Si
algo tenemos que agradecer al Covid-19, es que nos ha encargo a todos, asumir
nuestra misión educadora. Algo que nos hubiera tomado décadas hacerlo. Un
enorme desafío en épocas insólitas, donde nuestra sapiencia de poco sirvió para
afrontar esta crisis mundial. Por lo que urgimos aprender, ignoradas maneras de
sobrevivencia, acudiendo a nuestro estupendo patrimonio, la educación.
Los
gobiernos, se encuentran ante dilemas de tomar decisiones para transformar la
educación en favor del desarrollo sostenido, acortar la brecha digital y
económica. Replanteando planes curriculares, con pocos contenidos funcionales en
todos los niveles educativos, para afrontar futuras pandemias y desarrollar conceptos
transversales como: solidaridad, resiliencia, y empoderar la competencia de
aprender novedades rápidamente, según Peter Senge.
Los
estados, se ven forzados a acortar la brecha de inequidad, asignando el 15% del
PBI al sector educación, para incluir a todos en el proceso educativo y dotar
de libre acceso a internet de banda ancha, con robustos aparatos digitales para
las clases, con énfasis en las zonas rurales y sociedades vulnerables, garantizando
el derecho a una educación de calidad, reclamada por Julián de Zubiría.
Obsesionados
a desarrollar el capital humano, los docentes no entrenados en el manejo de
tecnologías digitales, bruscamente fuimos arrojados del espacio presencial de
la esfera virtual. Ahora, forzados a aprender disruptivamente, realizamos videoconferencias,
curioseamos diferentes plataformas, acudiendo a nuestra creatividad y
resiliencia pedagógica. Pero, ¿Acaso todos poseemos pertrechos digitales y
ambientes educativos?
Además
de verse limitado nuestra didáctica presencial, como actores centrales del
aprendizaje, gestionamos las emociones de los estudiantes ante la pérdida de un
familiar, creando sociedades de aprendizaje como nos sugiere la Unesco. Asimismo,
lidiamos ante los embates de los directivos que aún, solicitan evidencias,
distrayendo nuestra misión, la de conocer y transitar cómodos, los archipiélagos
virtuales para generar aprendizaje disruptivo y solidario.
Millones
de estudiantes ante una fría computadora, se ven obligados a aprender de manera
autónoma y como era de esperar, fortalecen sus capacidades colaborativas con
sus demás compañeros. Sin embargo, ¿Qué de aquellos que no poseen las
herramientas digitales? Así como tampoco cuentan con una sala de estudios,
millones de niños de las zonas rurales, no acceden a internet, limitándose a la
televisión y la radio.
Otro
bolsón de estudiantes con limitaciones físicas se ven afectados, pues aún no
hay herramientas digitales que socorra su aprendizaje, llevándose la peor parte
en este cosmos líquido planteado por Zygmunt Bauman.
Los estudiantes de la media básica y el nivel superior, autorregulan,
controlando sus pensamientos y sus motivaciones, para lograr aprender. Pero, la
clave de la formación personal, los dicentes del nivel inicial y primario, aún
no operan eficazmente la tecnología digital pedagógica, abriendo otro desafío
mundial.
Los
padres de familia, quienes enconadamente criticaban nuestra labor pedagógica,
ignorando que seguimos las pautas del sistema ya diseñados por un estado
abocado a evaluar documentos. Esos mismos padres, hoy están asumiendo su
verdadero rol educador e irremediablemente se ven obligados, hacer de sus
hogares un lugar más agradable, no solo para la convivencia, sino para apoyar
el aprendizaje de sus hijos.
En
este tiempo hondamente sensible, están volcados a ejercer la tolerancia filial y
realizar el esfuerzo de acompañarlos en la aventura del aprendizaje autónomo y crítico.
Ahora, ¿Qué concepto tendrán los padres de familia acerca de nuestra actividad
académica?
Ante
el drama que vivimos, la responsabilidad ética del empresariado, ponen a prueba
su cultura pedagógica y posiblemente aprovechen esta oportunidad para congratularse
con la colectividad, invirtiendo en internet de acceso libre para anclar el
aprendizaje, así como financiar programas educativos y culturales en los medios
de comunicación de señal abierta, que aún trasmiten bodrios programas.
Ante
esta prueba de la vida, las universidades y los institutos de los países en
vías de desarrollo, están obligados asumir su función pedagógica y liderar la
batalla científica contra el Covid-19. Apostando a la trasferencia tecnológica en
la búsqueda de la vacuna y la prescripción médica para el cuidado de la
sociedad.
Finalmente,
el formidable desafío educativo ante la pandemia mundial es que no sucumban los
más débiles. Retando a la torpe burocracia, los educadores como líderes
pedagógicos, estamos comprometidos a capitalizar esta crisis y crear
comunidades de aprendizaje para el desarrollo sostenido. Así como la sociedad, ineludiblemente
asume su función educadora, erigiendo barricadas de aprendizaje emocional y cognitivo
contra la pandemia, y ¿Cuál es tu rol pedagógico en esta histórica cruzada por
la vida?