Entrevista a José Ovejero escritor

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Madrid, 1958. Residió entre Bonn y Bruselas. Actualmente vive en Madrid.

Ha publicado distintos géneros entre novelas, libros de cuentos, poesía, teatro, libros de viajes y ensayos, por los que ha recibido algunos premios, «muchas alegrías y alguna frustración», afirma Ovejero en su propia bío.

Publica artículos y relatos en diferentes periódicos, revistas y antologías, tanto en España como en el extranjero. En la actualidad coordina la sección de cultura de la revista La marea e imparte regularmente talleres de escritura creativa en diversos centros y universidades españoles y extranjeros.

Su última obra publicada es la novela titulada Humo.

Entrevista realizada por Begoña Curiel para ELD.

–¿Es capaz José Ovejero de leer una obra cuyo único objetivo sea entretener? Pongamos en este caso su calidad literaria cumpliera unos mínimos.

Es curioso, pero mientras que puedo ver películas banales sin ningún problema -por ejemplo, una película de acción cuyo único objetivo evidente es entretener y de la que no voy a aprender absolutamente nada-, me resulta imposible hacer lo mismo con un libro. Me he acostumbrado a que la literatura sea un espacio enriquecedor, que me aporte una emoción o ideas que ensanchen mi vida, no que la dejen como estaba.

–¿Se considera un lector exigente? ¿Le gusta que le hagan pensar al igual que hace usted con sus libros?

Creo que la primera respuesta da ya una pista de mi respuesta aquí. No sé si exigente es la palabra, pero sí me gusta que una novela debe ser un pequeño reto, para mis emociones o para mis ideas.

–Abarca todos los géneros como escritor. ¿Alguno favorito para leer?

Leo sobre todo ficción (novela y cuento) y ensayo. La poesía y el teatro se quedan un poco cortos en mis lecturas.

–A fecha de hoy, ¿qué lee? Cuéntenos, ¿lo está disfrutando?

Suelo leer un par de libros a la vez, de dos géneros distintos. Ahora mismo estoy leyendo un libro de relatos, Geografía de la oscuridad, de Katya Adaui (relatos) y Por qué nos creemos los cuentos, de Pablo Maurette (ensayo). Los dos me están interesando bastante; el primero por su estilo (y entiendo el estilo no solo como una decisión estética, sino como una manera de entender y expresar la realidad), y el segundo porque se ocupa de un tema que yo también he tratado y me interesa mucho ver otro punto de vista.

–A veces no leo a autores que me disgustan por motivos distintos a su literatura y siento que me puedo estar perdiendo una buena obra. ¿Le pasa a usted?

No. Hay autores que me disgustan mucho como personas y sin embargo leo su obra si esta me interesa. No es que diga eso de que hay que separar a un autor de su obra, cosa imposible, y no sé si deseable, en lo que se refiere a su reconocimiento público y a cómo hablar de ello; otra cosa es la experiencia lectora: mientras leo un libro sí me gusta entenderlo como un espacio en el que sumergirme un tiempo, evitar las interferencias de la realidad, y encontrar lo que tenga que ofrecerme. Un caso extremo es el del antisemita Céline, cuyo Viaje al interior de la noche me parece una maravilla. A menudo la literatura -el arte en general- surge de un desequilibrio, y no podemos querer la gran obra pero negar la posibilidad del desequilibrio. No se trata de justificarlo, sino de entender que el mundo es así; los escritores no son mejores que el resto de los mortales.

–A José Ovejero le gusta explorar nuevas miradas, buscar, probar. ¿Por eso necesita trabajar en muchos géneros? No obstante, con el paso del tiempo y la experiencia, ¿se siente más cómodo en alguno concreto?

Ya no sabría decir en qué genero me siento más cómodo, y quizá por eso sigo pasando de uno a otro. Acabo de publicar Humo, una novela, y es probable que lo próximo sean un libro de relatos y uno de poemas. Y sigo haciéndolo así porque me siento cómodo, en el sentido de que tengo la impresión de que me sirven para acercarme a las cosas con herramientas diferentes: no sólo te expresas de forma distinta si estás escribiendo novela o poesía; también miras de forma distinta.

Sí tengo abandonada la literatura de viajes, y no sé si regresaré a ella. He perdido el deseo, y sin deseo no hay literatura auténtica.

–He leído en sus entrevistas que puede permitirse hacer el trabajo que quiere hacer independientemente de lo que diga o marque el mercado porque tiene editores que le apoyan y que por tanto, se considera un privilegiado. Denota una firmeza y valentía que hoy cuesta encontrar y digna de admiración. ¿Cuál es la fórmula y las consecuencias o inconvenientes que conlleva?

