Mi
hija se llama Fátima. Nació el 13 de mayo, por eso la bauticé con ese nombre. Por
eso, y porque me encomendé a la Virgen de Fátima cuando m’ija estaba por
nacer. Los dolores del parto empezaron durante la noche del 12, y no había
carro que me llevara al hospital. Le llamé a mi suegra, ella había sido partera
en su tierra, y se apareció en la casa acompañada de dos vecinas. Ella dice que
en la madrugada creyó que me iba a morir, tenía la temperatura muy alta. Cuando
llegó mi marido, que en paz descanse, yo ya no reconocía a la gente. Entonces,
agarró una imagen de la Virgen de Fátima, la puso al lado de la cabecera,
prendió una veladora y se salió. Allá afuera, me contaba después, se puso a
llorar. Yo un año antes ya había perdido un bebé…
Cuando
por fin nació Fátima se escuchó un grito fuerte, como diciendo: “¡Aquí estoy!“
Traía el cordón umbilical enredado en el cuello, y dicen que poco faltó para
que nos muriéramos juntas. Yo no lo vi, pero mi suegra me dijo que cuando
Fátima por fin asomó la cabeza, la llama de la veladora se apagó.
Cuando
el doctor revisó a Fátima, lo primero que me dijo que era un milagro que las
dos estuviéramos bien, que mi hija tenía muchas ganas de vivir… Y yo creo que
tenía razón. Fátima habla, camina, ríe y hasta come con muchas ganas, con mucha
fuerza. Cuando nos avisaron que mi marido había muerto por una bala perdida
Fátima también lloró con mucha fuerza, pero con la misma fuerza me abrazó y me
dijo “no estamos solas mamá, nos tenemos usted y yo“. Eso fue hace dos años, cuando
ella apenas había cumplido los trece. Ya entonces las cosas andaban mal aquí,
pero nunca pensé que se fueran a poner peor.
Yo
salía todos los días a trabajar muy temprano, y regresaba a media tarde. Cuando
era quincena salíamos juntas al centro, ahí por donde se pone el mercado de los
viernes, para comprar las cosas de la casa. Pero dejamos de hacerlo cuando
empezaron los ‘levantones’: yo no quería que Fátima viera nada, y mucho menos
que la vieran; corría el rumor de que las camionetas daban vueltas buscando
muchachas para después llevárselas. Así que Fátima nomás salía para ir a la
escuela, yo pasaba por ella, la traía de vuelta a la casa y me regresaba al
trabajo.
Aquel
día, cuando me despedí de ella afuera de la casa, me pidió permiso para ir al
cine con Julia, la vecina: ese día cumplía los catorce años. Le dije que sí,
pero que yo pasaba por ellas para llevarlas. Me hizo gestos, con fuerza, como
de costumbre, pero accedió. Me dio mi beso y mi abrazo, y se alejó rumbo a la
parada del camión, saludando a sus amigas. Fue la última vez que la vi.
Cuando
me fueron a buscar a la casa donde trabajaba, la vida se me escapó en un
santiamén; no sé cuánto tiempo me tardé en entender lo que me decía doña Lucha,
la que vende tortas en la esquina de la escuela de m’ija: “se llevaron a
Fátima… estaba platicando con sus amigas, llegó una camioneta… se la llevaron…
¿me está escuchando Lolita? ¡Se llevaron a su hija!“.
Silencio.
Después de eso sólo escuché silencio. Y sigo escuchando silencio, un año
después. Recuerdo que salí corriendo, pero no sabía para dónde iba. Me detuve
en la esquina… me detuvo doña Lucha, antes de que pasara un camión a medio
metro de donde estaba. Y fue cuando empecé a llorar. Con todo y delantal puesto
me fui a la escuela, el director me dijo que me estaba esperando para ir a
presentar la denuncia.
Después
de decirle al ministerio público lo que había pasado, lo primero que me
preguntó fue que si mi hija tenía novio. Yo no entendía qué tenía qué ver con
eso, ¡se habían llevado a mi hija! Y después me dijo, con mucha calma, que me
fuera a mi casa, que seguro la muchacha regresaría, que era cosa de jóvenes,
que eso pasaba con frecuencia… Y no me dio ningún papel, no quiso escribir nada
en su aparato ése. Me dijo que después de 72 horas regresara.
Camino
a la casa, el director me dijo que regresaría temprano a la mañana siguiente, pero
que no me preocupara, que tuviera fe en que Fátima regresaría.
En
la noche, muy tarde, llamaron a la puerta. Yo estaba rezando, frente a la
imagen de la Virgen de Fátima que mi marido, en paz descanse, puso en mi
cabecera cuando Fátima estaba por nacer. El corazón me dio un vuelco, pensé que
Dios había escuchado mis rezos, que la Virgen me la había traído de regreso… Lo
que encontré en la puerta fue un señor, mal encarado y armado, que a empujones
me metió, y después de una buena tunda de golpes, entre groserías, me dijo que
no hiciera nada, que si regresaba con el ministerio público me matarían a mí… y
a Fátima.
