Nunca
se ha hablado tanto de libertad como ahora, pero resulta que solo
está presente en el papel donde se recoge oficialmente la actividad
legislativa, en las publicaciones y poco más. En el plano real basta
con que se la observe como imagen virtual, porque cuando se la
pretende tocar con la punta de los dedos se desvanece. De la libertad
negativa de Berlin, nada de nada, y en cuanto a lo que el
autor llama libertad positiva, prácticamente resulta
inalcanzable, dado el panorama que a la vista se ofrece. Lo evidente
es que se ha secuestrado la
libertad y se la mantiene amordazada e incluso encadenada. Ejemplos
de tal situación hay demasiados, pero algunos llaman la atención.
Es el caso de cuando, utilizando el argumento de la controlar la
pandemia, defendiendo los intereses sanitarios y a mayor distancia
los del ciudadano, se limitan desplazamientos, actividades y se
aprovecha la ocasión para recargarle de obligaciones adicionales; en
definitiva, se le impide vivir su propia vida. En cuanto a la
libertad de expresión, punto clave en el ejercicio de la libertad,
la mordaza se muestra más discreta, porque llega a circular hasta
cierto punto, pero al menor desliz la censura y la represión acechan
y actúan sin contemplaciones. Ya en un plano más sofisticado, y por
ello menos perceptible, la manipulación tecnológica, dispuesta para
influir, inhibir y encadenar la libertad personal desde la apariencia
de libertad, ha pasado a ser la práctica generalizada en todos los
frentes posibles de actuación.
La
limitación de movimientos, empresa que ya camina hacia el año
cumplido, pudiera ser razonable si se obtuvieran resultados, pero
cosechando fracaso tras fracaso ha dejado de serlo. Lo curioso del
asunto es que los respectivos mandatarios, lejos de asumir su
incapacidad, sin el menor pudor culpan a la ciudadanía de lo que es
incompetencia de los gobernantes y a algunas personas se las tacha de
imprudentes, lo que, si bien pudiera ser cierto, no obsta para que
cada uno asuma su parte de responsabilidad. El hecho es que pasa el
tiempo y todo sigue igual o peor, pese a las medidas restrictivas de
libertad personal. Mucho asesoramiento científico, demasiadas
explicaciones no convincentes, propaganda en exceso, publicidad a
pleno rendimiento, verborrea y retórica a borbotones, pero
soluciones efectivas en este punto ninguna. Pese a todo esto, exigir
responsabilidades a quienes han secuestrado la libertad de las gentes
no está previsto en el horizonte de futuros acontecimientos
políticos. No obstante, pese al secuestro de la libertad real,
se mantiene la vigencia plena de la libertad de papel como una
especie de consuelo para los inconsolables ciudadanos.
Comentar,
sí que se puede comentar o al menos hacer algo que se le parece,
porque para eso están las redes sociales, alentadas como negocio de
los traficantes de datos. Incluso la actividad mediática tradicional
funciona a toda máquina explotando este filón ocasional que les
traen los días, dejando constancia de la apariencia de libertad,
servida siempre, bajo la dirección de la corte directiva, por los
respectivos agremiados que se seleccionan para dar la cara ante el
auditorio. Hay que aclarar que se trata de una libertad de
circunstancias, porque todo aquello que no está dentro de la
doctrina que promociona el cercado mediático, o sea, la que sigue
las consignas del poder político y del poder económico, se queda en
el subsuelo. En este punto ambos tienen un problema menor servido por
el otro internet, el que actúa fuera de las redes, donde siempre hay
algo que escapa de control, pero hay que contar con la censura, con
lo que simplemente se tacha de la escena y listo. A veces no sirve,
porque el asunto ha tomado demasiado vuelo, pero para eso se utilizan
las fake news, de las que se extrae lo anecdótico para
provocar la hilaridad de los bienpensantes. Mas si resulta apropiado
para dar ejemplo y practicar la represión basta con que se hable de
apología de algo, vista como incitación a cualquier cosa, de
promover a ni se sabe qué o simplemente de odiar —porque está de
moda— para disponer de un argumento, aunque sea totalmente
inconsistente, que permita aplicar la justicia de la venganza y el
escarmiento, a fin de que sirva de ejemplo a los disciplinados
ciudadanos que sueñan con recuperar la libertad sin mordaza.
Por
su parte, la manipulación tecnológica trabaja a destajo a todos los
niveles, incluso ya hace tiempo que ha tocado el tema de la
manifestación de la democracia actual, la que se publicita como la
misma esencia de la libertad. Ejemplo tenemos en la reciente
experiencia de quien controla la opinión mundial, al menos la de
este lado de la línea imaginaria que separa los dos mundos. Lo que
viene sucediendo con el proceso electoral, cojeando en el asunto de
la expresión del voto de la ciudadanía, puede extrapolarse a casi
todos los niveles de la existencia colectiva. Ya es de dominio casi
público que la ingeniería social trabaja con sus bots y los
correspondientes algoritmos para extraer la opinión personal
y ponerla del lado del mejor postor para manipularla. A tal fin se
han diseñado los big data,nutridos del instrumental derivado del uso ciudadano de internet
que luego se comercializan. También están incluidas las inocentes
cookies, eso que los más avezados, tras soltar un rollo de
palabrería barata cubriendo el formalismo de control, utilizan para
ilustrarse sobre los usuarios y que si no las acoges en la
computadora y muestras intimidades resulta que se enfadan y ya no
permiten navegar. Es un hecho que la propaganda computacional
funciona a pleno rendimiento en las redes para que los usuarios
se sientan libres y así, mientras son manipulados, dejen caer sus
respectivas sandeces, de las que siempre se toma nota para extraer, a
base de millones de terabytes
de datos debidamente tratados, lo rentable del negocio. En
este punto, resulta que la libertad individual ha sido encadenada
para que se cumplan las exigencias que imponen las multinacionales
del sector.
Ya
sea por una u otra vía, la de los que gobiernan, y aprovechan
la menor ocasión para desplegar en toda su dimensión lo de mandar,
y los que se dedican a la práctica del negocio de la
intromisión en la privacidad y en la intimidad de las personas vía
internet como actividad comercial indebidamente consentida por los
poderes públicos, el hecho es que la libertad de las personas ha
pasado a ser una utopía recogida en el papel. No hay libertad
real y los usuarios lo ignoran o si lo saben se muestran
complacientes, porque les basta con que la libertad esté ahí,
aunque solo sea formal.