Este año un incendio constante nos disipó
lentamente, pagar las cuentas drenó nuestros pulmones, cada suspiro tuvo un
precio y la angustia finalmente parece unirnos como familia.
Hemos restado los días al calendario como
prisioneros involuntarios de un juicio sin delito, una ansiedad diaria nos
eriza la piel y es aquella necesidad por permanecer que nos hipnotiza,
manteniéndonos en una rutina monótona que nos desgasta. El mundo se encuentra
dividido entre aquellos que buscan prevalecer y el que vive exento.
En medio de la peor crisis sanitaria de los
últimos años, la vacuna parece ser el parche a nuestra herida: Según la
Administración de Alimentos y Medicamentos de los EE. UU. (FDA) ha otorgado
autorizaciones de uso de emergencia (EUA, por sus siglas en inglés) a dos
vacunas contra el COVID-19 que han demostrado ser seguras y efectivas, según lo
determinaron los datos del fabricante y los resultados de importantes ensayos
clínicos. Estos datos demuestran que los beneficios conocidos y potenciales de
esta vacuna son mayores que los daños conocidos y potenciales de infectarse y
tener la enfermedad del coronavirus 2019 (COVID-19). Este supuesto
antídoto no será suficiente sin antes una desintoxicación inexcusable a nuestra
persona.
Un año de inspiración, depresión e impulso, donde
nuestra fuerza predominó, nuestro sufrimiento nos fortaleció y la muerte estuvo
presente como sombra, nunca nuestro corazón latió tan fuerte y nuestra
espiritualidad fue tan necesaria.
El planeta nos demostró que somos frágiles y
vivimos alquilados. Esta época nos hizo guardar nuestros mejores ajuares para
vestirnos de humildad, y por si fuera poco la igualdad nos golpeó a la cara
haciéndonos guardar el ego que nos hacía sentir seres invencibles. El
mejor año para reflexionar y entender que dormimos bajo el mismo cielo, es hora
de demostrar nuestra empatía y solidaridad, ponernos en el lugar del otro,
reiniciar nuestros proyectos, demostrar nuestro amor a la humanidad y abonar a
nuestro espíritu.
La vida no tiene fecha de expiración, pero
mientras el aire nos llegue a los pulmones debemos vivir para sembrar.