. Es justo y necesario que, con tal de servir a
una población que, en su inmensa mayoría, carece de los mínimos
recursos intelectuales requeridos para formarse una opinión crítica
o, al menos, mínimamente meditada sobre las cosas, al mismo tiempo
que no tiene a su disposición tradición ni sabiduría popular
alguna a la que echar mano (pues éstas han sido sistemáticamente
arrasadas hasta la práctica extinción), los medios de comunicación
hayan de cumplir su papel de proveedores de opinión. En los últimos
meses, una de las píldoras estrella para resumir la indecible
complejidad de los tiempos que vivimos viene siendo la de plantear la
crisis del coronavirus, en esencia, como un conflicto entre
economía y salud. ¿Es esto cierto? Y, de serlo, ¿acierta
tal planteamiento con el quid de la cuestión?
Es evidente que el conflicto entre economía y salud
existe, si bien es cierto que el verdadero conflicto que el
capitalismo (como “superestructura económica” emanada de una
determinada “infraestructura espiritual”, la propia de la
Modernidad) tiene y ha tenido siempre no es con la salud, sino con la
existencia humana misma. En este sentido, dicho conflicto entre
economía y salud no es el todo, sino tan sólo una parte del
verdadero meollo. Porque una de las reflexiones más relevantes
respecto a la crisis del Covid-19 —que,
por supuesto, no se ha oído ni se oirá en medio de comunicación
alguno—, es hasta qué
punto le son excepcionales y no esenciales al actual orden del mundo
las pandemias.
Lo cierto es que en las últimas décadas vienen
aconteciendo numerosas “pandemias”, sólo que, como no atacaban a
la mera supervivencia misma, sino a la tradición, el pensamiento, la
cultura, la familia, no a los medios, sino a los fines, no han
causado tanto revuelo. La única diferencia es que ahora no muere
solamente el espíritu, sino también el cuerpo, lo cual es demasiado
tangible como para ser disimulado.
Y, en efecto, también la economía sufre... ¡cómo no
iba a sufrir! Se nos dice, incluso, que el declive de la economía
pone de manifiesto que el actual modelo económico no es capaz de
soportar situaciones como una pandemia —implicando
con ello tácitamente, claro está, que hay otros modelos económicos,
(¡imagínense ustedes cuáles!) que sí podrían hacerlo—.
Pero el asunto es
que, si bien es cierto que el actual modelo de sociedad contiene en
sí un sinfín de “contradicciones” —nadie
en su sano juicio lo negaría—,
no lo es menos que la “superación” de dichas contradicciones
apunta a que sería aún más indeseable que el conflicto mismo.
Porque la única economía capaz de no resentirse ante el ataque de
un virus cuyo radical daño —¡tan
evidente es esto, que no se proclama en titular alguno!—
no es otro que socavar casi hasta el corazón mismo las relaciones
humanas, y sólo como consecuencia de ello las meramente económicas,
sería una economía
que ya hubiese, de
suyo, por propia iniciativa, destruido
toda relación propiamente humana —¿resuena
acaso el gong del éxito de China
tras esta afirmación?
El problema radica
en que un mundo globalizado conlleva, necesariamente, la
universalización de todo, también de las enfermedades. Quien quiera
seguir gozando de la bazofia que se dispensa en las cadenas de comida
rápida, de los móviles de ultimísima generación que pueden
ejecutar las mismas mamarrachadas que el anterior modelo, sólo que
una décima de segundo más rápido, y también —¡cómo
no!—
de las paupérrimas y terribles ideologías enlatadas que muchos
consumen, creyendo con ello colmar de algo valioso sus entrañas;
quien quiera todo eso... ¡tiene que aceptar las pandemias! Es como
las ofertas de los supermercados: viene todo en el mismo pack.
El mundo moderno
produce sus propias plagas y, para remediarlas, pone en marcha todo
un mecanismo de curas mucho más nocivas aún que las propias plagas:
¿que las diferencias pueden producir conflictos? ¡Extingámoslas!;
¿que tratar de hacer el bien no siempre es posible y, además,
resulta mucho más costoso que hacer el mal? ¡Eliminemos la noción
de bien (y la de mal)!; ¿que duele tener corazón? ¡Arranquémoslo
de nuestro pecho!
El problema, en fin,
no es que “el capitalismo” —¡ah,
ese maléfico ente, el verdadero Satanás!—
produzca necesariamente males que no es capaz de solventar, sino que
el modo de vida
contemporáneo, tomado en su totalidad,
es no sólo insostenible, sino tenebroso, porque, con tal de hacerse
posible a sí mismo, debe liquidar las condiciones de posibilidad de
una vida propiamente humana. El conflicto, dicho de otra manera, no
es entre la economía y la salud, sino de la humanidad consigo misma.
Las pretensiones de progreso material ilimitado, de “bienestar”
exento de todo riesgo, de igualación abstracta “de todos y todas”,
constituyen el intento mejor elaborado de perfeccionar la vida humana
hasta alturas abrumadoras... alturas en que, tal vez, no quepa ya
temer a virus alguno, ni al dolor, ni a la muerte, sino tan sólo a
la feliz seguridad de haber renunciado a cuanto algún día nos hizo
dignos de ser llamados humanos.ENLACE: https://losengranajeslibres.es/?p=51
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