"Teatro de Guardia" entrevista a Emilio Gutiérrez Caba

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Hoy Teatro de Guardia, abre sus puertas a Emilio Gutiérrez Caba. Un grande de la escena y eslabón de una extensa saga familiar que durante décadas, ha definido la historia del teatro español, del cine y de la televisión.

Más de trescientos personajes le han devuelto innumerables premios y reconocimientos, interminables aplausos y aforos llenos. Director y dramaturgo con alma de historiador que hará de encuentro, un viaje en el tiempo hasta el origen de una estirpe, que tras más de ciento cincuenta años… sigue colmando de raza y talento los escenarios.

Emilio Gutiérrez Caba, nació en Valladolid, un 26 de septiembre de 1942 durante una inevitable gira teatral. Creció entre los bastidores y bambalinas de una eminente dinastía de cómicos y cómicas, de la que representa con orgullo la cuarta generación. Bisnieto de Pascual Alba Sors, nieto de Irene Alba, sobrino-nieto de Leocadia Alba, hijo menor de Emilio Gutiérrez Esteban e Irene Caba Alba y sobrino de Julia Caba Alba. Sus dos hermanas Irene Julia también predestinadas a la interpretación, pasaron el testigo al último eslabón de esta larga cadena: Su sobrina-nieta Irene Escolar, hija del galardonado cineasta José Luis Escolar.

Siendo apenas un adolescente, se adentra en el teatro en el Instituto San Isidro de Madrid, donde un maestro Antonio Ayora, le inculcó su amor por los clásicos. Trabajó como “Técnico de Revelado en color” en los Laboratorios Madrid Films pasando por sus manos, los que más tarde serían sus compañeros y compañeras de reparto. Su comienzo en la televisión irrumpe en los años sesenta, con el arranque de la segunda cadena y de la mano de Adolfo Marsillac, que le confiaría su primer papel en la pequeña pantalla, Fernández Punto y Coma.

Tras su debut en televisión, el gran realizador Amalio López, le ofrece sus primeros papeles en míticos programas como Primera Fila y Estudio 1 donde representa grandes obras de nuestro acervo cultural siendo en 1963, cuando se abren las puertas cinematográficas con la película “Como dos gotas de agua” de Luis César Amadori y finalmente dos años más tarde, llegan sus tres grandes protagonistas con “La Llamada” de Javier Setó, “9 Cartas a Berta” de Basilio Martín Patino y “La Caza” de Carlos Saura; títulos que por su poso y relevancia, se han convertido en patrimonio del cine español.

Una vida entregada a las tablas y a la interpretación, pero también a la palabra como dramaturgo y director de una maravillosa adaptación de Cervantes, “La amante Liberal”, con el título “Escrito en las estrellas” y como escritor de dos libros publicados, “Vinos de cine”, en 2002 y “El Tiempo Heredado”, en 2019; éste último dedicado a las mujeres y actrices de su familia, que le enseñaron a amar y a respetar este mundo y también el de los demás; respeto y talento que le han valido un sinfín de grandes personajes tanto en cine, como en teatro y televisión que ya supera los trescientos. Vidas de ficción, convertidas en innumerables premios y reconocimientos entre los que destacan dos Goya consecutivos por su papel en “La Comunidad” de Alex de la Iglesia en el 2000 y por “El cielo abierto” de Miguel Albadalejo, en 2001.

Hoy abrimos las puertas al actor, pero también al emotivo ser humano que vive entre sus muchos personajes y a quien ni el éxito ni los galardones le han hecho olvidar su identidad ni procedencia. Un álbum vital, en el que inalterables permanecen las imágenes de su vida: aquellas ventanillas de los trenes de vuelta a su tierra, los ensayos en familia, los sabores de su infancia en los dulces de La India, La Playa de la Concha… y la más valiosa sin duda; la memoria de los suyos, que intacta permanece en su recuerdo. 

