. Estudió Ciencias de la Información e hizo un máster en Historia y Literatura Latinoamericanas en el Reino Unido. Trabajó como corresponsal en Londres y Moscú.
A su primera novela Cenizas rojas, publicada en 1999 le siguió Espuelas de papel. En 2006 obtuvo el Premio Vargas Llosa NH por Las normas son las normas, una narración sobre las víctimas de la Guerra de Crimea.
Tras su siguiente trabajo en 2012, Perros que ladran en el sótano, el primer trimestre de este año publicó La forastera.Actualmente sigue trabajando para El Periódico y es profesora en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès.Entrevista realizada por Begoña Curiel para ELD.–La forastera se publicó antes del decreto de alarma. Tras la publicación suelen decir los escritores que las obras quedan en manos de los lectores. Supongo que el confinamiento no ha permitido promocionarla de forma adecuada. ¿Cómo vive un autor esta situación?—Fue un mazazo. Después de ocho años sin publicar, tenía muchas ganas de volver al ruedo y pelear por ‘La forastera’ y, mire por dónde, nos cayó encima esta plaga bíblica en año bisiesto. Las grandes citas librescas —Sant Jordi, la Feria del Libro de Madrid y otras muchas—, la mejor oportunidad para encontrarse con los lectores, se han ido al traste o bien han sido aplazadas. Ha habido que adaptarse; en mi caso, con una inmersión exprés y acelerada en redes sociales.–Describen su última novela como “wéstern contemporáneo”. ¿Le gusta esta etiqueta?—¿Sabe? No me desagrada. Si definimos el wéstern como un mundo hostil y duro, pero a la vez investido de belleza y dignidad, ‘La forastera’ encaja a la perfección. Además, en ella tienen un peso específico algunos temas clave del género, como la venganza, el peso del propio destino, la huida como horizonte eterno… Y tanto el Winchester español (la Sarasqueta), como el paisaje desempeñan un papel importante.–Cenizas rojas, Espuelas de papel, Perros que ladran en el sótano y ahora La forastera. Sus personajes no van unidos precisamente al éxito. ¿Es totalmente premeditado este perfil o le salen así?—Me sale de natural arrimarme a los más débiles, a los perdedores.—¿Cuál de sus trabajos diría que es más Olga Merino? Para quien quiera estrenarse con usted, ¿cuál me recomendaría?—Creo que ‘La forastera’ es una buena opción, porque es una novela con diferentes niveles de lectura, que puede gustar a un público muy amplio. También le tengo un cariño especial a mi segunda novela ‘Espuelas de papel’ (Alfaguara, 2004), sobre la emigración andaluza a Cataluña.—Comentarios y críticas a sus trabajos coinciden en que el desarraigo es una temática constante en sus letras. ¿Por algún motivo concreto?—Es una constante en mi obra, sí… Quizá porque yo también siento cierto desarraigo con el mundo. Sólo encuentro mi anclaje en la palabra, en los libros.—Entiendo que sin facturas del pasado, conflictos personales, no hay vidilla...—Absolutamente. Tolstói arrancó ‘Ana Karénina’ con una frase brillante: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». El material narrativo se esconde precisamente en esos «a su manera». Sin conflicto, sin pasiones, no hay novela que valga.—¿Es difícil escribir sobre lo no vivido? ¿Cree necesario que un autor demuestre su capacidad en este sentido?—Juan Marsé dice que un buen escritor da vida a lo que toca, sea lo que sea. Por eso es tan difícil escribir bien, porque el escritor, igual que el actor de teatro, ha de ser capaz de cambiar de piel como un camaleón. Bucear en las propias experiencias para acercarse a las de los personajes. El proceso puede resultar a veces agotador. –¿Qué busca para sus personajes? ¿Son resilientes? ¿Desea que representen cierta esperanza aunque la vida no les vaya muy bien? ¿O depende de la novela?