.
Los hombres producen juntos
un ambiente social con la totalidad de sus formaciones socio-culturales y
psicológicas, estas formaciones, no son sólo
producto de la constitución biológica del hombre, la que proporciona limites exteriores para la
actividad productiva humana. El ser humano no puede desarrollarse como tal en
aislamiento, como tampoco puede producir aislado un ambiente humano.
La humanidad específica del
hombre y su socialidad están entrelazadas íntimamente.
El homo sapiens es siempre y
en la misma medida, homo socius.
El orden social no forma
parte de la naturaleza de las cosas y no puede derivar de las leyes de la
naturaleza. Existe solamente como producto de la actividad humana.
Tanto por su génesis (el
orden social es resultado de la actividad humana pasada), como por su
existencia en cualquier momento del tiempo (el orden social solo existe en
tanto que la actividad humana siga produciéndolo), es un producto humano.
Se puede decir que el ser
humano tiene como necesidad antropológica la externalización de su actividad
interior, de sus emociones, de sus pensamientos, de sus impulsos, de sus
hábitos y estos productos internos, son co-fundadores del orden social. A su
vez, entendemos este proceso en forma dialéctica, el hombre a la vez que
construye el mundo, se construye a si mismo con
y por lo otros.
Si conceptualizamos la
institución como “sistema de vinculación en el cual el sujeto es parte
interviniente y parte constituyente… “, (R. Kaes), podemos considerar que ya
desde el primer esbozo de vida intrauterina, en la polifonía de los
intercambios madre-hijo, estamos ante un
fenómeno social, institucional inaugural.
La necesaria solidez….
“La institución, las
instituciones, aseguran silenciosamente continuidades ensambladas que forman el
trasfondo implícito de nuestra vida psíquica; el zócalo cultural complementario
de la roca biológica, sobre las cuales se afirma el espacio de la psiquis. La
irrupción de la institución en este espacio lo transforma. “
“…la institución nos precede nos sitúa y nos inscribe
en sus vínculos y sus discursos…. Descubrimos también que nos estructura y que
trabamos con ella relaciones que sostienen nuestra identidad.”
“… esta externalización de un espacio interno es la
relación más anónima, violenta y poderosa que mantenemos con las instituciones”
“dos conceptos limites articulan por vía de
apuntalamiento, el espacio psíquico a sus dos bordes heterogéneos: el borde
biológico, que la experiencia corporal actualiza, y el borde social,
actualizado por la experiencia institucional.”
Sufrimiento y
psicopatología de los vínculos institucionales.
René Kaës.
“El mundo institucional se experimenta como
realidad objetiva, tiene una historia que antecede al nacimiento del
individuo. La biografia del individuo se
aprehende como un episodio ubicado dentro de la historia objetiva de la
sociedad.
Las instituciones están ahí, fuera de él, persistentes en su realidad, quiéralo
o no: no puede hacerlas desaparecer a voluntad. Resisten a todo intento de
cambio o evasión; ejercen sobre el un poder de coacción , tanto de por si, por
la fuerza pura de su facticidad, como por medio de los mecanismos de control
habitualmente anexos.”
La construcción
social de la realidad. Peter Berger ,
Thomas Luckmann
El
discreto encanto de la fluidez….
“Los líquidos no se pegan al espacio ni se atan al
tiempo, no conservan una forma durante mucho tiempo”.
“Consideremos que la fluidez o la liquidez son
metáforas adecuadas para aprehender la naturaleza de la fase actual de la
historia de la modernidad”
Modernidad Líquida. Zygmunt Bauman.
"¿Quién
cree aún en el trabajo cuando conocemos
las tasas de ausentismo..? ¿Quién cree aún en la familia cuando los índices de divorcios no
paran de aumentar, cuando los viejos son expulsados a los asilos, cuando los
padres quieren permanecer "jóvenes'...? ¿Quién cree aún en el ejército
cuando por todos los medios se intenta declararlo inútil, cuando escapar del
servicio ya no es un deshonor? Después de la Iglesia, que ni tan sólo consigue
reclutar a sus oficiantes, es el sindicalismo quien pierde igualmente su
influencia...
El sistema funciona, las instituciones se
reproducen y desarrollan, pero por inercia,
en el vacío, sin adherencia ni sentido, cada vez más controladas por los 'especialistas', los últimos curas, como decía
Nietzsche, los únicos que todavía quieren insertar sentido, valor, allí donde
ya no hay otra cosa que un desierto apático"
.La Era
del Vacío. Gilles Lipovetsky
PARALAJE
SOLIDO-FLUIDO.
