"Entrevista" a Javier Peña

Javier Peña, A Coruña, 1979. Licenciado en Ciencias de la Información por la universidad de Santiago de Compostela.

 

. Licenciado en Ciencias de la Información por la universidad de Santiago de Compostela.
Trabajó como redactor deportivo y para el gabinete de prensa de la Xunta de Galicia.

Infelices es su primera novela. La publicación abre su nuevo camino como escritor tras una frustrante etapa laboral que reconoce abiertamente.

 Entrevista realizada por Begoña Curiel para ELD.

–Leo y escucho entrevistas suyas después de hacer la reseña de Infelices y me arrepiento de no haberlo hecho al revés. Me habría ayudado a saber cuánto de usted hay en la novela. ¿Se ha liberado con esta escritura? ¿O tiene más de masoquismo?

-Hay muchísimo de mí en la novela, diría incluso que la novela soy yo. A veces la gente tiende a confundirme con uno u otro personaje, pero no creo que ese sea el caso, es más bien el conjunto de mis obsesiones y mis defectos, pero también de mi humor y mis pasiones. Sacar adelante un proyecto así supone una liberación, casi un ejercicio de psicoanálisis. Escribir no es masoquista para mí. El problema del masoquismo lo acarreo cuando no escribo. Soy el mayor torturador de Javier Peña a tiempo completo.

–Seguro que Paula, la persona a la que va dedicada la novela, estará aplaudiéndole. Ella, que falleció, representa de alguna forma a Marga, la chica del cáncer de Infelices. Un personaje de una fuerza brutal; al lado de sus otros personajes es quien merece el aplauso. Lo entendí todo mejor tras escuchar su entrevista en Onda Cero con Susana Pedreira. Siendo una circunstancia triste la de su ausencia, supongo que si no feliz, se sentirá satisfecho de lo que ha llegado tras la publicación. 

-Lo que más he echado de menos en estos nueve meses desde que se publicó Infelices es poder compartir la experiencia con Paula. Ella vivió el nacimiento de la novela y el momento en que la compró Blackie (nunca olvidaré sus gritos de alegría cuando se lo conté por teléfono), pero, por desgracia, se perdió la parte más bonita. Marga es el personaje al que quieren todos los lectores y, aunque es un personaje, es ficción, no puedo ocultar que en parte está basada en Paula. De alguna forma siento que los lectores, al enamorarse de Marga, se están enamorando de la esencia de Paula. Al mismo tiempo es una situación que me produce mucho pudor por su familia y porque ella era muy discreta.

–Que el concepto de felicidad no es único está claro. ¿Hay “miles de felicidades” según qué persona?

-Este tipo de conceptos psicológicos y filosóficos se me escapan. Soy la persona menos adecuada para hablarle de felicidad a nadie porque no la he experimentado demasiado. Tengo varias teorías: la primera es que en realidad eso que llaman felicidad no existe. La segunda es que, efectivamente, la felicidad es una construcción personal y la tortura viene porque medios y redes nos transmiten una idea universal de felicidad que no se parece a la nuestra. La tercera es que la felicidad es lo que vivo yo a diario, pero no me doy cuenta. Y esta última me parece la más terrible de todas. ¿De qué me sirve ser feliz si no sé que lo soy?

–Dejó atrás años de escritura de discursos políticos y se puso a lo que le gusta. Escribir lo que quiere. Mi felicitación más rotunda, lo primero. Lo segundo: ¿está satisfecho del resultado?

-Sí, estoy plenamente satisfecho, he cumplido un sueño tal y como lo había soñado. Y, a la vez, me siento insatisfecho porque soy un perfeccionista obsesivo y siempre pienso que lo que hago es insuficiente. Es mi primera novela y no paro de repetirme que este no es el final del camino, sino el principio. Pero la publicación de Infelices siempre será uno de los momentos más especiales de mi vida. El 17 de octubre de 2018 falleció Paula. El 9 de octubre de 2019 presenté Infelices en Santiago. Me pregunto cómo en menos de 365 días puede caber tanto dolor y tanta ilusión. Supongo que eso es la vida.

