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Reseña realizada por Begoña Curiel.
Entretenida e interesante “rural noir”. Así llaman a la novela negra ambientada en enclaves apartados del mundanal ruido y reducidos como la comunidad que los habita. La de Carlota Suárez revuelve Agaete, un pequeño pueblo de Gran Canaria, donde la excavación arqueológica en una necrópolis aborigen destapa cadáveres más recientes que desvelan que la tranquilidad no existe aunque el entorno invite al sosiego. La autora desarrolla una compleja estructura entre pasado y presente mezclada con un diario del que se adivina demasiado pronto su autoría. Es una característica que domina “La tumba del rey”. Todo se intuye con demasiada rapidez y se diluye la carta de la sorpresa. Es una pena porque las páginas muestran virtudes a destacar: un gran trabajo de documentación en la historia de la zona; un esfuerzo destacable por enseñarnos la singularidad del lugar y sus gentes y por supuesto la laboriosa ficción creada por la escritora. La excavación debe parar al aparecer primero, el cadáver de una mujer, y después una fosa común con otros once cuerpos que nada tienen que ver con los restos antiguos que los arqueólogos esperaban encontrar en la Tumba del Rey. Son mujeres jóvenes que desaparecieron llevándose el enigma y sus historias. Carlota Suárez pone manos a la obra para que hablen vivos y muertos entre cambios cronológicos. El lector cuenta con enorme cantidad de material y personajes (lógicamente del presente y del pasado) para estar entretenido. La autora demuestra valentía ante tal cantidad de ingredientes, a los que como apuntaba, añade una voz anónima, que es prácticamente la esencia de la novela. Su relato adquiere consistencia de forma progresiva hasta hacerse protagonista con mayúsculas. Pero –lo señalaba anteriormente– cuenta de forma anticipada lo que como lectora me hubiese gustado descubrir mucho más tarde. Y lo lamento porque es un personaje fascinante, de los que vienen de maravilla en una novela de estas características. Son las voces del pasado las que me han cautivado. Dramáticas, angustiosas, terribles, sórdidas, malditas... Sus fantasmas pasean por el libro como Pedro por su casa: algunos deseando gritar su verdad, otros son la huella que han dejado marcada en sus descendientes y entorno cercano. Los monstruos se camuflan de manera más o menos sutil entre los hombres. Ocurrió, ocurre y ocurrirá siempre. La tumba del rey desvela esta conocida certeza que no dejará de repetirse mientras el mundo siga existiendo: la maldad y la locura humanas se esconden entre la normalidad y cordura que supuestamente predomina en nuestra especie. Por contra, los personajes actuales no me han enganchado. Al menos, en la proporción que lo han hecho los muertos. Personalmente me han sobrado investigadores; a Valeria –encargada de la excavación arqueológica– le falta empaque y he aborrecido a Soledad, la escritora encantada con el misterio de las muertes porque le regala ideas para su novela. La madeja de Carlota Suárez desenreda hilos a diestro y siniestro tocando, directa o indirectamente, a la población de Agaete. Es un auténtico volcán soltando lava en todas direcciones. Manejar el enjambre a nivel narrativo es complicado. Por eso valoro en este sentido el arrojo de la autora. No quiero ni pensar en la elaboración del esquema/guion de la trama... De hecho, no sobra el árbol genealógico que presenta el libro como-guía-para-no-perderse, aunque no siempre se consiga. Dejando a un lado el tema literario, destaco la presentación del libro, el cuidado y mimo demostrado por la editorial Huso en las primeras páginas de La tumba del rey. Pueden parecer detalles menores pero personalmente, me encantan.