Reseña "Madres e hijos" de Theodor Kallifatides

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Reseña realizada por Begoña Curiel.

Es un acto de amor del hijo a la madre hecho del relato nostálgico del pasado y la fragilidad del presente. La suma otorga a cada gesto y rutina cotidiana un significado emocional de enormes proporciones. Sin embargo, no ha necesitado el autor de alharacas ni de fuegos artificiales narrativos para desnudar su alma. De hecho, su tono es tremendamente austero y resulta hasta soso, aunque algunas de sus frases cautiven el corazón del lector.

  Sin duda es un libro especial, diferente. Hasta extraño diría. Porque mientras describe la belleza de la conexión con la madre y sus contradicciones interiores como hijo –al vivir lejos de la familia– ofrece un interesante recorrido del siglo XX a través del testimonio escrito del padre.

  Theodor Kallifatides reside en Suecia desde hace cuarenta años. Visita a su madre en Grecia, la tierra natal familiar. Él tiene 68 años; ella, 92. Saben que puede ser la última vez que estén juntos y esta evidencia marca la semana del reencuentro. Las conversaciones están llenas de risas y lágrimas y sobre todo de recuerdos.

  Él, escritor consolidado, con su propia familia y vida hecha en Suecia, se deja mimar por los cuidados de la madre. Caricias y comida simbólicas del amor incondicional al hijo, que sus ojos vuelven a mirar como el niño que fue. Kallifatides consigue emocionarme. Es tan fácil identificarse con esta sensación..., más cuando las circunstancias imponen la distancia física y te invade la pena del exilio aunque sea voluntario.

  Tristeza aparejada al sentimiento del tiempo perdido, ese que “no ha pasado con la madre” y con la tierra que dejó atrás en la juventud. Suecia es su casa, allí se ha convertido en la persona que es, pero Grecia, es el hogar, con todo el significado emocional que concentra el término. Agradecer la mano que te acoge no anula la nostalgia de lugares y personas.

  «..., mi madre es mi patria. Siempre dije que cuando la perdiera, perdería mi patria». Página 28. ¡Qué frase!, pero es que..., es mucho más que eso. Reúne la esencia, el alma del libro. Lo dirá más veces y de otras maneras y en todas se me encogió el corazón. La pertenencia a aquello (persona o tierra) por lo que eres y sientes en tu condición de hijo es un sentimiento de amor único e inviolable. No hay más..., si así lo sientes.

  Pero este no es un relato lacrimógeno. Ni de lejos se regodea Theodor Kallifatides con las posibilidades literarias de este amor universal. Para nada. El autor toca la fibra pero sin aspavientos, con templanza y sobriedad en la escritura y este aspecto queda reflejado precisamente en la lectura que el autor hace del escrito del padre, después de que él se lo pidiera.

  En esas “memorias” relata su difícil existencia como exiliado griego en Turquía y su paso por un campo de concentración entre otros avatares de la guerra. Aunque la emoción brilla por su ausencia en el testimonio del padre, sí muestra su continuado esfuerzo por ejercer su oficio de maestro.

  No hay detalles, ni escabrosos ni de otro tipo en sus palabras. Es casi una exposición fría de hechos y acontecimientos en los que no se escarba. Tan sólo se puede intuir. Como lectora duele el “no aprovechamiento” de esas líneas de tremendo contenido subliminal. Pero también es indicativo del carácter ético, irredento y a la vez sereno que el hijo aprendió del padre.

  Theodor Kallifatides también cuenta quienes fueron y son sus hermanos; parte del puzle personal del escritor y la persona. Tanto en la información sobre la figura paternal como de los hermanos –con mucha tela que cortar– predomina esa austeridad narrativa que deja al lector con ganas de más, con la miel en los labios. Falta la pasión que personalmente hubiera deseado.

  Pero este y no otro, es el relato que deseaba construir Theodor Kallifatides, en el que además se redime de la culpa por haber abandonado a su familia. Porque en realidad, no lo ha hecho. La lleva en la piel y es precisamente el regreso a su madre-patria lo que evidencia que nunca se marchó. Ni de su madre, ni de Grecia y tampoco de sus autores clásicos, de los que es devoto.

  Porque todas esas patrias caminan con él grabadas en su corazón de emigrante; con el que se siente extranjero en su país natal pero también en el de acogida.

  Por último no quiero olvidar otra frase que me ha parecido mágica. «Uno sólo puede vivir la vida que su alma aguanta». Muy en la línea de la experiencia vital de Kallifatides. Ahora sé –cuánta curiosidad me ha provocado– que escribió la mayor parte de su obra (ha publicado más de cuarenta libros de ficción, ensayo y poesía) en sueco. Hasta que un día, con más de 70 años, algo dejó de funcionar.

  No lograba escribir lo que deseaba y por fin, del griego, la lengua de la infancia, empezaron a brotar de nuevo las palabras escritas. Otro descubrimiento más en su listado de “patrias”. Porque los idiomas, también lo son.

UNETE



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