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Sara Jaramillo Klinkert, (Medellín, 1979), es una periodista y comunicadora social que ha colaborado en los principales medios de comunicación colombianos. Sin embargo, tras realizar un Máster de Narrativa en la Escuela de Escritores de Madrid, ha comenzado a cosechar sus merecidos éxitos como escritora. En diciembre de 2019, la editorial colombiana Angosta publicó su primera novela Cómo maté a mi padre, que Lumen ha editado en España en junio de 2020. Además, Lumen prepara ya la publicación su segunda novela, titulada Donde cantan las ballenas.
En Cómo maté a mi padre narra una historia impactante basada en hechos reales. A sus once años un sicario mató a su padre y tuvo que rehacer toda su vida de nuevo. Aunque no había escrito antes sobre aquel hecho, este libro se fue conformando, al inicio, como un conjunto de textos dispersos que fue entregando para su Máster de Narrativa que fueron tomando cuerpo. Con un lenguaje delicado y sensible, tal como ve el mundo una niña, adornado con bellas imágenes y acertadas reflexiones, las páginas de este libro ofrecen un mundo sugerente y despiertan un sinfín de emociones.El Libro Durmiente, de la mano de Ramón Sanchis, ha querido entrevistar a esta escritora cuya calidad le augura un futuro brillante.¿Venía escribiendo ese libro en su mente desde aquel momento fatídico?No, jamás pensé en escribir sobre lo que me había pasado. No me creía capaz de hacerlo porque, de hecho, ni siquiera me atrevía a hablar de ello. Mucha gente cercana se enteró de cosas después de publicado el libro, lo cual denota lo poco que yo hablaba del tema. Sin embargo, llegué a la Escuela de Escritores y allá me impulsaron, me movieron fibras, desataron recuerdos, hicieron salir a flote sentimientos que tenía muy ocultos. Todo se fue dando de una manera muy orgánica, muy honesta, muy cruda y hoy me doy cuenta de que esa es, precisamente, la gran virtud de la novela.¿Se escribe para conjurar los recuerdos del pasado, intentando olvidarlos, o para asignarles un lugar en un nuevo orden de vida?Se escribe para ambas cosas. En mi caso, con el proceso de escritura conseguí sanar muchas heridas que aún tenía abiertas. No fue fácil, no fue cómodo, no fue agradable: me implicó un desgaste emocional inmenso. Lloré cada línea del libro una y mil veces. También fue muy difícil darme cuenta de lo mucho que ese suceso nos había afectado como familia. Era algo en lo que simplemente no había pensado antes, pero ocurre que para escribir sí tuve que hacerlo y mucho. Siempre será doloroso darse cuenta de que aquello que ocultamos es justamente lo que más nos revela. Sin embargo ahora tras el libro publicado y todas las cosas buenas que me han ocurrido a raíz de ello, percibo esos mismos sucesos desde un lugar muy diferente al dolor, la rabia o la angustia. Escribirlos fue una especie de liberación para mí.En la Colombia de 1991, esa terrible experiencia, era algo cotidiano. ¿Cómo se convive con ese deterioro moral y social?El ser humano tiene una capacidad de adaptación impresionante. Tristemente uno termina por acostumbrarse a esas cosas antes la imposibilidad misma de cambiarlas. Se toman medidas de seguridad, se tiene una gran consciencia acerca del autocuidado. Al final, terminan normalizándose cosas que no son para nada normales. Uno termina anestesiado al punto de que aquellas cosas terribles que muestran en las noticias son parte del paisaje. Igual cada uno está ocupado intentando seguir con sus propias tragedias a cuestas. Creo que de esa época no hay ni una sola familia en Colombia que no haya sido tocada por la violencia.Sin duda, tal como El año del pensamiento mágico de Joan Didion, su libro puede ser útil para aquellos lectores que pasan por una situación de duelo. Pero en Cómo maté a mi padre, narra el proceso que siguió una niña que se vio privada del afecto del padre. ¿Cómo encuentra una niña la entereza necesaria para seguir adelante?Creo que la ausencia paterna a tan corta