Ese ritual de actualidad en el medio televisivo, dedicado a
herir la sensibilidad del espectador con imágenes desagradables
utilizadas con ocasión de la pandemia, pudiera entenderse como la
continuación de la práctica habitual de rendir culto a escenarios
sanguinarios, centrados en proyecciones de tiroteos, crímenes,
degüellos y asuntos de calado mayor, con la pretensión de ganarse a
cierto tipo de audiencia. No obstante, para aliviar semejante tensión
y tanta rutina, de cuando en cuando, se sigue la práctica del
descerebramiento colectivo con chismes de corralillo, historietas
prefabricadas o programación sin contenido, donde lo único
atractivo son los anuncios, es decir, ese espacio tan reiterado
cuando el sufrido espectador cambia de canal para encontrarse con lo
mismo. El material que se ofrece está basado en repeticiones y más
repeticiones, copias o malas adaptaciones, porque las aportaciones
originales autóctonas sería mucho mejor desecharlas y gastarse el
dinero en fuegos de artificios para ilusionar a la infancia. Habría
que añadir que, entre tanto producto vacuo y machacón, a veces es
posible toparse con algo aprovechable, casi siempre de factura
foránea. Ausente de ingenio propio, el medio televisivo siempre mira
a ambos lados para ver lo que puede copiar a bajo coste. Imitando el
material ajeno, a unos les ponen de pie para que luzcan el tipo, a
otros se les recuesta mientras degustan aperitivos y algunos se
montan el corrillo de afiliados al servicio del entretenimiento, para
despliegue de sus supuestas dotes comunicativas. Nada de nada, por lo
que sin duda el producto está diseñado con la pretensión de
hacerse cercano al espectador y ganar seguidores, atendiendo a la
directriz económica, aunque sobre ella siempre prime el interés
personal de quien en último término maneja el negocio atendiendo a
sus fines particulares.
La prevalencia del arsenal hiriente que entra por la retina, no
solamente afecta a la sensibilidad, al espíritu y el sentido común,
es el acto final de un sistema televisivo agotado entregado a la
decadencia intelectual que busca cómo economizar en dinero, bien
porque es rehén de una plantilla desbordada en número y aporta muy
poca cosa o debe atender a compromisos personales en las altas
esferas o está demasiado vinculado a los amiguetes del gremio, en
este caso, pretendiendo hacerles influenciadores cuando solo son
juguetes rotos. Pese al bodrio generalizado, la audiencia del
televisor encendido y de cabezada de sillón le es fiel y hasta ahora
viene salvando a duras penas su economía ante los entendidos en el
asunto del marketing, empeñados en la vieja creencia de que el que
no se anuncia en televisión no vende. Realmente a esta
televisión de pobres no se la
puede exigir mucho más, porque no hay que pagar, aunque pagando se
llega al mismo punto. Es el tributo obligado hecho efectivo en
términos de publicidad a cambio de muy poco de entretenimiento.
Queda el recurso de la propaganda y ahí está la doctrina
del que manda, dispuesta para infiltrase en la mente colectiva, para
que piense y actúe conforme al mandato oficial. Ahora toca
concienciar al auditorio sobre los males que ocasiona el virus y lo
mala que puede ser alguna gente. Como el adoctrinamiento parece ser
que llegue mejor al entendimiento con el ejemplo, seguramente por eso
se sirve este proceso de insensibilidad sensibilizante
visual que flota en el ambiente.
En
otros tiempos, los medios televisivos, como más
significativos en el plano mediático para el público en general,
rotulaban como avance de algunas noticias más o menos duras para la
vista aquello de que podían herir
la sensibilidad del espectador.
Hoy, hasta las imágenes que pudieran interpretarse como agresivas
para la sensibilidad de un espectador medio se sirven en el mismo
plato que cualquier otra, es decir, sin avisos previos y sin
miramientos. Nos encontramos con que los tiempos han cambiado
radicalmente o, pudiera ser, que haya una falta de consideración
para con el televidente. Probablemente se trate de lo primero, y la
gente, habituada a captar imágenes de variada condición en los
numerosos medios que pululan por el mercado, resulta que no es que
carezca de sensibilidad, sino que ya no se siente impresionada por
nada. De ahí que huelguen los mensajes preventivos y se economice en
trabajo de rotulación.
Aprovechando la coyuntura, tales medios se han acogido por
conveniencia al falso principio de la insensibilidad social,
considerando que tal vez las imágenes ya no resulten hirientes a los
mirones, y de esta manera se ensañan sin la menor consideración con
el sufrido espectador con imágenes desagradables y repetitivas, por
si con esta modalidad le sensibilizan conforme a los intereses
dominantes. También influye que machacar y machacar utilizando sin
piedad las mismas escenas una y otra vez, económicamente sea
rentable para el medio. Y así resulta que si predominaban hasta hace
poco las escenas de meter palillos por la nariz o la boca a
todo el que se prestaba a la operación, ahora el eje central del
asunto se ha desviado al tema de las inyecciones. Como se ha
puesto de moda, un porcentaje muy elevado de las imágenes
informativas giran sobre lo de los palillos y los pinchazos, bien
alternando ambas prácticas o imponiendo un número monográfico de
esa especie ejercicio de banderillear a las personas, que a
alguien le puede recordar lo del toreo. Pasan los días y se ha ido a
más, aprovechando la rabiosa actualidad de la pandemia. El
espectador televisivo tiene que sufrir resignadamente y a cada paso
de esos espacios que se suelen llamar de información lo de las
funestas imágenes de instrumentos hiriendo partes delicadas de sus
congéneres, agujas clavadas en las carnes, enfermos en estado
terminal, muertos en camillas, ataúdes en plan recordatorio del
futuro inmediato o enterramientos en vivo y en directo, probablemente
para que las imágenes les sirvan de llamada a la prudencia, pero sin
el menor aviso previo, aunque pudieran herir o no herir su
sensibilidad.
Al final, sería provechoso que, tras la batalla cotidiana, cuanto
menos de los mal llamados informativos, hubiera una pausa en la
contienda para ofrecer más imágenes relajantes, a fin de que el
espectador sensible pueda recuperarse, respirar profundamente y
sentirse aliviado de tanta tensión mediática destinada a
concienciar al público sobre la pandemia.