El sexo y el licor, al fin y al cabo un
renglón más de la economía, demanda espacio para el desenvolvimiento de sus actividades; como tal La Curva –zona de tolerancia-
ya había desarrolladosus
quehaceres durante el primer quinquenio de los años 50 en la carretera central
del pueblo, pero ahora estaba obligada a cambiar de territorio, por causa de quejas y reparos de la Curia
y de algunos otros ciudadanos de bien.
Era preciso pues, un nuevo espacio para ella.
Por decisión de las autoridades, a finales de
1956 los empresarios de bares,
prostíbulos, cabarets, amanecederos, cantinas y bailaderos se trastearon para
la calle 11 con sus negocios, sus mujeres y sus respectivas cuadrillas de
proxenetas o cabrones, como se les conocía.
Todo un mundo de ‘empleados’ directos e
indirectos, cantineros, visitantes, vendedores y clientesde este mercado del pecado, gozosos o gustosos se
movilizaron en paz, sin alteraciones ni traumatismos arrastrando consigo
también a vividores, malandros y en general granujas de todos los perfiles. Fue un lanzamiento jubiloso.
Trajeron también su nombre. Siguió llamándose
La
Curva pese a que ya no estaba situada en una curva; e iniciaron su
segundo tiempo.
Se instalaron aquí célebres y aún recordados ‘establecimientos’
como TangoBar de propiedad de
Alejandro Durán Molina, un altar a la música argentina en donde la figura de
Gardel dentro un cuadro enmarcado en madera prolijamente tallada adornaba una
de las paredes del fondo. Fue testigo de la irrupción de La Cama Vacía y de la eternidad
de La Cumparsita.El
Retoño, también de Alejandro Durán, era en cambio,
un templo consagrado a la guaracha y el
bolero en el que Daniel Santos, Celia Cruz, Rolando Laserie, Javier Solís y
Orlando Contreras eran los reyes de la noche. Aún parece escucharse Hola
soledad, Cataclismo o la inmortal Pared de El Jefe. En algunos bares la reina
fue la música mejicana pues resultó claro que la gente del interior del país, que
por esas fechas se habían tomado a
Codazzi por millares (y a La Curva), ya eran irreductibles adictos a las rancheras. La
Ramita de
Juan Berrio, La
Frontera de Jaime Perez, El Gato Negro
de Alcides Salinas, ElAmanecedero
de Abelardo Guzmán, El As de los Andes
de José Plata. Las Pampas y El Arbolito hacían parte de la amplia oferta al
consumidor.
Al lado del bar La Frontera, funcionaba EL BAILADERO
cuya estructura de negocios agregaba a su oferta una peripuesta pista de baile.
El albergue de los bailadores. Aquí, nombres como José Manuel Jimenez,
cataquero¹ él, dejaron traza en la retina y la memoria de quienes lo vieron.
Exquisito y elegante bailador de boleros; virtuoso ‘tirapases’ de guarachas y
cha cha chas. No eran infrecuentes las rondas para observarlo bailar y era
usual que algunas meretrices, de pies ligeros y costosos encantos,
disimuladamente se turnaran para “ser su pareja por lo menos un par de piezas”.
Pero en el sitio sonaba y se bailaba de todo:
salsa, merengue ripiao, guaguancó, twis, danzón, … mejor dicho, todo lo que tuviera
ritmo. La música de acordeón comenzó a tener un lugar en la pista sólo cuando Los
Corraleros de Majagual y Alfredo Gutierrez llegaron abriendo camino para la
música vallenata, precediendo a Jorge Oñate y Los Hermanos López
El incesante bombardeo de música desde todas
las cantinas, la mezcla de ritmos, su fulgor, su fosforescencia, el estruendo
de las voces, el fino rumor de movimientos de cada bailador o cada paseante, el
estrépito de las risas y hasta el oculto fragor de los encuentros de las
parejas configuraban la singular banda sonora de la zona y educaban al cuerpo y
el oído para adaptarse a la trepidante vida de La Curva.
El clímax llegaba con la noche de todos los sábados
pues era tal el gentío que se hacinaba aplicadamente en esos doscientos
cincuenta metros de calle que el tránsito por ella debía calcularse como un movimiento
de ajedrez: apropiadamente lento, rigurosamente pensado.
Cada prostíbulo ofrecía lo mejor de su
repertorio: Licores y mujeres. Mujeres jóvenes mayoritariamente traídas del
interior del país; lindas y capaces de acabar con la energía y el dinero de
cualquier hombre; con suficiente sensatez para no olvidar que entre las
obligaciones propias de su trabajo estaba la de ser buena actriz.
La
Curva ejercía una suerte de hechizo en los hombres
de la población y otros pueblos del vecindario eran también alcanzados por este
poder. Era corriente ver a señores de todos los estratos moverse licenciosa o subrepticiamente por la zona e
incluso uno que otro hidalgo entrado en años, iba periódicamente a presentar
sus respetos a las jóvenes prostitutas.
Dueños
de la calle y amos en las cantinas
Como piezas de una película figuran en el
reparto reputados personajes de los bajos fondos de la zona cuyos nombres
hicieron sentir su presencia en los alias de “Juan Chiquito”, “Ropaín”, “Lucho
Pampa”, “La Ganzúa” entre otros. Maestros en cada rama de la ilegalidad. Claro, certero y convencido Juan Pescao
sentenciaba: “la vida es una película. Sólo vuelvo a la vida real cuando estoy
en la curva”
Pero la correlación de fuerzas –pesos y
contrapesos- impulsó
nombres como el del Teniente Martinez.
