La incorporación de nuevos mecanismos de
gestión de las carteras de inversión ofertadas por las administradoras de
fondos generales trae consigo una serie de beneficios a las partes involucradas.
El conocimiento de su existencia y la manera en que funcionan deben contribuir
a una mejor toma de decisiones.
Las inversiones constituyen una línea de las finanzas que al igual que otras, con el
correr del tiempo, han experimentado cambios, los cuales se expresan no sólo en
los productos y servicios que se ofrecen, sino también en los procesos a través
de los cuales son materializados.
En tal sentido, días atrás en un periódico
nacional, de reconocido prestigio en el ámbito de los negocios, se ha resaltado
el papel que las administradoras de fondos han desarrollado estableciendo acuerdo
con avezadas empresas de Wall Street, implicando en ello como tendencia lo que
se ha dado en llamar arquitectura abierta de inversión.
Al respecto, como dato de interés, de
acuerdo con la información disponible a la fecha en la Comisión del Mercado de
Valores (CMF), en el país el número de Sociedades Administradoras Generales de
Fondos (AGF) vigentes alcanza a 54 instituciones que son fiscalizadas.
En lo general, este tipo de instituciones constituyen
una instancia que permite a los inversionistas de distintos tamaños acceder al
mundo de las inversiones apoyándose en productos gestionados por expertos, a lo
que adicionalmente se suma que les permite en la búsqueda de una rentabilidad
paliar el riesgo a través de un concepto clave en las finanzas como lo es la
diversificación.
Así, cuando se trata de las inversiones
basadas en fondos de inversión la arquitectura o estructura tradicional que se
ha instalado en el tiempo, es la que se denomina como arquitectura cerrada, la
cual implica básicamente que los productos de inversión que se ofrecen a los
clientes son los propios de la institución.
Por lo anterior, entonces, ¿qué debemos
considerar como arquitectura abierta? Pues se asocia con una oferta de
productos que no sólo incorpora aquellos que son propios, sino también aquellos
ofrecidos por otras instituciones, y que eventualmente pueden ser locales, o
bien ubicarse en el extranjero.
Complementariamente, cabe señalar que entre
los aspectos que están impulsando la incorporación de esta arquitectura por las
administradoras se encuentran sustentados en los siguientes tres elementos: a)
la cultura financiera de los usuarios que exigen productos de mayor calidad; b)
la necesidad de los clientes de depositar su confianza en entidades
especializadas y que dispongan de amplias opciones de inversión, y c) la
tecnología cuya evolución y desarrollo ha favorecido el acceso a diversas
alternativas de productos de inversión, acompañado de una mayor eficiencia y menores
costos.
Pero, ¿cuáles serían los beneficios que
esta arquitectura genera para los involucrados? En primer lugar, mirado desde
la perspectiva de las gestoras, esencialmente tenemos: a) Abrir nuevas
posibilidades de inversión a sus clientes; b) Vincularse estratégicamente con
grandes y reconocidos grupos de inversión extranjeros; c) Llegar con su oferta
de inversiones a nuevos grupos de interés; y d) Mejorar su gestión con nuevos
estándares de desempeño. Por otra parte, tratándose de los clientes, se pueden
destacar fundamentalmente: a) Amplifica las posibilidades de elección para
invertir; b) Mejorar la eficiencia de la estrategia asignación de las
inversiones, lo que conlleva el sentido de lograr una mejor rentabilidad, pero
asumiendo un menor riesgo; y c) Potencialmente acceder a carteras gestionadas a
menores costos.
De lo compartido en las líneas previas,
nos damos cuenta mirando el vaso medio lleno, que de la incorporación de esta
idea de la arquitectura abierta se pueden considerar como ganadores no solo los
inversionistas y también las entidades que incorporan esta modalidad, sino que
también enaltecen y actualizan el quehacer de las instituciones de nuestro
sistema financiero al reforzar la incorporación de una práctica que ya tiene
sus años de funcionamiento en otras latitudes.