–Pero antes de dejarlo todo para escribir lo que desea, ¿no se había puesto en serio a la faena? ¿Es de los que acumula borradores inacabados o no lo había intentado?

-Lo había intentado muy poco. Escribí mucho en los primeros años de la veintena, sobre todo relatos, y luego a los treinta escribí una novela horrible. Era malísima pero me sirvió de mucho. Aprendí de los errores y me demostré que podía escribir una novela larga (esta tenía casi 500 páginas). Lo siguiente ya fue Infelices. Aún guardo una copia de la novela horrible y tengo que acordarme de quemarla, ¡no vaya a ser que algún día a alguien se le ocurra publicarla! (Risas).

–Lo comentaba en la reseña publicada en El libro Durmiente. Se le da maravillosamente bien el manejo del humor ácido. ¿Lo necesitaba como recurso para contrarrestar la miseria de sus personajes o es un método muy estudiado a nivel narrativo?

-Lo necesitaba para que la novela no fuese un dramón. Cuando pasas un drama por el tamiz de la sátira la historia resulta mucho más digerible. Pienso en algunas comedias clásicas de Hollywood, como El apartamento, y creo que en el fondo son más duras que muchos dramas lacrimógenos. El humor ácido es, simplemente, la única vía con la que un pesimista convencido como yo puede disfrutar de la vida

–Es su primera novela. ¿Infelices es lo que quería hacer en este momento? ¿Continuará en esta línea? ¿Qué planes tiene?

-Infelices tardó un poquito en publicarse, la escribí cuando tenía 36-37 años y ahora tengo 41. Era exactamente lo que quería escribir en ese momento: el resultado es punto por punto la novela que había imaginado. Ahora la escribiría de otra forma, seguro, pero a los 36 años necesitaba que fuera así. Y esa es la línea que voy a seguir: escribir las novelas que llevo dentro. Como he empezado tarde, creo que no seré un autor prolífico, pero quiero que cada novela que saque sea personal, original e importante para mí. No quiero repetirme, ni publicar por publicar, ni llenar las librerías con libros en los que no crea.

–Ha dicho en entrevistas que es un escritor más de intuición y su primera novela funciona. ¿Se seguirá dejando llevar?

-Más que de intuición, diría que soy autodidacta, que lo que me empuja son sobre todo mis lecturas y mis ganas de experimentar. Y claro que sí, siempre me dejaré llevar y siempre trataré de jugar con las estructuras, las voces y los puntos de vista. Eso me apasiona de la literatura. El día que deje de divertirme escribiendo y creando historias me dedicaré a otra cosa.

–No hay entrevista en la que no preguntemos a un escritor qué le gusta leer. Cuéntenos, cómo es el Javier Peña lector. Y que está leyendo ahora mismo.

-Siempre digo que soy un lector lento y analítico. No suelo leer más de un libro a la semana y eso me obliga a seleccionar mucho mis lecturas. Cuando me obsesiono con un escritor, leo todo de él. En general me gusta muchísimo la novela anglosajona de las últimas décadas, y leo y releo mucho a Auster, McEwan, Atwood, Foster Wallace, DeLillo, Franzen, Hornby. También me gustan mucho Graham Greene, Kundera, Chirbes… Ahora mismo estoy releyendo un ensayo sobre Sylvia Plath y Ted Hughes que se titula La mujer en silencio, y que escribió Janet Malcolm. Debe ser que me hago mayor, que estoy practicando mucho la relectura.

–Para sus lecturas, ¿le gustan también los personajes que sufren con sus conflictos interiores?

-Sí, mucho. No se trata de sadismo, lo que sucede es que a veces en el sufrimiento de los personajes veo reflejado el mío propio y a menudo ese análisis me reconforta y encuentro caminos para ser más feliz. La literatura debe seguir a la vida, y la vida está llena de conflictos, simplemente hay que saber cómo superarlos y tener las agallas para hacerlo. Los grandes escritores me ayudan en ese camino.