La naturaleza errática y
esencialmente impredecible del cambio contemporáneo, ha modificado nuestra
forma de “estar en el mundo”, ya sea por estar signados por el síndrome de la
prisa, o participar en una red de significantes institucionales y sociales cuyos
discursos, sustentados en enunciados que
han dejado de contener aquellas palabras que nos servían de referencias por
remitir a solidez, estructura y duración, han sido sustituidas por otras que
aluden a la volatilidad, reemplazo fácil
y corta vida.
Toda práctica humana es un
fenómeno social que no sólo socializa saberes, teje redes vinculares, diseña
formas organizacionales y distribuye capital cultural, sino que además, es
co-productora de subjetividad.
Frente a este modelo en el
que lo único permanente es el cambio y dentro del cual la sociedad actual se
sumerge irreflexiva, existe la necesidad de asegurarse la existencia. Este problema,
ha atravesado todas las formaciones sociales de las distintas épocas
históricas, y a través de ellas, reconocemos que el sujeto es un buscador de
certidumbres.
Al decir del filósofo Peter
Sloterdijk, la existencia humana depende de la disponibilidad de estructuras de
seguridad vitalmente indispensables, o como él las llama, estructuras de
resguardo o estructuras inmunes.
A través del tiempo, los hombres
han ido disolviendo estructuras de inmunidad que eran más imprecisas y
embarcados en un movimiento civilizador produjeron una transición, desde formas
de vida religiosas y rituales a formas de vida regidas por la técnica y
pragmáticas, donde la seguridad o la inmunidad son fabricadas. Por otro lado,
podemos ver que también la filosofía ha procurado brindar técnicas de certezas
en el marco de una filosofía basada en estrategias optimistas.
No obstante, tampoco la
filosofía pareció ser la panacea para que el hombre encuentre verdaderas
certidumbres de las que asirse y tal vez por eso, entendemos el éxito de las
compañías aseguradoras, dice Sloterdijk.
Pero en mi opinión, lo que
ha permitido al hombre no disolverse, juntar sus fragmentos y recomponerse, es su participación, su co-construcción
subjetiva en las diversas instituciones con las que interactúa en el entramado
social desde el nacimiento hasta la muerte.
El hombre busca resguardo e
inmunidad, esencialmente psíquicos, así como alguna forma de contención
afectiva para su ansiedad de fragmentación en las diversas instituciones por las que transita
a lo largo de su vida.
Tiempo
y memoria, dos dimensiones importantes constitutivas de la identidad.
Einstein afirmaba que sólo
existen dos tiempos: el tiempo psicológico y el tiempo físico. El tiempo
psicológico, es el que cada uno de nosotros experimenta de forma cotidiana y
que tendrá tantas posibilidades de variación como nuestras sensaciones
subjetivas.
El segundo tiempo, el tiempo
físico, depende de los sistemas de referencia de los diferentes observadores y
tiene un límite que constituye la otra cara de la relatividad einsteiniana, la
constante física de la velocidad de la luz. Los fotones, partículas que viajan
a la velocidad de la luz, carecen de tiempo, no envejecen.
Pero nuestros sistemas de
referencia externos, esos que atraviesan nuestras instituciones, también se han
modificado a lo largo de las épocas, lo que provoca una sensación de inquietud
o desorientación cosmológica en nuestra existencia; nuestro universo ya no es
el de Ptolomeo, pero también ha dejado de ser el de Copérnico, el de Galileo o
el de Newton.
Las investigaciones coinciden en que mas allá
de las diferencias personales, respecto de la sensación de velocidad y
durabilidad, la generalización apunta a una sensación de que el tiempo ya no
está a nuestra disposición, a nuestro alcance, como que constituye una
dimensión ajena a nosotros.
El proyecto moderno se ha
vuelto híper-moderno, la “razón instrumental”, que señalaba Habbermas, se
vuelve finalidad en sí misma. La innovación industrial y tecnológica imprime
una celeridad, una instantaneidad, que atraviesa todos los sectores de la vida
institucional y personal; las instituciones son estructuras tecnológicas
impersonales en las que los hombres padecen tal inflación de expectativas que
pierden la dimensión del hoy, diseñando instrumentos materiales y psicológicos
para “colonizar el futuro”. Me viene la imagen del conejo de “Alicia en el país
de las maravillas”, siempre corriendo temeroso con la impresión de “llegar
demasiado tarde a todas partes”.