No creo que sea falsa modestia decir que no se trata de valentía. Es sólo que, aunque nadie puede escapar a las influencias de su tiempo y a la presión de la realidad que lo rodea -y parte de esa realidad es el mercado-, siempre he entendido la escritura como algo que hago porque lo deseo -otra vez esa palabra esencial-: nadie me lo pide, nadie espera nada de mí, nadie me lo exige. Entonces escribo lo que me parece a mí interesante, y si luego interesa al lector, mejor que mejor, pero mientras estoy escribiendo me da igual. Y sí, tengo mucha suerte de que mis editores acepten mis quiebros y regates. Sólo me faltaría tener un editor o editora así para poesía, que voy publicando donde puedo y preferiría tener continuidad.

–Muchos autores aseguran que escriben para entender el mundo. ¿Lo entiende usted mejor ahora que cuando comenzó su carrera?

Lo que entiendo mucho mejor es la complejidad del mundo. Escribir en serio, leer buena literatura, te ayuda precisamente a eso, a descubrir esa complejidad de la realidad y de ti mismo. Te descubre matices y contradicciones, emociones e ideas a las que no habrías sabido acercarte de otra manera. Para mí lo que define la mala literatura es precisamente que simplifica la realidad en lugar de estar atenta a su complejidad.

–Ha dicho que siempre se ha considerado escritor. Desde adolescente. Hay gente que se llama escritor desde el instante que publica, bien con el respaldo de una editorial o autopublicándose. ¿Qué opinión le merece?

¿No hay escritor si no publica?

He leído que Edward Hopper sólo había vendido un cuadro antes de cumplir cuarenta años aunque llevaba mucho tiempo pintando. No creo que fuese más pintor por empezar a vender. Una cosa es el reconocimiento externo y otra cómo vives tu vida. Yo he escrito desde niño, siempre me he considerado escritor aunque empecé a publicar relativamente tarde. Nunca he concebido vivir sin escribir; y es eso ser escritor, nada más.

–Su última novela Humo –de la que próximamente publicaremos reseña– no es una obra cómoda para quien quiera despejarse o no preocuparse demasiado. ¿El escritor puede estar/vivir ajeno a lo que ocurre en el mundo o debe mojarse?

A mí, francamente, me da igual que un escritor se moje o no en sus libros. Eso del compromiso del escritor me parece un tema accesorio a la literatura. El compromiso que debe existir es el de escribir bien; ¿qué hacemos si no con Kafka o con Borges? Mis libros a menudo sí están muy pendientes de la sociedad en la que vivo. Yo hago las cosas así, pero no espero de los y las demás que hagan lo mismo.

–Su protagonista no tiene precisamente una existencia dulce pero intercala usted pinceladas de belleza que vive en más sitios de los que creemos. ¿Ha sido por compensar la balanza o porque cree que la vida es eso?

La verdad es que no pretendía compensar nada, es sólo que si escribes historias con un mínimo de profundidad acaba saliendo una paleta muy amplia de emociones. El entorno en el que viven los protagonistas de Humo es hostil, y los personajes se han endurecido; pero eso no significa que no haya belleza, ternura, afecto en sus vidas o que no sepan descubrir todo eso a su alrededor.

 –¿Es de los autores que sufren o es capaz de abstraerse como constructor de historias del destino que ha marcado para sus personajes?

Las dos cosas; como leía hace poco, uno puede empatizar con el leproso sin desear la lepra. Procuro distanciarme de los personajes, no pretendo vivir lo que viven ellos; pero al mismo tiempo no puedo evitar que me afecte lo que les sucede, porque para desarrollarlos tengo que ir entendiendo qué sienten. Y esa cercanía que se genera así a veces es dolorosa.

–Por cierto, ¿los lleva siempre por donde quiere? Algunos autores dicen que se les rebelan, que elevan su voz por encima de ellos.

Creo que es una imagen equivocada decir que los personajes se rebelan. Los personajes no son seres vivos con voluntad o deseo. Lo que sucede es que a medida que los vas escribiendo vas descubriendo posibilidades que antes desconocías. Es como cuando conoces a una persona en la realidad: primero tienes una impresión general, un par de percepciones; pero a medida que vas relacionándote más con esa persona descubres más matices y también más posibilidades en tu relación con ella.

–Me encantó un artículo suyo en el que afirmaba que la literatura ha salvado a su madre. Creo firmemente en su capacidad liberadora. ¿Le ha salvado o le salva a usted a diario? De ser así, ¿nos explicaría cómo?

