“….solo nosotros entre todos los
seres vivientes tenemos la conciencia de nuestra mortalidad, y esto es,
entendiéndolo bien, un gran don y al mismo tiempo una gran tarea….” Hans Küng
Cuando iniciamos el taller con el
nombre “La muerte mi amiga”, mis expectativas del mismo giraban en torno a un
trabajo para aprender a elaborar y vivir el duelo por la pérdida de un ser
querido, o bien para saber cómo acompañar a otras personas en este proceso. Para mi sorpresa, reflexionar acerca de nuestra propia muerte era el tema que el padre Luis Valdez SJ nos tenía
preparado para este taller.
De entrada, hablar de nuestra propia
partida es algo que no nos gusta a pesar de que es lo único seguro que tenemos
en la vida. Sin embargo, el trabajo fue tan espiritual como hermoso. Asumir
conscientemente nuestra propia muerte nos ayuda a vivir de de un modo distinto
y a tener una actitud fundamental, intensa y plena ante la vida.
En hecho de haber estado cerca de la
muerte, llevó a Luis Valdez a reflexionar, meditar, estudiar y escribir y
compartir acerca de este acontecimiento que es parte, paradójicamente, de la
vida. Nos contó que en una ocasión en el trayecto rumbo a Las Islas Marías su embarcación se incendió
por lo que tuvo que naufragar y nadar entre tiburones varias horas. Comprendió
que la muerte puede presentarse en cualquier momento y que es parte y compañera
de nuestra vida cotidiana.
Parafraseando a Küng, teólogo suizo, “quien
no recluye a su propia muerte en el futuro lejano de la “hora de la muerte”,
sino que la practica a lo largo de la vida, tiene otra actitud fundamental ante
la vida”. El padre Luis nos compartió que antes de la experiencia citada él imaginaba
su muerte como algo muy lejano que le ocurriría cuando estuviera ancianito. Sin
embargo, no es privativa de cierta edad
o determinadas circunstancias, simplemente nos morimos porque estamos vivos.
El miedo a morir lo sustentamos en
los apegos que tenemos, sobre todo de índole afectivo, pues no queremos dejar a
nuestros hijos pequeños que aún les falta el acompañamiento y guía de sus
padres; no concebimos irnos y dejar a la
familia, amigos, padres; nos resistimos a dejar de ser parte de esta familia
que se nos ha brindado.
Existen otros aspectos que justifican nuestro miedo a morir: las
metas que no hemos realizado, los proyectos que no hemos emprendido, los
abrazos que no hemos dado, la disculpa pendiente, la llamada postergada, la reconciliación
esperada, la paz deseada. Para muchos los apegos son materiales, la casa, la
empresa, las cuentas bancarias, todo lo que han logrado y que se tendrá que
dejar tarde o temprano.
Lo que nos salva de lo inevitable es
nuestra fe en la trascendencia de la vida. “El hombre ha sido creado por Dios
para un destino feliz, que sobrepasa las fronteras de la vida terrestre. La
muerte corporal será vencida…es la consumación de una vida de amor; orientación
comunitaria de toda la vida que posibilita al fecundidad de la misa muerte;
trascendencia constante de los aspectos
negativos de la vida, triunfo de los valores positivos del amor y la vida”,
señala Joan Llopis.
Ser conscientes de nuestra finitud
corporal y fincar nuestra fe en la trascendencia de la vida y en el encuentro definitivo con
Dios nos ayuda a valorar cada instante
de nuestra existencia, tener una vida alegre y productiva, aceptar y amar a quienes nos rodean y vivir
intensamente el día de hoy como si fuese el último de nuestras vidas.