Esta línea tendiente a
deshacerse de lo pesado, de manipular lo transitorio, de hacer una liposucción
de la memoria, atenta directamente contra
la identidad del individuo y la de las instituciones.
En la modernidad “sólida”,
nuestros recuerdos, nuestra historia enmarcada en la historia de las
instituciones, era un valor positivo que permitía tener una mirada longitudinal
de la evolución de los proyectos institucionales, de cómo el rescate de los
valores fundantes de la organización, continuaban dando cohesión tanto al
proyecto institucional como al personal. La memoria es parte de lo que permite
tener atrapado al fantasma que sigue dando sentido, en cada uno, a lo grupal.
En la aldea global, ya no es
necesario que todos los integrantes de la institución conozcan y busquen sus
significantes en la historia oficial y latente de ésta. Ya no hay anfitriones
que presidan los rituales de iniciación de los nuevos integrantes, porque cada uno si así lo quiere, puede bucear
en internet, en los archivos de los servidores y buscar la información precisa y
puntual que necesita, porque cada uno viene a ocupar un lugar en la larga
cadena de engranajes.
¿Pero, qué sucede cuando las
instituciones se vuelven vulnerables al vértigo paroxístico del cambio de
estado, a un tiempo en el que parece absorbido por los agujeros negros de la
cotidianidad tecnológica, a una memoria expulsada del cerebro, y como al decir
de Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire?
“…Todo lo estamental y estancado se esfuma,
(todo lo sólido se desvanece en el aire), todo lo sagrado es profanado…". Karl
Marx.
Subsiste por tanto, y esa es precisamente la
necesidad que impulsa a los hombres a considerar serenamente, una y otra vez,
sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas. Es de este ejercicio
de donde surgen las cuestiones candentes de cada época.
Es el material del que se
nutren los sueños y las crisis.
Las
instituciones son un campo de pruebas que recrea la experiencia vital, como
también los sueños, en cierto modo. Tal vez por esto, Marcelo Percia, considera
que:
“Hacer clínica de las instituciones significa
pensar hechos como sueños”
Para Didier Anzieu, un grupo es una especie de sondeo en el
inconsciente social.
Anzieu, a partir de su extenso trabajo con grupos e
instituciones, aporta su hipótesis de la correspondencia entre la organización institucional
y la organización fantasmática, de la cual tomó y analizó algunas
formulaciones:
“La institución
“realiza” el fantasma; lo realiza de un modo que lo “fija”; la movilidad del
deseo está “ligada”, al mismo tiempo que lo está la permanencia de las
instituciones y de la sociedad garantizada” – D. Anzieu
Me pregunto qué sucede en el sujeto
cuando la institución, la sociedad misma, ya no puede asegurarle esa fijación
de su deseo y su fantasma.
Williard Quine, sostenía que nuestra
verdad no se presenta sola sino vinculada a un conjunto de convenciones
culturales; ¿qué sucede con nuestra verdad, cuando nuestras convenciones se convierten
en fluidos?
“El sueño
realiza los deseos inconscientes, pero lo hace al precio de un distanciamiento
entre el contenido latente y el manifiesto.”
D. Anzieu
De forma semejante,
dice Anzieu, hay una distancia entre la fantasmática dominante en el inconsciente
social y las instituciones de la sociedad correspondiente. Esa distancia fundamenta
”la libertad de fantasmatización individual, permite la crítica y garantiza una
posibilidad de evolución social.”
¿Será esa distancia
la clave para mantener una homeostasis institucional más allá de las críticas,
intervenciones y diferentes posiciones que puedan adoptar sus integrantes?; ¿Será
que establecer esa distancia, al modo de Cosimo Piovasco, el personaje de “El
Barón rampante”, de Italo Calvino, es la clave también para poder realizar
pluralidad de miradas y mantenerse imparcial, pero no neutral?
“Un grupo, un
organismo social o un país, funciona mal cuando el distanciamiento ha llegado a
ser demasiado grande entre la organización fantasmática y la organización
institucional.”
Señala Anzieu que pretender cambiar la organización
formal para dar vida a la colectividad, es una operación inútil si la
fantasmática subyacente no es recambiada en su sentido o si una nueva
fantasmática dominante no ha emergido.
“El deterioro de un grupo o la decadencia de una civilización
sobrevienen cuando se ha agotado la carga emocional que da sentido a esta
fantasmática; una institución sin fomentación fantasmática subyacente se
convierte entonces en una ostra vacía.”