Cuando
desperté me dolía todo el cuerpo, y apenas pude levantarme. No sabía qué hacer,
me daba miedo ir con la vecina o con cualquier persona, no quería ni asomarme a
la ventana. No sabía qué hacer, así que esperé al director hasta mediodía… Como
no llegaba, fui a la escuela, y ahí me enteré que a él también lo habían
‘levantado’ la tarde anterior, antes de llegar a su casa. No necesité que me dijeran que lo que le había
sucedido fue porque él quiso ayudarme, y entonces supe que si yo no buscaba a
m’ija nadie más lo haría por mí.
Al
principio nadie me quería decir nada, iba por la calle, con una foto que le
había tomado a Fátima para la credencial de la escuela, preguntando por ella…
me volteaban la cara, ni siquiera me escuchaban.
Pero
un día, alguien me escuchó. Acababa de mostrarle a un señor la foto de Fátima, sin
que él la viera; entonces se acercó una señora, y muy amable preguntó qué me
ocurría. Hacía días que nadie me dirigía la palabra, y en lugar de decirle que
había perdido a mi hija, me puse a llorar. La señora se quedó callada un rato,
y luego me invitó un café. Ahí sentadas las dos, le expliqué todo, menos lo del
señor que llegó armado a mitad de la noche… Pero no hubo necesidad, ella fue la
que me dijo que seguramente había recibido una visita amenazándome con matar a
mi hija si la buscaba. Entonces me explicó que pertenecía a una organización
que se dedicaba a buscar a muchachas que, como Fátima, eran levantadas por
grupos criminales, y se ofreció a ayudarme. Le dije que no tenía dinero, en la
casa donde trabajaba ya no me quisieron recibir, no me dijeron por qué, pero
supongo que también tenían miedo. Casi ni le creí cuando me dijo que no tenía
qué pagarle nada.
Desde
ese aquél día la gente que trabaja en esa organización me ha estado ayudando a
buscar a Fátima. Veo fotos de ella, en grande y a color, en muchas marchas y
reuniones con gente del gobierno, algo de seguridad.
También
me ayudaron a conseguir trabajo. Tengo tanto qué agradecerles… pero lo que más
les agradezco, es la esperanza de que algún día podremos encontrar a Fátima. Me
he enterado que a muchas de las jovencitas que ‘levantan’ se las llevan para
prostituirlas, y la sola idea de que alguien haya maltratado a m’ija me parte
el corazón… Pero entonces me acuerdo de lo que dijo aquel doctor: Fátima tiene
muchas ganas de vivir.
No
sé si esté viva o muerta, no sé dónde está… no sé si come, si duerme bien, si
está completa… No sé si tiene frío o pasa hambre… Hay días en que quisiera
morirme, para entonces ver cómo está… Pero si me muero, entonces, ¿quién la va
a ayudar? ¿quién la va a buscar? Y todos los días le pido a la Virgen que le
dio el nombre que, así como la ayudó a nacer, que la ayude a vivir… o a morir
bien, si ésa es la voluntad de Dios.
¿Dónde
está mi hija? ¿Por qué se la llevaron? ¿Qué no saben que me quitaron la vida,
que cada día me vuelven a quitar la vida cuando veo su cama vacía, vacío el
espacio que ella debería ocupar con su fuerza y sus sonrisas? ¿Las hijas de
cuántas personas más están sin estar, viven sin vivir? ¿Cuántas lágrimas más
debemos derramar para que nos ayuden a encontrarlas? ¿Cuántas muchachas más
deben desaparecer de nuestros brazos? ¿Cuántas hijas están perdidas, muertas o
abandonadas sin que lo sepamos? Sólo quiero saber cómo está mi hija… yo soy su
madre, yo estoy en este mundo para cuidarla… es tan sólo una niña…
Hoy
es el cumpleaños de Fátima: hoy cumple quince años. Y desde aquí, desde esta
soledad inmensa le quiero decir que la quiero, que siempre la estaré esperando…
que siempre, no importa cuánto tiempo
pase, la seguiré buscando…
*Texto
inspirado en el artículo ‘Desaparecidas “para trata“ 550 mujeres en 5 años’
(Emilio Fernández Román), del diario ‘El Universal’ . 23 de septiembre 2011.
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Amor, no quiero decirte que me puedo identificar con tu dolor, porque no nadie pueda sentir lo que tu u otras personas sienten cuando estan en situaiones parecidas, pero si te quiero decir que yo te tendre en mis oraciones. Sugerencia, trata de poner una foto de Fatima, tal vez alguien la vea y pueda abrirte el camino para que la encuentres. Que Dios las bendiga, ten fe en el y en la Virgencita de Fatima. Saludos