La literatura a mí me ha servido de formas distintas: como espacio protegido para mis emociones en una época en la que tenía dificultades para relacionarme con ellas (lo que significa también dificultades para relacionarme con el mundo); es un refugio donde encontrarte contigo mismo, donde entender mejor quién eres; ¿basta con eso para decir que la literatura salva? Creo que sí; sin ese espacio en el que podemos sentir cosas que en la vida nos daría miedo sentir, o en las que no queremos que los demás nos reconozcan, sería mucho más difícil soportar la cotidianidad. Además, acceder a todas esas cosas a través de la experiencia lectora nos hace sentirnos menos solos: el texto muestra que nuestra experiencia no es sólo nuestra, sino que la compartimos con más gente.

Por supuesto la literatura no es sólo eso: también es una ventana abierta al mundo que nos rodea y una superficie de juego y de placer estético.

–¿Los “happy end” existen? A veces reconfortan y se necesita desconectar a ratos. Argumento simple pero efectivo para llegar al amplísimo espectro de lectores. Para usted, ¿todo lector es bueno?

Decía Orson Welles que tener o no un final feliz depende de dónde decidas detener la historia. Y esa decisión es siempre importante, pero es una decisión que debes tomar a partir de una sensación muy subjetiva: ¿qué te exige la historia que estás contando? ¿Dónde la detienes para cerrarla de la forma que más le conviene? Supongo que para quien tenga un ojo puesto en el mercado mientras escribe la decisión tenderá hacia el final feliz. Como a estas alturas de la entrevista creo que está claro que no es esa mi forma de escribir, procuro siempre fiarme de mi instinto literario. El lector, bueno o no, decidirá si le interesa lo que yo hago. Y esa es la mejor relación que puede uno tener con sus lectores: a través de la obra misma.

–¿Cómo lleva la promoción de sus libros? Ahora no está el panorama para demasiado contacto pero cuando le toca, ¿cuesta salir del silencio de la escritura?

No suelo llevarla mal, aunque siempre hay un momento en que empieza a parecerme excesiva, que es ese momento en el que empiezo yo a aburrirme a mí mismo con mis respuestas. Por lo demás, soy escritor, no monje de clausura, y no me importa salir del silencio de la escritura, siempre que esté seguro de que tendré bastante tiempo para escribir.

–¿Es de los que se enclaustra para escribir o no necesita aislamiento?

Hace años alguien me descubrió en un aeropuerto, de pie, con un pie sobre una barrera de metal, para sostener sobre el muslo la libreta en la que estaba escribiendo. No son las condiciones ideales, por suerte no siempre tengo que escribir así, pero es verdad que puedo escribir en cualquier postura y en cualquier momento. Lo que sí creo que hay que tener en cuenta es que dónde y en qué condiciones escribes probablemente influye en tu obra. Por ejemplo, para Humo es una novela muy centrada en sensaciones, también en algo que yo llamaría contemplativo -todos esos momentos en los que la protagonista mira el bosque que la rodea, las montañas, todos esos momentos en los que para en la lucha por la supervivencia y respira despacio-. Y creo que le ha venido bien que yo pudiese pasar mucho tiempo en una casa en un bosque, mirando yo mismo a mi alrededor sin ninguna prisa, respirando despacio.

–No sé si los frecuenta habitualmente pero ¿qué opina de blogs y páginas que hacen reseñas sin ser críticos literarios profesionales por el simple placer de comentar sus lecturas?

En un momento en el que la prensa dedica cada vez menos espacio a la cultura -a la cultura, no al espectáculo- y menos aún a la literatura, creo que la proliferación de lugares en los que se discute sobre lo que se lee se ha vuelto fundamental para la conversación de la sociedad sobre libros. No me interesan nada esas páginas como goodreads en las que la gente pone estrellitas y hace comentarios breves. Pero los blogs en los que alguien cuenta con cierto detalle su experiencia lectora sí me parecen interesantes. Aunque luego, como en todo, habrá quien me parece que hace un buen trabajo y quien no.

–¿Qué comentario o crítica le ha afectado más, para bien y para mal, de alguno de sus libros?

Siempre resultan ligeramente desagradables las críticas negativas; me parece lógico; un libro es un proyecto al que has dedicado mucho tiempo y mucho esfuerzo; por otro lado, nadie puede esperar que su libro guste a todo el mundo. Así que aceptas que las cosas son así, y ya está. Me duelen las críticas obviamente malintencionadas; sí recuerdo una de hace años en las que el autor de la crítica hacía comentarios despectivos sobre mí, no sobre el libro, al que luego ni siquiera trataba mal. Y me fastidian las críticas perezosas, cuando ves que el crítico no ha hecho un esfuerzo por entender tu propuesta.

Las críticas que te afectan para bien son las reseñas positivas de críticos cuyo trabajo admiras, y sobre todo si tienes la impresión de que han ido más allá de lo evidente y han entrado de verdad en el meollo de tu obra.

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