Alfonso Martinez Poveda, teniente del Ejército
nacional fue nombrado Alcalde militar de Codazzi en 1961. Santandereano, de
moderada complexión física, mediana estatura pero de férreo carácter, templado
temperamento, arrojado, ojos siempre alerta, firme y severo en la aplicación de
sus muy particulares medidas.
El teniente Martinez en su calidad de
Alcalde, ejerció como comandante o primera autoridad de policía del municipio y
era propio de él patrullar personalmente el pueblo; haciéndose famoso por su
temeridad y por la aplicación de métodos poco ortodoxos a la hora de imponer el
orden. La Curva era el sector de su principal
atención y hasta los consumidores de marihuana
-y viciosos en general- estaban permanentemente en su mira. En este
renglón de la ilegalidad, para él, todos los cocacolos y camajanes eran
sospechosos. De tal manera que al menor desliz cometido por uno de ellos automáticamente
disponía para el infortunado, el corte de su copete, que era el peinado de moda
en jóvenes y adolescentes de la época.
También las mujeres que se involucraban o
protagonizaban riñas entre ellas - asunto que acontecía con alguna frecuencia- eran
detenidas y llevadas para ponerlas a disposición, no de un juez, si no de la
tijera. La sentencia: corte de cabello total. Así que sumariamente rambadas y empañoletadas se les veía regresar de su detención.
Se temía o guardaba respeto a su presencia o
aparición por su implacable juzgamiento de las circunstancias.
Las formidables
dotes persuasivas
Un episodio que describe el tiempo y el
personaje nos lo cuenta doña Aydee Torres: “..una noche un tipo se emborrachó y
armó un jarana pues sus amigos con los que había estado bebiendo lo querían
llevar para la casa pero no se dejaba, ni a las buenas ni a las malas y se armó
tremendo alboroto. El hombre de jaque se tiró (acostó) en el suelo en plena
calle obstaculizando el tráfico y no hubo manera de moverlo de ahí.. de repente
sin que nadie lo advirtiera apareció el teniente Martinez, con su perrero en la
mano; se le acercó y pasándole el perrero por el hombro y las costillas le
dijo: _ ehh compadre, párese. Paisano, levántese ! El tipo abrió los ojos y como un resorte se
enderezó. Se paró y, casi en tono de disculpa, aseguró: _me embolaté teniente, me embolaté, a lo que el teniente Martinez
respondió: -no se vuelva a embolatar así,
oyó. Se lo recomiendo” . Luisito Valdéz, el vendedor de avena de la esquina
estaba entre la multitud que presenciaba la escena y apuntó: “eso es lo que se
llama una verdadera lección de urbanidad”. Y todos rieron.
Del
estilo y los métodos
Otro hecho nos ilustra sobre el estilo y los
métodos, el que nos relata Francisco Kio Rivero: “Cuando pelao me fracturé un brazo y me iban a
llevar a Barranquilla. Esperando el bus cerca al Puente de los Varaos, más o
menos por donde estaba el Almacén Variedades quedaba Copetrán, en una colmenita
de tablas. Ahí llegamos como a las dos o tres de la madrugada a esperar el bus
que venía de Bucaramanga. Eran unas buseticas de madera en ese entonces. Yo
estaba muy niño pero recuerdo que ahí esperando el bus pasó el Teniente Martinez,
andaba de civil, llevaba puesto un sombrerito de aquellos que eran como de
pasta, tenían mallitas y dos plumitas de colores a los lados; vestía una
chompita y andaba con una metralleta patrullando el pueblo”.
Los viejos visitantes de la zona y moradores
aledaños ponderan la labor del Teniente y atribuyen a su trabajo la disminución
de los índices de delincuencia y violencia de La Curva.
El
Final
Hacía 1970 esta segunda etapa de La Curva
tenía sus días contados. El poblamiento de las áreas circundantes convertidas
en zonas residenciales como el nacimiento de los barrios Primero de Mayo y
Trujillo, especialmente; el surgimiento de planteles educativos como La Escuela
Mixta -relativamente muy cerca- ejerció tal presión que obligó a pensar en un
nuevo sitio para esta zona de tolerancia. De tal suerte que en 1971 se vio
forzada, nuevamente, a recoger sus bártulos y marcharse para otras tierras; para
la tierra prometida.
La tierra que le prometieron fue la Calle 25.
Allá iniciaría su tercera etapa.
EN PERSPECTIVA
Hoy reconociendo en perspectiva lo que dejó
esta segunda etapa de La Curva, así
sea en un pequeñísimo aparte hay que consignar que también dejó hijos y esposas,
pues varios niños de las trabajadoras de estos bares, fueron adoptados por
familias del pueblo y criados como hijos propios; hoy hombres y mujeres de
bien. Asimismo esposas.
En una sorprendente pirueta del destino en la vida de algunas de estas
muchachas, inconsultamente les cambió el rumbo. Terminaron desposándose con su cliente.
La
vida te da sorpresas, sorpresas te da
la vida.. ayy Dios
¹ Oriundo
de Aracataca-MagdalenaEscribe aquí tu artículo