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Antes de comenzar con este humilde tributo, quisiera felicitar tanto a la organización como al equipo del Foro Literario “El Libro Durmiente” por su impulso y constancia, por su esfuerzo y buen hacer; pues son los que en definitiva, mantienen vivas estas valiosas Jornadas en torno a la literatura y su creación. Un sólido proyecto humano y cultural, que ya cumple su segundo aniversario y que en su marcha hacia el futuro, cumplirá muchos más.
Agradezco la posibilidad de disfrutar nuevamente de este encuentro que, por circunstancias bien distintas al anterior, recordaré como aquél, en el que sin hallarnos presentes... nos sentimos tan cerca. Esa es la ventaja que ofrece la magia a lomos de internet, cuando a su paso reinventa la conexión de nuestras mentes, deshaciendo las distancias. Un término -reinvención- del que quisiera hablar durante estos breves minutos, que no de mi sección, pero sí de su raíz y de la madre de todas las artes: La Cultura, a la que permitan apellide: En tiempos de pandemia.Nunca imaginé que esta frase, que bien parece el título de una novela, se convirtiera en un hashtag del siglo XXI. Y es que, aquél catorce de marzo no sólo cambió nuestras vidas, nuestra forma de relacionarnos, nuestros deseos o afectos sin besos ni abrazos, nuestras voces sin bocas; también puso a prueba la entereza y heroísmo de familias que privadas de su empleo y estipendio, mantuvieron encendida la sonrisa de sus hijos.Por ellos pero también por nosotros, quiero contar una historia sobre el valor de la cultura durante esos días de cuarentena, en los que entre tanta noticia negra consiguió evadir a pequeños, a medianos y a mayores; esos a los que llamamos madre, padre, abuelos... que desde su excluyente soledad, fueron sin duda los más vulnerables en este duelo. Guerreros todos, sin más armas que los libros, la televisión, los museos en pantalla o la música en streaming, para enfrentar desde el arte la cara más difícil de este encierro. Un aliado llamado cultura, que para ciertos políticos fue siempre el “entretenimiento” al que poder recortar de sus presupuestos y que en tan sólo tres meses, pasó de ser ocio, a bálsamo y medicina contra el miedo y desconsuelo.Ella y no otra, sacó la música a los balcones para acompañar nuestros aplausos, trajo a casa a sus cantantes y también a los poetas, alzó sonoros himnos por valientes batas blancas y abrió virtuales puertas a regias galerías, a las grandes bibliotecas, a la ópera, al teatro…, todos hijos suyos en abierto y sin taquilla que en formato digital, brotaban en su ayuda reinventando nuevas fórmulas.Esto es lo que somos como individuos y esto es lo que hacemos como autores de nuestra vida y destino; imaginar y reinventarnos para vencer la adversidad, para no morir en el intento cuando alzamos nuestro cuerpo si es que entre tanto, caemos. Una transformación, que habrá de respetar la esencia y los cimientos de todas las artes que, en su lucha contra el tiempo... preservan del olvido su voz y nuestra herencia. A ellas les debemos este ciclo eterno, del que tan fiel hidalgo es el teatro. Reino de lo presencial, de lo vivo y lo cercano que incansable repite un sagrado ritual: la representación; esa que, mientras torna su público y su templo, habrá -como el bambú- de curvarse sin quebrar hacia un patio de butacas más que holgado, a los medios o cuartos aforos que merman miradas y dividen sentimientos, a su vuelta a las plazas y a las calles… pero sobre todo, a agudizar el ingenio de mecenas y rapsodas, como custodios y emisarios de la palabra y nuestra historia.Este es mi humilde manifiesto, por la defensa y reconocimiento de nuestra cultura que herida, intenta sobrevivir al distanciamiento de la piel entre sus pueblos. Muchos países incluido el nuestro, reclaman de sus gobiernos medidas de apoyo a fin de preservar este instrumento de socialización, de alimento y transmisión de unos valores, que construyen y dignifican las sociedades del presente y también las venideras; pero ¿qué haremos mientras llegan? Lo que siempre hicimos; que artistas y espectadores desafiaremos la incerteza del futuro, reinventando nuestro siglo y cien caminos nuevos que conduzcan nuestras artes, al confín de cada tierra. Ya lo dijo Lavoisier:“Nada se gana, nada se pierde, todo se transforma”.Gracias queridos Durmientes, por recordar una vez más que la vida cultural de un país, representa buena parte del PIB humanitario y creativo de sus gentes. Perderla sólo nos vaciaría, dejándonos en una situación de absoluta fragilidad desde un punto de vista social y evolutivo. Reinventarse o morir, esa es la cuestión o como bien diría la Reina, en este caso de la escena:“El show debe continuar”