la mujer, la narradora. De esa ciudad poco más conocemos salvo el humo que en ocasiones se vislumbra al fondo. «La gata –convive con ellos y es la única que tiene nombre– y el niño no pueden explicarme por qué hacen lo que hacen, no aportan motivos. Son dos cajas negras imposibles de abrir», explica en la 14. “Cajas negras”, esa es la definición de casi todo o casi todos los habitantes de la novela. Personajes y escenario son un enigma; sentía en la lectura que cada dato llegaba como un regalo. Esperas que el autor “te eche algo para comer”, pasas las páginas para saber más. Así trata de engancharte. Me escuchaba a mí misma implorando: «dime algo más, por favor». Con Humo, el lector “trabaja”. Un hombre aparece de vez en cuando con provisiones y con él reaparecen las preguntas: ¿quién es? ¿Qué relación les une? Su presencia intermitente confirma aún más la determinación de la mujer; no desperdiciará afectos porque su objetivo es amanecer al siguiente día. De ahí el grosor de su coraza. Debe mantenerse fuerte. Tan sólo el niño consigue que baje la guardia. Lo comprobaremos pero, ojo, sólo en contadas ocasiones, que no está la supervivencia para derrochar sentimiento ni energía. Sólo por este hecho, y aunque la protagonista de Humo sea la mujer, me cautiva el personaje del crío. Como lectora son sus incógnitas las que más he sufrido. De hecho me he quedado con “muchas ganas de él” aunque explayarse –como en otras cuestiones– no entrara en los planes del escritor. En estas páginas la humanidad implica una pérdida, las reservas se emplean para lo urgente y necesario frente a la naturaleza hostil. Puede ser maravillosa sí, te da pildoritas para mantenerte en pie y en ti está aprovecharlas, pero su poderío marca la diferencia entre vivir o morir, el ritmo del presente y –como mucho– del siguiente minuto. En la lectura se constata la alerta permanente que exige la supervivencia. Es el encierro en una cabaña a cielo abierto. Y no, aquí no hay “influencias pandémicas”. José Ovejero escribió la novela antes del fatídico coronavirus. No es precisamente un confinamiento rural escogido por placer. Tenía claro lo que quería y así lo recordaba el propio autor en el encuentro que mantuvo el pasado 22 de febrero con la también escritora Elsa Veiga y del que disfruté en directo en el perfil de la librería Rafael Alberti (gracias de nuevo por vuestras actividades en estos tiempos especialmente virtuales) en Instagram. La misma rotundidad de sus respuestas en la charla –como en la entrevista que afortunadamente nos concedió y publicó hace poco ELD– es la que preside Humo; la de un autor sin dudas sobre sus proyectos y deseos literarios, lo que a su vez se refleja en su escritura. Al menos en esta novela, donde todo es preciso en palabras, frases y contenidos. La quietud y silencio (salvo el ruido de las abejas entre otros sonidos y presencias inquietantes) que rodea la cabaña es un espejismo. José Ovejero controla las riendas narrativas para conseguir este objetivo. Construye el escenario desasosegante para que se adhiera a la piel del lector. Sin adornos literarios. Su fórmula es la premeditada economía de datos, frases breves o no demasiado extensas y elaboradas con pericia, diálogos sin el corsé de guiones. La táctica responde a la parquedad que requieren sus escenas, característica que define a su protagonista. Y no por ello, reduce la intensidad de lo contado sino todo lo contrario: amplifica las sensaciones que pretende despertar al lector. Por cierto, por esa “concreción” de la que hablo, habría descartado esta novela de haber visto sólo su sinopsis. Tenía interés por leer a José Ovejero y Humo era su último trabajo publicado. Por eso llegó a mi casa. Pero su sinopsis –y sé que su principal función es resumir– no atrae, no engancha. Necesita algo más. De no haber ido “a por el escritor” no existiría esta reseña ni las ganas de volver a leerle.Puedes leer la entrevista que nos concedió recientemente pinchando este enlace.FacebookTwitterPinterestWhatsApp