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Reseña realizada por Begoña Curiel.
Un retrato del bien y el mal a través de personajes sórdidos y retorcidos como el escenario opresivo que los envuelve. La lectura ha sido fatigosa por su densidad y a ratos confusa por la forma de narrar de Faulkner. Luz de agosto es una novela a digerir, pero que sabe mejor con la distancia del tiempo una vez se concluye. Lena Grove, está embarazada y busca del padre de su hijo. Desde Alabama a Misisipi emprende el camino empujada más por la candidez que por la audacia aunque el viaje, a pie y en carreta, no deja de ser una locura para una joven con más ganas que pistas para alcanzar su objetivo. Sólo sabe que el padre de la criatura trabaja en un aserradero. En su singular aventura se cruzará con parte de los personajes del universo gris creado por el escritor. El lector queda anonado, a pesar de todo, por la suerte de la joven, porque es difícil creer que su historia puede acabar bien. Pero Luz de Agosto narra también la huida de Joe Christmas de su familia adoptiva, angustiado por la sangre negra de sus antepasados que corre por sus venas aunque pase desapercibido entre los blancos. Su socio Joe Brown le acusa del asesinato de la amante del primero, la señorita Burden, una mujer solitaria que vive ajena y alejada del sentimiento racista que la pequeña población vecina no tiene reparo en mostrar. Estamos en una sociedad sureña cerrada de los Estados Unidos del siglo XX. Las arraigadas convicciones religiosas y la insolidaridad campan a sus anchas con sus consiguientes efectos perniciosos cuando todo se lleva al límite. Describe de forma cruda la incomunicación, la soledad, la intolerancia y el poder perverso de los prejuicios. El mal se presiente y se siente en cada rincón de un ambiente provinciano, cerrado, hosco, en esta extensa crónica costumbrista del lugar y la época, donde la complejidad del ser humano nos abruma. En este sentido la novela es suprema, muy interesante, porque transmite al lector la hiel y la angustia a través de sus personajes. Hace que nos preguntemos: ¿Se puede vivir ahí? ¿Se puede vivir así? Y sin embargo, este pequeño mundo es un nicho representativo de todo lo que nos podemos encontrar –y encontramos– en cualquier lugar y época. Ese es el valor principal de la novela. Faulkner nos hace temer por los buenos, hasta enternecernos con ellos (es el caso del bondadoso Byron Bunch que pretende ayudar a Lena), y odiar al malo –aunque, ¿es Joe Christmas el monstruo que parece?– al menos recelar del que transpira oscuridad. El ejemplo de oscuridad –uno de ellos– lo encontramos en el reverendo Gal Hightower, atormentado y obsesionado por la muerte de su abuelo en la guerra civil americana, partidario del sufrimiento como senda para llegar hasta Dios. Tremendo. Otra cuestión de la novela es cómo ejecuta, de qué manera, y las fórmulas utilizadas por el escritor para hacernos llegar el mensaje que, por cierto, se intuye pronto. La minuciosidad de algunas descripciones se hacen tediosas; las piruetas narrativas despistan hasta que te pierdes por momentos; casi debes recolocarte en su laberinto para comprender qué cuenta y hacia dónde nos quiere llevar. Esta sensación se ha repetido una y otra vez hasta agotarme cuando ya estaba situada en su escenario, que violenta, desagrada y hasta asfixia. Soy consciente de que Faulkner no ofrece lecturas ligeras que se puedan coger a salto de mata, a ratitos para despejarte. Para nada. Por eso, quien se ponga manos a esta obra debe tener claro de qué autor estamos hablando y olvidarse de Luz de agosto si lo que busca es entretenimiento del cómodo.