—Depende. Pero la protagonista de ‘La forastera’, Ángela o Angie, es una mujer con una fortaleza increíble y su lección de resiliencia, sin haberlo planeado, claro, resulta muy acorde con los tiempos pandémicos que nos ha tocado vivir. Ángela tiene más de 50 años y, después de una vida de excesos, se atrinchera en una aldea recóndita del sur, en la casa familiar. Entonces, cuando cree que va a llevar una existencia plácida, comienza el acoso. Pero no saben con quién se la juegan. Resiste como una jabata.–¿Cómo vive el proceso de documentación? ¿Alguna vez le ha complicado el trabajo? Porque en ocasiones revela caminos imprevistos que trastocan el guion inicial.—Suelo documentarme exhaustivamente. Y ésta, mi más reciente novela, surge de una obsesión que albergué durante mucho tiempo al conocer que un amigo mío aguardó a cumplir la edad exacta en que su padre se suicidó para quitarse él también la vida. Me estremeció. Investigué muchísimo sobre el suicidio pero la novela no cuajaba. No fue hasta que encontré el paisaje —las serranías andaluzas, con sus colinas sinuosas cubiertas de olivos— cuando surgió el chispazo.–No obstante, no sé si es escritora de mapas, de las que no abandonan el esquema o se adapta a cierta improvisación.—Con mi primera novela, ‘Cenizas rojas’ (Ediciones B, 1999), comencé a caminar con un mapa a escala detalladísima, sabiendo qué iba a suceder en cada capítulo y por qué. A medida que he ido ganando oficio, me atrevo más a adentrarme en el bosque solo con brújula y machete. En realidad, el sistema creativo perfecto sería la suma de los dos, la brújula y el mapa.–¿La afición por las letras tiene sus raíces en la infancia? ¿Cómo surge esa pasión? ¿Más por leerlas que escribirlas?—En la infancia, por supuesto. Recuerdo a la perfección el día en que aprendí a distinguir las tres últimas sílabas que me faltaban. Pasión lectora que desemboca en la escritura. Son dos procesos que se retroalimentan.–En su caso qué relación tiene la literatura con el periodismo? ¿Habría acabado escribiendo y publicando historias de no ejercer esa profesión?—En mi caso le diría que fue al revés. Soy víctima de una vocación literaria precoz y tenaz como una termita. Me hice periodista porque es el oficio que se acerca más a la magia de contar historias.–¿Qué y cuánto le aportan ambos caminos? ¿Se entrecruzan, complementan o es capaz de separarlos? ¿Podría prescindir de una de esas dos facetas?—Me formula esta pregunta y me siento repentinamente vieja. El periodismo de ahora no es el que yo mamé de la excelente generación de periodistas y reporteros que me precedió: Rosa Maria Calaf, Manu Leguineche… Ahora es otra cosa.–¿Qué lee normalmente Olga Merino? ¿Y en este instante? ¿Han cambiado sus lecturas con el tiempo?—Sobre todo novela, ensayo y diarios de escritores. Ahora estoy con los del poeta polaco Adam Zagajewski, ‘Una leve exageración’ (Acantilado, 2019). Aunque pasen los años, sigo manteniendo una fidelidad medievalizante con la novela. No puedo seguir el ritmo de las novedades, eso no.–Sé que le gustan rusos y anglosajones. Y como autores españoles, ¿a quién nos recomienda?—Ignacio Martínez de Pisón, Marta Sanz, Luis Landero, Cristina Fernández Cubas, Alicia Giménez Bartlett y Mercedes Abad.–Vivió y trabajó en Londres y Moscú. ¿Qué le han aportado a nivel personal y profesional?—Forman parte indisociable de mi vida, como lapas pegadas a la roca. ¡Imagínese! En Londres me tocó vivir la caída de Margaret Thatcher; en Moscú, el desplome de la URSS. Un regalo de experiencias.–«El cuento es muy señorito», dijo en una entrevista. Me encanta esta frase. ¿Nos podría explicar qué significa?—En la novela puedes ganar por puntos a base de cavar y cavar y cavar en el pozo hasta alcanzar la veta de agua cristalina. El cuento, en cambio, exige ganar por K.O., como decía Cortázar. El cuento es un golpe de genialidad, un soplo, un chispazo, un eureka. O se da o no se da. –Ganó el premio “Mario Vargas Llosa” de relatos Hoteles NH con Las normas son las normas. ¿Es un formato habitual o fue una experiencia puntual?—Sí lo cultivo. Me gustaría terminar de compilar una colección.Puedes leer la reseña a la novela "La forastera" pinchando en este enlace.