–¿Qué está observando en la respuesta de los lectores? ¿Le ha sorprendido o disgustado algún comentario?

-Me ha sorprendido muy gratamente. La impresión es que los lectores que entran en el universo de Infelices disfrutan mucho de la novela; también los hay que no aceptan el juego que les propongo. Pero veo que a quien le gusta la novela le gusta mucho y que pocos quedan indiferentes. Y creo que eso es un éxito, no hay nada peor para una creación cultural que la indiferencia. ¿Disgustarme? Soy muy afortunado, en nueve meses solo me han llegado tres o cuatro comentarios negativos. Tengo que aprender a convivir con ellos. Una novela que nadie critique me parece sospechosa, será que el autor no arriesgó demasiado.

–Su novela salió a la luz antes del confinamiento pero, ¿cómo ha llevado su promoción durante este aislamiento? Si la situación mejora como parece –ya veremos– ¿qué planes tiene para seguir la ruta con Infelices?

-Una parte de la promoción ya estaba completada cuando llegó la pandemia. Me he quedado, al menos de momento, sin la temporada de ferias y la gira nacional (solo hice Galicia, Madrid y Barcelona). Sant Jordi era probablemente el día que más ilusión me hacía de todo 2020, pero no me quejo, tal como ha sido esta crisis sanitaria estoy para quejarme por no poder firmar en Sant Jordi… Ahora, si todo camina con normalidad, me gustaría recuperar algunas de esas presentaciones por España que se quedaron por el camino, pero vivimos unas semanas de incertidumbre.

–¿Cuándo cree que un escritor debe sentirse o autodenominarse escritor? ¿Tras publicar, sin publicar, después de muchas publicaciones?

-Es curiosa esa pregunta porque me la he hecho muchas veces. Escritor me parece una palabra muy grande y todavía me cuesta llamármelo a mí mismo. Una de las razones que me empujaron a probar en la novela es que en la Xunta alguien me apodó el escritor que no escribe, después de leer mis discursos. Tal vez ya era escritor entonces, tal vez aún no merezca ese nombre ahora. Quién sabe. La definición que corre desde hace años por mi cabeza es esta: eres escritor cuando publicas una novela y alguien que no te conoce de nada, la compra y la lee.

–¿Es de los maniáticos en la revisión y corrección? Ha dicho que dedicó tres años a ello con Infelices. Hay autores que comentan que llega un momento en el que se ordenan parar, porque si no, no darían nunca por cerrado el manuscrito.

-Sí, lo soy. De hecho ahora procuro no abrir demasiado Infelices porque cuando lo leo quiero cambiar cosas y, obviamente, ya no puedo. En mi caso, cuando mi editora en Blackie me dijo: “se acabó, vamos a imprenta”, fue cuando me resigné a dejar de hacer correcciones. Hasta ese último día estuve haciendo cambios.

–Me he topado con muchas obras que dejaban mucho que desear en este aspecto. Sin cuidar el resultado final. También de escritores de caché más que confirmado respaldados por editoriales de renombre. Si le ha ocurrido como lector, ahora como escritor, ¿aún le molesta más?

-Creo que no se le da el mérito que tiene al proceso de edición; pensamos en las editoriales como unas meras seleccionadoras y distribuidoras de libros, pero las buenas, las que merecen la pena, son mucho más que eso. Me cuesta acercarme a libros que no publican mis editoriales de confianza (no hace falta decir nombres, creo que todos pensamos más o menos en las mismas) y, por eso, no suelo toparme con libros que estén poco cuidados.

–No sé cómo ha sido su experiencia con su editorial. Son muchos los que describen el camino hasta la publicación como un auténtico quinario. Más, quienes se estrenan.

