Mucho revuelo se ha armado, a favor
y en contra, de las imágenes de la ministra Montero en el magacín Diez Minutos.
Como era de esperar, la derecha recalcitrante se ha echado manos a la cabeza, y
la nueva izquierda neobeata, se ha agarrado al mantra de que alguien, por ser
de izquierdas, no debe ir en alpargatas, punto este en el que coincido al cien
por cien. La pega a esta última consideración es que censurar con vehemencia y,
en ocasiones, cierta violencia verbal, ese tipo de actitudes y comportamientos,
más propios de ese quince por ciento burguesía acomodada a la que ellos
atacaban, porque les iba “de puta madre” (Pablo Iglesias dixit) es lo que ha
les hecho llegar a donde están. Dicho en román paladino, se han transformado en
aquello que criticaban y hacían que sus acólitos repudiaran y odiaran. Todo por
un anhelo irreal de “nos representan”.
Ya decía mi abuelo que todos somos
de izquierdas hasta que nos tocan el bolsillo, y que todos nos volvemos
conservadores cuando tenemos algo que conservar.
Y es que, de unos años a esta
parte, la charla política, al menos en España, se ha convertido en cháchara
futbolera de bar. Ya saben, esa conversación de tono elevado y testosterona
léxica exacerbada en la que todos seríamos mejores entrenadores, todos nuestros
equipos ganarían siempre y nosotros hubiésemos marcado ese gol, a priori, tan
fácil. Esta es la parte cómica de la comparación, luego viene un paralelismo un
poco más sombrío y peligroso: la defensa a ultranza de los colores.
Pongamos como ejemplo el caso con el que abríamos el texto.
Los correligionarios morados defienden todo lo que hacen el vicepresidente y la
ministra, aunque sea el Casoplón Mínimo Vital , del mismo modo que los peperos
siguen defendiendo a capa y espada los multimillonarios desmanes de muchos de
sus dirigentes (que han supuesto un mazazo a las arcas públicas, casi
irrecuperable) aduciendo que “para que nos roben los comunistas, que nos roben
estos, que son españoles de bien, de plaza de toros, y peineta y matilla”.
Lo trágico de estas tendencias es
que anulan el sentido común, el pensamiento crítico y el equilibrio de juicio.
Incluso en una materia tan idiosincrática de la política hispana, como es la
corrupción, hay quien justifica o ataca los ERE,s o la Gürtel, en función de
filias y fobias.
El motivo de esta situación es el
alejamiento polar de la excelencia con respecto de la política. Nadie
competente, formado y con habilidades reales, quiere asumir responsabilidades
públicas, lo que ha hecho que estemos gobernados por un grupo de incompetentes
en cualquier otra lid de la vida que no sea la pertenencia a un partido.
Esto resulta de esa política de
viveros de partidos (juventudes, nuevas generaciones, cachorros…) en los que
críos y crías entran y se empapan de ese mensaje inerte, pero muy efectivo, de
pertenencia a la manada; dentro de nuestra burbuja está lo bueno, fuera está el
enemigo. Se moldea la mente desde que es una pasta maleable hasta dejarla
convertida en un bloque sólido, estanco e indeformable. Sólo hay que escuchar
los debates de jóvenes promesas políticas, que son réplicas en miniatura de los
mítines de sus líderes, tanto en el léxico, como en los tempos y la entonación.
Igual que sus mayores, hablan mucho, usan muchas palabras, dan muchas cifras,
pero no dicen nada. Justifican lo injustificable y defienden lo indefendible.
Todo lo dicho anteriormente, sólo viene reflejar que los más
válidos no están en política, por lo cual, estamos en manos, no ya de
mediocres, sino de incompetentes. Muchos de los componentes actuales del congreso
y el senado, de no haber entrado, ni en sus mejores sueños hubiesen obtenido
los salarios y condiciones que disfrutan con sus verdaderos currículums
profesionales (véase el auténtico máster falso de Pablo Casado)
Ausencia de liderazgo, de ideas, de inteligencia, de cultura,
nivel retórico, una subjetividad y un sectarismo estomagantes, tanto en la
izquierda como en la derecha. Todo lo que hace el propio, está bien, todo lo
que hace el contrario, está mal. Si por casualidad, el propio se equivoca, es un
ser humano, si es el contrario, es su responsabilidad. En eso ha derivado la
política y es lo que se respira en las cortes y el gobierno (no sólo en el
actual).
Las ideas y creencias son nobles y respetables, las
ideologías y religiones, no. Una ideología es cómoda, ya que es como comprar un
paquete de ideas prefabricadas y no nos obliga a pensar de manera individual.
Sólo importa el partido, las siglas y el líder.
Y algo sugiere que no es un problema exclusivo de España. La
democracia occidental empieza a parecerse a los últimos días del imperio romano
de occidente, en la que las luchas intestinas y los juegos de poder o, dicho en
lenguaje llano, los “quítate tú p´a ponerme yo”, hicieron que el poder lo
ostentara Rómulo Augusto, o Augústulo, como le llamaban de forma despectiva.
A medida que uno cumple años, la tecnocracia empieza a dejar
de ser mala idea.