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Reseña realizada por Begoña Curiel.
Simón es una vida y una ciudad como reflejo del mundo con sus correspondientes ilusiones, crisis y decepciones. Se hace largo el recorrido, con excesos y “demasiado Simón”, aunque el proceso sea interesante y el producto literario de buena calidad. El bar de sus padres y tíos, emigrantes gallegos en Barcelona, es el escenario de infancia y su primo Rico, su referencia vital. Le enseña a vivir a través de los libros pero con una pedagogía cargada de lagunas. Cuando desaparece, el mundo del niño Simón se desmorona dejando marca y lastre con tantos «por qués» sin contestar. Para colmo, en su casa/bar “no se habla”. Ni de eso, ni de nada. Es de esas familias expertas en cerrar heridas en falso. Las historias que Rico le ha enseñado a amar no siempre valen para la realidad. Al salir del nido comprueba que el éxito es posible pero este no garantiza que el futuro depare la caída. Como a todos le toca lidiar con algo tan grande como el oficio de la vida: flaquezas, miserias y desencanto aunque conocerá, y este es uno de los cantos de la novela, la amistad en mayúsculas. Estela luce en este altar (aunque agota como personaje) pero Simón es... ¿torpe, cobarde, apático? ¿Un poco de cada? Personalmente he sentido ganas de matarle por su incapacidad para agarrar fuerte y cuidar lo que merece la pena. El personaje desconcierta pero supongo que de eso se trataba. Miqui Otero lo construye a la sombra del primo pero Simón debe andar su camino solito: del bar cutre familiar (genial ese universo junto a la barra) llegará a la alta cocina, del barrio volará por el mundo, desde su origen humilde se moverá por entornos pudientes. En las contradicciones está la existencia que tan bien relata el autor. La novela arranca en la jubilosa Barcelona olímpica del 92 pero al regresar de su viaje personal Simón se encuentra con una ciudad distinta. Por Simón pasarán (entre otras muchas cosas) los atentados terroristas de las Ramblas y el conflicto del procés aunque el escritor le coloca como espectador. Y es que la novela son treinta años de Simón pero también de su ciudad. De lo que se ve y sus bambalinas. Aunque el objetivo es bueno y Miqui Otero escribe bien, me ha sobrado mucho material. No es el caso por ejemplo de la madre de Estela y sus libros de viejo. Una pequeña gran historia que me ha enamorado porque Simón es también un precioso homenaje a la literatura, a la sabiduría que guardan los libros. Esos “Libros Libres” que decía su primo Rico. Por otra parte me he quedado con ganas de más de dos secundarias: las madres de Simón y Rico. El autor aprovecha la disputa entre sus respectivos maridos –eso sí, con su sonoro silencio enconado– pero esas dos mujeres... ay, cuánto me habría gustado que las hubiera hecho hablar.