Entrevista concedida a Carmen de Arriba Muñoz para ELD

24 de agosto, 2020

Don Emilio Gutiérrez Caba, bienvenido a Teatro de Guardia. Hoy el Libro Durmiente se viste de gala al tenerle como invitado, por ello y conjurando a Calderón, soñaré que no estamos al teléfono sino sobre las tablas del Infanta Isabel al que tanto le une, compartiendo un café mientras entre sorbo y sorbo… usted me cuenta una bonita historia sobre los Alba y los Abad, sobre los Gutiérrez y los Caba y finalmente los Escolar. Seis generaciones unidas por la sangre y el talento, convertidas por oficio y por derecho en la savia y la memoria del Teatro y el Cine español.

Le propongo que durante este café, emprendamos un viaje al pasado porque es allí, donde duerme el germen de una dinastía actoral que tras más de ciento cincuenta años, sigue pisando los escenarios. 

¿Quiere usted acompañarme y hacer de guía?

Pues con mucho gusto. No hay ningún problema.

Retrocedamos pues hasta 1843, año en el que nace en Navajas, Castellón, quien dio origen a esta saga familiar: don Pascual Alba Sors, su bisabuelo y el primero de este extenso linaje de cómicos y cómicas, que hicieron de este oficio un género en mayúsculas. ¿Me pregunto cómo acabó un linotipista convertido un buen día, en actor y referente del género chico?

Es un dato bastante impreciso, porque no hay documentación sobre lo que le llevó a ser cómico e incluso a escribir algunas comedias. En realidad, es una época muy brillante en Valencia de grupos artísticos, de compañías que se forman gremiales y seguramente, es en el gremio de linotipistas, donde él empieza a trabajar en algunas de las compañías y de ahí, pasa al teatro profesional, seguramente en Andalucía; pero como digo, son datos muy inexactos porque no hay documentación sobre eso; la familia la quemó o la destruyó en su momento. Aquí tenemos una gran costumbre de quemar cosas y ha quedado perdido completamente o está en el olvido en este momento pero vamos, de esa época, tengo algunos programas y los hay afortunadamente en hemerotecas y fundamentalmente en bibliotecas municipales.

En 1865 contrajo matrimonio con su bisabuela Irene Abad y llegan al mundo, los primeros eslabones de esta larga cadena teatral con Leocadia e  Irene Alba, quienes en 1894, dieron vida a la “Señá Rita” y a “Casta” en el estreno de la gran pieza “La verbena de la Paloma” en el Teatro Apolo de Madrid. Imagino que ser actrices en el siglo XIX siendo mujeres y cabezas de familia, no tuvo que ser tarea fácil. 

No. Estaba muy mal visto realmente y por eso creo que Don Pascual, iba mucho con ellas como padre protector, porque al haber fallecido su mujer -mi bisabuela- que era asmática y no podía viajar, era él el que se encargaba digamos, de ser un poco el protector y el vigilante de que a sus hijas no les pasara nada, porque estaba muy mal visto evidentemente ser actriz en aquella época. Hoy en día, todavía lo sigue siendo para según qué sectores sociales, pero en aquella época era prácticamente para la sociedad entera y eso, lastraba mucho el concepto de trabajo femenino porque casi todas las señoras que se dedicaban al teatro, al menos en la mentalidad de la época, eran casi todas ellas prostitutas. Entonces… bueno, que Dios les perdone porque yo no pienso, pero eso fue lo que ocurrió.

Su abuela Irene Alba se casa con Emilio Manuel Caba y tras unos años en Buenos Aires vuelven a España, donde al cabo de un tiempo Irene forma la Compañía “Alba-Bonafé” junto al actor Juan Bonafé. Ésta es una época gloriosa en la que se llevaban hasta ocho obras en cartel, pero cuando muere Irene y desaparece la figura central, todo cambia y 1930 y 31 se convierte en un calvario para su familia, debiendo deambular pòr cientos de lugares de España. 

