Dicen algunos anticapitalistas que hay que combatir el capitalismo
hasta hacerlo desaparecer en interés de todos, y en especial del
suyo. Lo dicen ellos, pero la mayoría en gran medida ni se lo
plantea seriamente. El problema básico es que resulta difícil
borrar una ideología de manera radical y, en todo caso, siempre le
queda el refugio de la historia para no desaparecer totalmente. Por
otra parte, la pretensión no es más que un el intento de vender
un producto alternativo, que si se observa con atención resulta
que bebe de la misma fuente de lo que se pretende combatir, es decir,
del capital, entendido en general como dinero concebido como
instrumento de poder. En todo caso, esos anticapitalistas no pueden
evitar tener que convivir con el mercado, regulado por el mundo del
dinero. De ahí las dificultades de la empresa.
Intelectualmente, desde tiempo atrás, los intentos de
liquidar el capitalismo no han sido nada serio, porque solamente han
tocado tangencialmente el tema sin un verdadero ejercicio de
reflexión racional, ya que en gran medida la intelectualidad
asalariada por algún grupo de interés se mueve en el terreno de
las conveniencias personales y sectoriales. De ahí que, planteada la
cuestión en términos más realistas, desmontar el sistema
capitalista es una ocurrencia más, promovida por algunos que
se han posicionado en el espectro de las izquierdas con pretensiones
de tener poder, utilizando así la tesis anticapitalista para vender
su mercancía electoral. Comercializar el producto por parte
de los más avispados para atraer a los afectados por las injusticias
sociales —de las que siempre se culpa al capitalismo— al redil de
sus intereses particulares, es una estrategia pasada de moda que
puede funcionar por un tiempo, hasta que el personal afectado
descubre que de lo dicho no hay nada.
En el plano operativo, el anticapitalismo de las llamadas
izquierdas avanzadas juega a ofertar políticas sociales.
Simple ruido propagandístico, porque si trata de llevarlas a la
práctica, a menudo se pone al descubierto su incapacidad y falta de
preparación. Sus tesis giran en torno a todo aquello que les permita
conquistar el voto y, ya en el poder, el voto se convierte en veto
de cuanto discrepa de su doctrina. Sin duda la política del reparto,
tratando de practicar la nueva forma de caridad con los necesitados
en un ejercicio de hipocresía política, cuenta con un nutrido grupo
de beneficiados que esperan a ver si cae algo más para gastar. Del
lado de los promotores, lo del reparto se trata de una estrategia
productiva, porque siempre ofrece réditos electorales. Curiosamente
en lo de repartir, como argumento clave de la estrategia
anticapitalista populista, no se hace otra cosa que seguir el juego
al enemigo a combatir, entregándose a las consignas de las
empresas capitalistas, que confían así en animar el mercado con la
entrada de dinero fresco.
A los anticapitalistas habría que apuntarles que es en ciertas
actitudes del empresariado, en su condición de comisionado para
llevar a la praxis la ideología capitalista, donde reside el
problema del capitalismo y no tanto en la ideología misma. Esta
última viene demostrando que, pese a las circunstancias adversas,
siempre resurge y se mantiene en primera línea. La razón de
que el capitalismo sea sencillamente incombustible es porque
cuenta con algo decisivo como es el respaldo social, y lo tiene,
puesto que las empresas que siguen sus líneas maestras están
orientadas a procurar el bienestar colectivo a través del
consumo, para aliviar necesidades vitales de las gentes y dar
vida a su propio negocio. Las personas en general piensan en términos
capitalistas porque se entregan al mercado como medio para acceder,
sino es al bienestar, al menos al bien-vivir. Es esto lo que le
permite mantenerse en plena vigencia en su condición de fuerza
conductora de la sociedad, y su posición difícilmente se le puede
desmontar en base a ofertar políticas de pan para hoy y hambre para
mañana, porque de lo que se trata es de mantener un bienestar real y
continuado.
Sobreese carácter de incombustible que despliega el
capitalismo animando la actividad del empresariado en el terreno
real, pueden servir como modelo en el convulso mundo actual las big
tech que cotizan en la Bolsa neoyorquina. Mientras sectores
económicos de la producción tradicional se hunden afectados por la
crisis del virus —un significativo ejemplo son la mayoría de las
empresas españolas que cotizan en Bolsa—, otros — Amazon, Apple
y compañía— no solo se muestran inmunes a las circunstancias
adversas, sino que crecen en beneficios, animados por el consumo
forzado por las nuevas circunstancias. Lo que quiere decir que muchas
empresas quebrarán, porque se ha orientado el consumo en otra
dirección, pero es hecho evidente que la sociedad no puede dejar de
consumir y allí estarán las empresas capitalistas creativas para
satisfacer las necesidades de la demanda. Mientras la sociedad exija
bienestar, el capitalismo no podrá desaparecer, aunque en apariencia
se tome periodos vacacionales.
Si se indaga sobre los problemas sociales generados por el
capitalismo, como la desigualdad y la injusticia entre otros, habría
que centrarse no tanto en la ideología como en la aplicación que
de ella hace el empresariado y en la propia desidia social. No
plantean problemas los empresarios y esas empresas creadas para ser
saqueadas por sus promotores, que pronto desaparecen, pero no sucede
así con las que aplican al pie de la letra la doctrina. Este es el
caso de las que subsisten contra viento y marea y no se desvanecen
bajo el peso de de la avaricia enriquecedora de sus gestores, porque
son verdaderamente capitalistas. Es aquí, frente al empresariado
realmente capitalista, donde el anticapitalismo debe actuar poniendo
orden en su actividad, es decir, colocando por delante de los
intereses depredadores los intereses sociales. Por lo que respecta a
la sociedad en general, se observa falta de concienciación en el
tema y solamente se entrega al consumo.
Poner orden en la empresas para evitar monopolios, no solo
sectoriales, sino generales, es el primer paso, ya que en caso
contrario se acaba cayendo en la dictadura empresarial dado su poder
económico y, si el control se entrega a una minoría de ellas, está
aquí una nueva forma de totalitarismo. La cuestión en este punto es
quién va a poner orden. Tal vez una respuesta podría venir de la
política. El problema es que si toma posiciones la derecha,
alterna con el empresariado desde un lado, y si es la izquierda, pese
a que se declare anticapitalista, lo hace desde el otro; los del
medio simplemente basculan. Como los políticos son obligados a beber
de la fuente del empresariado, no queda otra que atenerse a sus
dictados, procurando guardar las apariencias ante la ciudadanía. En
cuanto al anticapitalismo doctrinario, no es alternativa,
porquesigue con sus elucubraciones, ignorando que la sociedad
se ha declarado capitalista convencida. Quedaría la vía de los
consumidores, porque tienen en sus manos las llaves del mercado,
aunque distinto es que sepan utilizarlas. Sin embargo la ciudadanía
no está por la labor de poner orden en la actividad del
empresariado, simplemente porque resulta más cómodo que otros
trabajen por ella, siempre que se garantice un nivel de bienestar
creciente.