“La revolución apunta a dar vuelta a las instituciones correspondientes
a una fantasmática periclitada y a inventar instituciones nuevas que expresen y
vinculen la fantasmática que haya emergido en su lugar y que garanticen un
nuevo equilibrio entre la vida colectiva y el inconsciente social.”
El hombre, comienza construyéndose a
partir de otro, identificándose desde el comienzo a través de una suerte de
mímesis, de géneros imitativos que le sirven de molde para prefiguran su
autoconstrucción como sujeto.
A medida que transcurre el tiempo, el
vínculo con los otros le permite ir entrando y dominando ese universo
discursivo que lo codifica, así como los “juegos de lenguaje” (Wittgestein), y
se edifica a través del proceso secundario como autor de su propia diégesis.
La narración de ese sujeto como autor, enriquecida por, la potencialidad
del mundo de la vida sobre el que se sustenta nuestra capacidad de
interpretar: tradiciones, lenguajes, (códigos, presuposiciones), formatos
narrativos, mundos posibles, modelos de mundo, se transforma en texto colectivo
productor de nuevos símbolos que vuelven al sujeto a través de su vínculos con los otros.
La comunión con el símbolo, antes que a través suyo, permite que
las personas puedan completar los perfiles de una Figura (percepción
representación de sí), que ya conocían o sustituirla por otra, total o parcialmente,
encontrar su rol, su posición grupal o social. Lo esencial, sin embargo, es que
esa Figura les atañe íntimamente a ellos mismos, a cada uno de nosotros. Son nuestras
imágenes y conceptos de lo humano o nuestras imágenes y sentidos consustancialmente
humanos, nuestro aporte al genoma social que se constituye como “contenido de
un metacontinente (la institución)”.(Kaes).
A
MODO DE CIERRE.
Yo creo que la crisis ya se
ha instalado como arquitectura permanente de las instituciones, del hombre y de sus vínculos, de los
fenómenos sociales co-constituyentes de su subjetividad.
Nos encontraríamos en una
situación a la que Kant denominaría: “Ilusión trascendental”, colocando en un
mismo nivel dos fenómenos incompatibles:
Por un lado, la institución
como “zócalo cultural”, que da sustento y que “genera” espacio para la
emergencia de la psiquis y por otro lado, una institución que yo diría más que
transformarse en fluido, ya casi transita hacia un estado gaseoso, evanescente.
La solidez o la fluidez,
comparten la insuperable brecha de paralaje, la confrontación de dos
perspectivas estrechamente vinculadas entre las cuales no es posible ningún
campo neutral común.
No hay territorio compartido
entre ambas nociones, pero sin embargo, con asistencia de Lacan, podríamos
interpretarlos como lados opuestos de una banda de Moebius, partes de la misma
estructura, pero cuya visibilidad dependerá de la posición en que se sitúe el
observador.
Propongo reflexionar sobre
la crisis, pues si ésta ya forma parte de lo instituyente y también de lo
instituido, deberíamos desarrollar dispositivos que nos permitan encontrar
nuevos puntos de anclaje en estos paradigmas institucionales fronterizos, que
de alguna manera hacen navegar al sujeto en los bordes de un océano de incertidumbres,
abriendo así a la posibilidad de una multiplicidad de praxis, de lecturas y de
escuchas que permitan acceder a nuevos campos de comprensión de sentido y de
prolongación de nuestros “axones sociales”, para no quedar sumidos en la
fragmentación y el aislamiento.
Parafraseando a Macedonio Fernández, tal vez habría que
buscar estrategias de supervivencia, donde entrenar el “derrotar la estabilidad de cada uno en
su yo”.
“Sereno y estudioso, Luis
Pereda se dirigió a Buenosayres:
–De acuerdo con ese punto de vista, ¿cuál es tu posición de argentino?
–Muy confusa –le respondió Adán–. No pudiendo solidarizarme con la realidad que
hoy vive el país, estoy solo e inmóvil: soy un argentino en esperanza.
Eso en lo que se refiere al país. En cuanto a mí mismo, la cosa varía: si al
llegar a esta tierra mis abuelos cortaron el hilo de su tradición y destruyeron
su tabla de valores, a mí me toca reanudar ese hilo y reconstruirme según los
valores de mi raza. En eso ando. Y me parece que cuando todos hagan lo mismo el
país tendrá una forma espiritual."
Adán Buenosayres
-Leopoldo Marechal.