Claro. La familia se diversifica o se ramifica en dos troncos; uno que es Leocadia, que es autónoma hasta su retirada en 1933 y mi abuela Irene Alba, que es la que realmente forma familia y tiene cinco hijos, tres de ellos nacidos en Buenos Aires -entre ellos mi madre- y es ella la que mantiene esa Compañía con “Alba-Bonafé” de una manera constante hasta 1929 y cuando se separan los dos -por motivos puramente personales-, es mi abuela la que carga con todo el peso que ya venía muy tocada de salud y había perdido a su hijo en 1925- y realmente enferma sobretodo del trabajo enorme que tenía encima y de las palizas que se habían pegado viajando y fallece en 1930, dejando a la familia bastante desamparada porque mi madre todavía no había tomado el relevo, mi abuelo ya estaba de retirada prácticamente y tía Julia tampoco tenía mucha brillantez en el momento, me refiero en cuanto al trabajo que le daban en la compañía de su propia madre. Cuando muere ella, se queda la familia muy corta, sobre todo de ingresos y hasta poco después, pero le dura muy poco la alegría.

Del 32 al 36 vuelve el esplendor y la estabilidad económica en la familia. Su madre ‎Irene Caba Alba, ocupa un lugar destacado en el Teatro Lara y comienza incluso a hacer cine con un film que lleva por título: “El bailarín y el trabajador” de Luis Marquina en 1936, pero estas mieles duran poco, porque el 18 de julio del 36 cierran los teatros y no vuelven a abrir hasta marzo del 37. 

Sí, con algunas representaciones esporádicas y la apertura de algunos centros en Madrid, pero realmente hasta marzo del 37 no abren de una manera regular y ese período de 1931 o 32 hasta 1936, -esos cuatro años- se recupera un poco la economía familiar; mi madre se afinca en el Teatro Lara como característica casi sustituta de mi tía Leocadia que se había retirado y eso hace que la familia vaya muy bien, por lo menos económicamente, luego hace esas películas como “El bailarín y el trabajador” y otra que es muy famosa en la época “Madre Alegría”, en la que mi madre interpretaba un papel sobre una monja bastante quisquillosa que se llamaba “Sor Matraca” y ese período está muy bien. El 18 de julio eso se termina y todos sabemos lo que pasó.

Hemos hablado de su bisabuelo Pascual Alba y germen de esta estirpe, de su abuela y tía abuela  Irene y Locadia  Alba y finalmente de su madre que nos conduce hasta usted; nacido durante una gira teatral en Valladolid y no gracias al destino sino a un tozudo empresario del Infanta Isabel: Arturo Serrano, que desoyendo los ruegos de su madre ya embarazadísima, no le permitió regresar a Madrid y la mantuvo sobre las tablas hasta el último momento. 

Arturo Serrano aparte de ser tozudo era más cosas, pero bueno… (ríe) vamos a soslayarlas elegantemente pero sí, mi madre le pide en Barcelona abandonar la compañía porque ya estaba notando que iba a dar a luz de un momento a otro y no la deja, le ruega que prolongue un poco más la estancia en la compañía. Van a San Sebastián, también allí le pide por favor dejarla ir a Madrid y le dice: “Mire Irene, sólo queda Valladolid que es el último lugar y ya entramos en Madrid con la Compañía del Infanta Isabel” y mi madre accede por muchas razones, sobre todo las económicas y entonces, es allí cuando nazco un 26 de septiembre de 1942.

En la calle Platerías

Sí, en Platerías 11. (Ríe)

Valladolid es tierra de teatro o al menos, siempre ha tenido fama de saber apreciarlo y de tener un público comprometido. Una tierra con la que usted ha mantenido una relación muy estrecha a pesar de tener corazón castellano y leonés y donde no se cumple el refrán pues, allí sí ha sido profeta. Además, creo que de pequeño cuando volvían a Valladolid, iba asomado a la ventanilla del tren, porque su madre le decía que la Banda Municipal le recibiría en la estación de Campo Grande y años más tarde, sí lo hicieron en Medina del Campo.

