Relato "El sabor de la sangre" de Álex Cardoso

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Me excita verlo reírse. A cada tiro que le voy dando al canuto, observo cómo disfruta por entre la cortina de humo que exhalo en su cara. A veces solo me mira, callado, con los ojos muy abiertos, sin pestañear. Otras, entre las nubes que brotan junto al aire de mis pulmones haciendo figuras extrañas, me concentro en distinguir la sangre que mana de la rajadura de su cuello como si fuese una fondue… ¡Qué festín! Y pensar que hay quienes insisten en prohibirme estos placeres… Hasta me daban pastillas para inhibir la forma que tengo de disfrutar de la vida.  Que si risperdal, que si el sinogan… Cosas que me pusieron gorda y fea. Química que no puede borrar el pasado. ¡Qué hijos de puta! Por suerte ya todo eso pasó.

Y ahí sigue él. A mi merced…  No se parece en nada al anterior. Este es tan delgaducho y blanquito… El otro era negro y musculoso, pero la sangre siempre sabe igual.  Bueno, la del asiático no…, esa sabía como…, a soja. ¿O serán imaginaciones mías? ¡Me encanta el sabor de la sangre!

En cualquier caso, es bueno sentir que tengo el control, aunque a veces lo pierdo, la verdad. De hecho, cuando creo que me he saciado, que ya tendré mi cuerpo bien nutrido de ese plasma y me digo. ¡BASTA, YA ES SUFICIENTE…! Cuando llega la hora de irme a casa antes del amanecer y dormir ahíta del salado zumo, la visión de ese riachuelo escarlata que aún no se ha secado me impulsa a saltar nuevamente sobre su cuerpo desnudo y clavar en la grieta del cuello mis colmillos, mi boca, mi cara y mi alma y chupar y chupar con un placer que vosotros, infelices, ni imagináis.

Más tarde, con el sellito… ¡Ay, señor…! Con los tripis me sale la vena creativa… ¿Lo veis? ¡Todo se reduce a venas! Es en ese instante cuando elevo mi alma y con la propia sangre escribo algún poema breve, de esos que los samuráis de antaño también escribían cuando sabían que iban a morir. Les llamaban los haikus de la muerte y yo se los dedico a estos, porque su transición al más allá merece un acto de honor. Se resistieron, os lo aseguro, pero ya no tenían escapatoria.

¿Qué hombre no sucumbiría ante la imagen de una chica guapa como yo, eternamente joven y además sola e indefensa en mitad de una carretera? Mi piel tan blanca, mi pelo rubio, mis labios rojos, mi falda cortita y mis colmillitos, que a todos le causaba encanto a la primera sonrisa… «Pareces una vampiresa», decían siempre mirándome con deseo, pero cuando nos salíamos del camino y veían en mis manos el afiladísimo tanto japonés, abrían los ojos y suplicaban.

A este ya le he hecho uno de esos breves poemas… Dice así: Sobre tu cadáver/ hormigas van y vienen/pintadas de rojo. ¿Veis la escena en pocas sílabas…? Yo la tengo delante. El chico yace inmóvil entre los matojos. La luna respira. Alumbra con generosidad el paraje donde nos hallamos. Se hincha y deshincha rítmicamente. Varios murciélagos aterrizan con un silencioso aleteo sobre el cuerpo frío. Van de un lado a otro como viejos que se guarecen bajo sucias capas por culpa de alguna llovizna. El joven flota a pocos centímetros del suelo mientras las hormigas pintadas de rojo se lanzan a la tierra y forman círculos que estrechan y abren según les da la gana.

Algunas luces azules se van acercando…  No sé de dónde vienen. En medio de ellas corretean aullidos y sombras desde las que salen unos haces blancos como espadas láser que se mueven en todas direcciones, cortando el escaso ramaje… Me llaman. ¿Cómo saben mi nombre? Yo les grito. Les muestro mis colmillos manchados. Las espadas caen sobre mí, pero no me hieren. No saben que soy inmortal.

Me preparo para la lucha. Estiro el brazo y les apunto con el Tanto. Veo el trueno que uno de ellos deja escapar contra mi cuerpo El ruido me lleva con la fuerza de un huracán. Me doy cuenta de que también voy a morir. Después de todo lo agradezco. Estoy cansada. Por suerte, hace mucho tiempo que en la casa familiar dejé escrito con mi sangre el Haiku más hermoso que he parido. Está en el escritorio de mi habitación y dice así: Mala sangre/ mi familia pervertida/ yace en el jardín.

UNETE



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