edad me trajo una de las revelaciones más grandes y crudas de la existencia y es la certeza de saber que estamos solos en el mundo. Suelo decir que uno crece el día en que se percata de ello. Hay gente que nunca lo hace y se le pasa la vida esperando a que alguien más le solucione todos sus asuntos. Esa es la gente que nunca crece. Pero cuando tienes once años y matan a tu padre es inevitable pensar que te va a tocar enfrentar solo aquello que normalmente los demás enfrentarían con la ayuda de sus padres. Recuerdo que me parecía muy injusto y que sentía mucha rabia e impotencia. Entendí lo que mi padre quiso decir tantas noches en torno a la mesa del comedor cuando le contaba a la mamá los casos que llevaba en curso: «la justicia no existe», decía. Y eso que era abogado.Cada vez que veía a alguna de mis amigas con sus papás, tenía que esforzarme para no ponerme a llorar. Es un sentimiento indescriptible ver en otros aquello que a ti te han arrancado a la fuerza. Algo que no vas a poder recuperar jamás. Jugué softball todo el bachillerato y los papás iban a menudo a ver jugar a sus hijas, pero a mí no fue nadie a verme nunca. Nadie iba a las reuniones de padres de familia, nadie aparecía a recoger mis notas. Me quedé tardes enteras olvidada en el patio del colegio. Rápidamente entendí que yo era la única responsable de tomar las riendas de mi vida.Un libro ha dado paso a otro. Tras publicar Cómo maté a mi padre, la editorial Lumen prepara ya la edición de su segunda novela. ¿Qué se siente ante este éxito repentino? Habrá quien piense que es un golpe de suerte, pero ¿es fruto de un esfuerzo silencioso o de la intuición?La gente que no me conoce muy bien, a menudo, sugiere que tuve suerte. A mí esa afirmación me descoloca un poco porque la escritura ha sido mi sueño desde que era niña y me esforcé mucho por hacerlo realidad. Me he entregado en cuerpo y alma. Escribir siempre fue mi norte, no lo perdí jamás de vista. Ni cuando fui presentadora de televisión, ni cuando dirigí el departamento de relaciones públicas de la principal empresa textil del país, ni cuando trabajé como reportera en el canal de televisión más visto de toda Colombia. Nunca. La gente siempre pensó que ya había alcanzado el éxito profesional, yo, en cambio, recuerdo que solo pensaba: «qué estoy haciendo aquí, me estoy traicionando a mí misma, tengo que ponerme a escribir». El reto esta vez era diferente: por primera vez no me servían mis contactos, ni mis relaciones sociales, ni mi aspecto físico. Tal vez hubo algo de suerte, pero no fue el factor determinante, yo he trabajado muy duro por llegar hasta acá, he renunciado a muchas cosas, nadie me ha regalado nada.¿Qué le mueve a escribir?Escribir me ayuda a pensar mejor. Yo misma me sorprendo cuando leo mis propios textos y encuentro ideas que jamás habría podido expresar de otra manera. Me encanta la posibilidad de vivir otras vidas. Antes lo experimentaba a través de la lectura, pero ahora que escribo a tiempo completo me doy cuenta de que es aún mejor vivir esas vidas a través de personajes que uno mismo construye. Encuentro una gran paz en las horas de escritura. En ellas están las cosas que me más gustan: el silencio, la soledad, la imaginación desbordada, el transitar por caminos que ni siquiera sabes hacia dónde te llevan. Para mí la escritura es un gran acto de libertad. Cuando ejercía el periodismo me frustraba mucho que no hubiera espacio para la imaginación, que no pudiera expresar mis opiniones. Hoy que hago ficción adoro la idea de que mis personajes puedan hacer lo que les venga en gana, de que puedan decir todo lo que no puede decirse.