Sí, efectivamente. Sabedores de esa anécdota en el Festival de Cine de Medina del Campo, sí estuvo la Banda Municipal en la Estación, osea que el deseo de mi madre se cumplió en parte. Mi madre me gastaba esa broma, me decía: “Como tú has nacido aquí, ahora te va a venir a recibir la Banda Municipal”. A mí me emocionaba mucho la Banda Municipal allí en la estación; me asomaba constantemente y cuando íbamos llegando a Valladolid, más que nunca, porque los trenes para mi fueron una pasión desde que era niño y nunca recibí ese homenaje de la Banda Municipal, al menos de niño. Luego en Medina del Campo, sí tuvieron esa gentileza. (Ríe)

Usted ha sido el menor de los tres hijos. Irene fue la primera y Julia la mediana. ¿Cómo fue crecer entre las bambalinas y los escenarios, entre los  ensayos y los aplausos?

Bueno, ha sido crecer de una manera diferente al resto de los niños. Ha sido crecer en una familia que estaba acostumbrada a salir al escenario con lo cual, aquello no tenía para ellos mayor trascendencia más que saber que era su “modus vivendi” y que el éxito o el fracaso, dependía mucho de que ganasen o no más dinero, si realmente continuaban trabajando. Es una infancia distinta pero no es una infancia infeliz, no. A mi me gusta mucho recordar aquellos viejos teatros y a las gentes entrañables que formaban parte de aquellas compañías. Había artistas y actores realmente extraordinarios como personas, que me trataban con muchísimo cariño y es una época que recuerdo muy bien.

Para mi había dos facetas, la de Madrid que era cuando yo iba al colegio y la de fuera de Madrid, que es cuando yo viajaba con mi familia por toda España y aprendía de geografía e incluso de sociología, mucho más que en un aula de un colegio porque naturalmente desde niño, recorrí toda la península de norte a sur y de este a oeste.

Hablando de su infancia, el cine norteamericano le ha acompañado siempre, de hecho creo que iban al cine dos o tres veces por semana donde un Stewart Granger con “Prisionero de Zenda o Scaramouche”, se convierten en sus ídolos de la gran pantalla pero, me gustaría que nos contara ¿qué le ocurría con “For Apache” de Jhon Ford? Porque creo que obligaba a sus hermanas a verla repetidamente. 

(Ríe) Sí bueno, a mi hermana Julia. Es que el final de “For Apache”, no es un final en ese sentido para un niño de aquella época, en la que estábamos imbuidos en la idea de que los indios eran muy malos, por ello que Henry Fonda muriera en la película, no me gustaba como espectador infantil y tampoco que se salvara John Wayne, al que yo no recordaba más que en la matanza anterior que había del coronel, al que interpretaba Henry Fonda. Por eso les pedía volver a ver la película dos veces, -siempre se ponía en sesión doble- porque pensaba que el final en algún momento podía cambiar y entonces, los buenos entre comillas ganarían a los malos que eran los pobres indios. Luego al cabo de los años, me he dado cuenta que de haber algún bueno… eran los indios y los malos eran los otros, pero bueno… (ríe) de eso ya me di cuenta más tarde.

De Stewart Granger y del “Prisionero de Zenda y Scaramouche”, me gustaban sobretodo por los duelos maravillosos que había en esas dos películas, pero al cabo de los años he tenido que ponderar que en “Scaramouche”, está mucho mejor Mel Ferrer que Stewart Granger y en el “Prisionero de Zenda”, está mucho mejor -me refiero masculinamente- James Mason que Stwart Granger. Femeninamente, creo que en las dos películas hay unas actrices maravillosas y guapísimas.

En 1957 fallece su madre y su padre le dice: “O estudias ciencias o tienes que trabajar, de letras ni se habla”. Así es, como llega el primer trabajo en los laboratorios de cine Madrid Films como “Técnico de revelado en color”. Por sus manos pasaron títulos tan conocidos como “La Sonata” de Antonio Bardem; “Viridiana; María matrícula de Bilbao; 15 bajo la lona; El cerro de los locos…” y extranjeras, como “La mano izquierda de Dios”. Prácticamente, todo el cine de los años 58 y 59 que pasaba por Madrid Films. Allí conoció a muchas personas importantes del cine español. ¿Qué supuso esta experiencia en su vida?

