.carlossalas.com/wordpress/">por Carlos Salas Lind: www.carlossalas.com)
Las dictaduras del Medio Oriente están siendo sometidas a un nivel de
presión inimaginable, si se toma en cuenta la fuerte resistencia al
cambio que se gesta en comunidades asentadas en estructuras sociales
marcadas por el respeto al orden jerárquico, el inmovilismo social y la
preeminencia religiosa.
A pesar de la gran dependencia económica y política de los países
occidentales más desarrollados, el mundo árabe se ha mantenido
prácticamente impermeable a los grandes procesos sociales que han
enmarcado el desarrollo de las democracias capitalistas.
Es así que procesos políticos y sociales tan significativos como la
separación progresiva Iglesia-Estado, la emancipación de la mujer y su
inclusión en el mercado laboral y la política, como la discusión y
legislación sobre asuntos valóricos – que acentúan la libertad
individual por sobre lo colectivo- han estado ausente en la existencia
de estados claves para la sostenibilidad de la economía mundial.
En el periodo de la postguerra – y al verse sumidos en el conflicto
global Capitalismo vs. Socialismo – la gran mayoría de los estados
árabes adoptaron un criterio utilitario, aliándose con la potencia que
mejor reforzara su posición frente a los intereses geopolíticos que se
generaban en el entorno geográfico más cercano.
En las postrimerías de la Guerra Fría, el agotamiento de las
dictaduras ideológicas en América Latina y Europa del Este estimuló a
estas sociedades a instaurar un estado de derecho para iniciar un
proceso de apertura y participación que fomentara el avance social y
económico experimentado por las democracias más avanzadas.
Aunque muchos países menos desarrollados (como los latino americanos),
no están totalmente libres de las grandes limitaciones que
imposibilitan el perfeccionamiento de un régimen democrático, gran parte
del mundo árabe ni siquiera ha probado el camino institucional que
otros estados han seguido con mayor o menor éxito.
Consiguientemente, el gran entusiasmo – que despertó en la comunidad
internacional la ola democratizadora en Latinoamérica y los países de la
Europa del Este a fines del siglo XX – hoy se confabula con la
perplejidad y la incertidumbre. Y no serían sentimientos infundados.
En el caso de sociedades tuteladas por élites represivas,
patriarcalistas y militaristas, la promesa del advenimiento de la
democracia podría fácilmente pavimentar la llegada de segmentos
fundamentalistas e intransigentes que repudian a Occidente, su cultura y
desarrollo institucional.
Para detrimento de EEUU y todos sus aliados en la comunidad
internacional, estos sectores del mundo árabe nunca
han estado exentos de arraigo popular. En el año 1991, el triunfo del
Partido Islamista en las elecciones generales en Argelia se convirtió en
el peor escenario para un mundo Occidental que aún no se reponía de la
revolución Iraní y la asunción al poder de una casta religiosa
fundamentalista y combativa. La voluntad popular de los argelinos
debió ser oficialmente ignorada, desatándose una cruel guerra civil que
cercenó cualquier acercamiento con las virtudes de la democracia. El año
2006, el contundente triunfo electoral del movimiento palestino Hamas
en los territorios ocupados por Israel, fue recibido con fuertes
sanciones económicas y políticas por parte de EEUU y la Unión Europea.
Los terroristas de Hamas – de acuerdo a la propia clasificación asignada
por EEUU y sus aliados – estaban en condiciones de llegar al poder por
la misma vía que legitimaba a las administraciones paralizadas por su
victoria.
Lo anterior revelaría que un Medio Oriente menos sujeto a los
intereses de una elite nacionalista y extremadamente conservadora – pero
muy dependiente de las ventajas económicas generadas por una relación
mercantil y pragmática con las potencias occidentales- se torna mucho
menos predecible para las naciones que más necesitan de la estabilidad
de estos mercados.
¿Qué será de Egipto y su rol estabilizador en una región constantemente amenazada por el avance del fundamentalismo religioso?
¿La unión de fuerzas libias que derrocaron y vejaron a un dictador brutal – como
Gaddafi – serán capaces de contener la instauración de un régimen adverso al surgimiento de una sociedad más
abierta y tolerante?
¿Puede la democracia florecer en sociedades que se resisten a debatir los temas que la fortalecen?
Irónicamente, la democracia – más que el imperio de dictaduras
brutales dispuestas a tratar con sus enemigos occidentales - podría
terminar generando peores dilemas de seguridad para los mismos estados
que apuestan a la intensificación de un proceso de democratización "a
la occidental" global.