¿Qué le ha aportado su paso por la Escuela de Escritores?Llegó un momento en que me di cuenta de que tenía un montón de proyectos literarios empezados y abandonados. No era capaz de terminarlos por falta de tiempo, de herramientas, de opiniones calificadas que me dijeran de una buena vez si todo ese esfuerzo estaba valiendo la pena. Fue entonces cuando decidí tomarme las cosas en serio. Pensé que matricularme en un programa académico en donde hubiera calificaciones, tareas y todas esas cosas formales ejercería algo de presión para escribir. En la Escuela de Escritores de Madrid encontré esa presión y adquirí músculo literario. Entendí que mis textos se quedaban sin aliento por falta de herramientas. Le debo todo a la Escuela. Si no hubiera pasado por sus aulas aún estaría empezando y tirando proyectos en igual medida.¿Cuál es su forma de trabajo: usa mapa o brújula? ¿Elabora minuciosamente sus textos o se deja llevar por las musas?Un poco de todo. Por lo general tengo más o menos claro de qué va la historia y cuál es el final. En eso soy como Poe, no soy capaz de avanzar si no sé exactamente el punto de llegada. No obstante en el camino para llegar a él me doy muchas licencias, dejo gran espacio para la improvisación.¿Cómo se convierte un aprendiz en escritor?Escribiendo. La única forma de ser escritor es esa. Hay una cantidad inmensa de tiempo oculto detrás de cualquier texto. Creo que escribir es una actividad muy demandante y muy poco reconocida. Por eso hay que pensárselo dos veces antes de dedicarse a ello. No hay nada que te asegure el éxito y aún así tienes que estar dispuesto a sentarte muchas horas a teclear. Hay que ser muy terco para meterse en algo como esto. Hay que estar muy decidido. Hay que estar seguro de que, habiendo mil actividades que te ofrecerían más reconocimiento, que son más lucrativas, más fáciles, más amables, tú no te imaginas haciendo otra cosa.¿A qué autores ha plagiado a hurtadillas o ha mirado con envidia? ¿Quiénes son sus modelos literarios?Hay una colombiana que admiro mucho y es Margarita García Robayo. Sus textos son claros y profundos. Ella hace un tipo de literatura que me encanta, llena de digresiones en torno a asuntos casi siempre muy cotidianos. Por estos días he estado leyendo también con fascinación a Rackel Cusk. Adoro esas historias que parecen no ir hacia ninguna parte y, que sin embargo, pasan de personaje en personaje dejándonos con más preguntas que respuestas. Por otro lado está Delphine de Vigan. La claridad en su escritura es tal que puedes devorarte un libro de una sentada sin percatarte del paso del tiempo. Su manejo de la tensión dramática es impresionante. Siempre te tiene al borde de la historia con ganas de seguir asomándote, pero sin darte lo suficiente para que te lances al vacío.¿Qué le gustaría que perdurara de su obra en el futuro?Me parece muy ambiciosa la idea de perdurar en el futuro. Me conformo con haber podido plasmar literariamente mis obsesiones y mis heridas, de haber sido capaz de hacerlo con absoluta honestidad y sin autocensura. Solo el tiempo dirá si son dignas de perdurar.¿Para escribir bien hay que ser buen lector? Aconséjenos tres libros para disfrutar de la buena literatura.Primero estaba el mar de Tomás González.Los pasos perdidos de Alejo CarpentierLa perra de Pilar Quintana¿Quién es Sara Jaramillo y qué cosas le motivan? Me motivan tantas cosas que, a veces, pienso que por eso me hice escritora: en las palabras cabe el mundo entero y todas sus posibilidades, puedo ser una y mil otras o no ser nadie en absoluto. Puedo tener siete vidas como Kafka o mi gato, o darle la vuelta al mundo buscando ingredientes raros para surtir mi tienda de especias: Ábrete sésamo. Puedo perderme en aquel sitio frente al mar que solo yo conozco, ese que no sale ni en los mapas. O meditar diez días con el fin de aprender a girar para ambos lados. Del yoga aprendí a andar patas arriba para que las ideas que anidan en los pies se vayan para la cabeza y de la panadería, que no es la levadura, sino la paciencia la que hace subir el pan. Me conformo con ver aves ante la imposibilidad de convertirme en una y tengo el proyecto de salvar guacamayas del tráfico de fauna. Adoro los animales, casi más que a las personas. Cocino mucho y como poco; me muevo mucho pero no me quedo en ninguna parte. Y en los entretiempos de todo eso escribo, escribo y vuelvo escribir.