Bueno, supuso una experiencia muy interesante. Fue la primera toma de contacto con el mundo laboral y tenía poco que ver con el colegio al que yo había ido y la vida más o menos fácil, que había tenido hasta el fallecimiento de mi madre. Allí doy de golpe frente a la pared del trabajo y frente al muro digamos, de las lamentaciones laborales. Ahí conozco a gentes muy interesantes en ese laboratorio; a María Luisa San José -que es mi compañera de laboratorio en otra sección- y a otra muchísima gente que para mí, marcaron mucho ese año y medio o dos años que estuve en Madrid Films, hasta que mi hermana Julia tuvo los suficientes medios económicos para decir: “Te voy a pagar el que sigas estudiando el Bachillerato, que lo acabes y que empieces a estudiar el preuniversitario” Es a ella, a la que le debo fundamentalmente lo poco o lo mucho en algunas cosas que sé. Poco en algunas y mucho en otras pero bueno, eso es.. la compensación de la vida. (ríe)

Resulta curioso Don Emilio que, a pesar de su amor por las letras, con este primer trabajo el destino ya le puso delante y en 35 mm, a los que después fueron sus compañeros de rodaje.

Sí, ahí conocí a muchísima gente a la que luego tuve el privilegio de tratar y el privilegio de conocer, desde Alberto Closas a Arturo Fernández, María Luisa Merlo… Había actrices y actores con los que luego tuve la suerte de trabajar. Agustín Navarro, que dirigió el “Cerro de los locos’‘ y que luego me dirigió a mí, en una película que se llamaba “El Misterioso Señor Van Eyck”. 

El encontrarme en aquellos laboratorios con el mundo del cine que yo conocía bastante -me refiero como espectador infantil-, me colocó en otra realidad y en otra suposición vital y eso para mí, fue un enorme regalo. Bien sabido es, que a partir del momento en que tienes la perspectiva de poder calibrar, en aquel momento para mí, era terrible en cierta medida no haber podido seguir estudiando letras en Bachillerato pero bueno, conocí esa parte de la vida… que luego, me ha servido por lo menos, para calibrarla con otras y darme cuenta de las dificultades que tenía.

Hablando de ese mecenazgo que tuvo con su hermana Julia, llegamos a su primer contacto con la interpretación en el “Instituto San Isidro” de Madrid, donde Antonio Ayora, un profesor que había sido actor y que había tenido contacto con Cipriano Rivas Cherif y Margarita Xirgú, dirige el aula de teatro. Allí conoció a Manuel Galiana, actor de la Compañía y toma contacto con las obras de Cervantes, de Lope, de Jardiel Poncela… ¿Fue este Instituto en cierto modo, el detonante que le impulsa a  dedicarse a la interpretación?

Bueno, en cierta medida sí. Me hizo ver el teatro de otra manera. El teatro lo había visto a través de mi familia en el Infanta Isabel’ y en la Compañía de Catalina Bárcena, que se dedicaban prácticamente a la “alta comedia” que se llamaba entonces, o la “comedia cómica” y no había tocado los textos clásicos. Cuando llego al Instituto de San Isidro a reanudar el Bachillerato, me encuentro con esos textos que nunca había trabajado como intérprete y ni siquiera como lector. Me encuentro con aquello y veo que el teatro tiene unas posibilidades de todo tipo maravillosas; eso es algo que me inculcan el Instituto de San Isidro y fundamentalmente Antonio Ayora, que era el director del aula de teatro del Instituto. Efectivamente, ahí conozco a gente como Manolo Galiana, como Manuel Collado, el que fue luego marido de María José Goyanes, que nos formó la primera compañía teatral.

Lectura completa en el enlace también se puede escuchar en https://www.ivoox.com/entrevista-a-emilio-gutierrez-caba-audios-mp3_rf_56954276_1.html

UNETE



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