-He tenido mucha suerte al cruzarme con una editorial tan maravillosa como Blackie. Ellos, como yo, creen en los libros como objetos maravillosos y no como fast food, creen en los libros que conforman un catálogo de una editorial y no en los que se destruyen a los pocos meses para dejar sitio a otros… Caí en una editorial buenísima con mi ópera prima. ¿Qué más puedo pedir? Quizás se prolongó demasiado el plazo de publicación, pero fue solo porque estaban buscando el mejor momento para mi novela. He aprendido que en este mundo la paciencia vale oro (y yo tenía muy poca).

–¿Descartaba la autopublicación?

-Sí, rotundamente. Respeto mucho a quien se decide por esa opción, pero no era para mí. Necesitaba que un equipo profesional a quien yo respetase me dijera que mi novela merecía la pena. Si no era lo suficientemente buena, prefería que se quedase en el cajón con el horror que escribí a los 30. El cajón de los horrores (risas).

–¿Cómo es su día a día en el oficio? ¿De los disciplinados con horario esté o no presente la inspiración?

-Yo no escribo ficción a diario. Tengo muchas otras tareas que me roban buena parte de mi tiempo. Ahora, por ejemplo, estoy impartiendo talleres literarios y ese trabajo es hermosamente agotador. Para escribir el borrador de una novela necesito, como mínimo, apartar 3 o 4 meses para mí solo. Cuando hago eso sí escribo todos los días, aunque no siempre a la misma hora. Suelo funcionar mejor de noche. Luego durante la corrección ya no necesito esa exclusividad. Pero ahora mismo no soy capaz de simultanear la escritura de un borrador con otras actividades.

–¿Alguna manía a la hora de escribir que nos pueda confesar?

-Ninguna en especial, solo que estoy tan abstraído que mi mujer y mis amigos ya saben que aunque me hablen es probable que en esos meses no les haga ningún caso. Miraré para ellos y asentiré, pero como uno de estos perros que mueven la cabeza en los coches. Y si les hago caso es peor, porque probablemente meteré algo de lo que me cuenten en la novela (risas).

–¿Cuánto ayudan las redes sociales a este oficio? Para quien las utiliza, claro.

-Siempre suman en la promoción, hacen que el libro sea más visible, que le suene a la gente, pero creo que a veces, yo el primero, las sobredimensionamos. Creo que para una novela es más importante lo que te comente un amigo tomando una caña que lo que veas en las redes. El otro día un librero me decía: hay libros que no paro de ver en Instagram y luego aquí en la librería no venden un ejemplar. Son un buen altavoz, pero no definitivo, sin duda.

–Las redes sociales me han servido para conocer a muchos autores –como es su caso– y también a otros locos por los libros. A veces da la impresión de que somos muchos pero las cifras en este país lo desmienten. ¿Cómo lo ve usted?

-En cantidad es obvio que estamos muy por detrás de países como Francia o Alemania, pero creo que a veces nos obsesionamos con los números y olvidamos la parte cualitativa. Prefiero menos lectores que disfruten de mi novela que una legión de ellos que la utilicen para calzar un sofá. En ese sentido, más allá de las ventas de Infelices, lo que más me llena son los análisis maravillosos que muchos lectores han hecho de mi novela. Estoy convencido de que la han mejorado con su lectura. ¿Y qué puedo hacer yo? Solo darles las gracias.

–Una curiosidad. He leído que jugó usted de niño con Kasparov. Podría ser un buen material, ¿no?...

-Jugué con él unas simultáneas en Vigo en 1991, yo tenía 12 años y era solo uno de los cuarenta rivales que tenía Kasparov al mismo tiempo. Fue una de las grandes experiencias de mi vida, solo que, como creo que me sucede con la felicidad, entonces aún no sabía que lo era. Siempre he querido escribir un libro que tenga el ajedrez como parte central. Me parece un universo maravilloso. Ojalá algún día recordemos esta entrevista porque lo he conseguido (¡solo si el libro merece la pena, claro!).

  Puedes leer la reseña a la novela "Infelices" pinchando en este enlace.

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