El
problema de fondo en cuanto a la nefasta “ideología de género” es que intentan
socavar a la familia y especialmente desconocer la concepción natural del
hombre y la mujer como base del matrimonio y de la sociedad.
Camuflados
bajo un supuesto enfoque cultural, sus militantes diariamente están realizando
una ofensiva, donde en medio de falacias y medias verdades, quieren imponer
incluso en la enseñanza de la educación pública sus ideas equivocadas, respecto
a que las personas pueden “elegir” el género sexual.
Estamos
a favor de la igualdad de las personas, de su dignidad humana y de sus derechos
reconocidos en todo el mundo. En nuestro país, la Constitución Política del
Perú consagra los derechos de la persona y en el Título I “De la persona y de
la sociedad”, el Capítulo I se refiere a los “Derechos fundamentales de la
persona”.
Nuestra
Carta Magna es muy clara al respecto en su artículo 1º: “La defensa de la
persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y
del Estado”; y en el artículo 2º señala que toda persona tiene derecho: 1. “A
la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre
desarrollo y bienestar. El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le
favorece”. Y en el inciso 2 dice que todos tenemos derecho: “A la igualdad ante
la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma,
religión, opinión, condición económica o de cualquiera otra índole”.
Sin
embargo, los militantes de la ideología de género, incluyendo los adeptos al
movimiento homosexual y transexual, mienten a la sociedad al afirmar que el
sexo de una persona no sería determinado por su componente biológico y
genérico, sino por la forma como ella se considera a sí misma. Nosotros no
naceríamos con una sexualidad psicológica definida. La diferenciación sexual
del cuerpo sería apenas un accidente anatómico que “convencionalmente” se tiene
por masculino o femenino. Es decir, nuestra “supuesta” identidad sexual es,
para tal teoría una mera imposición del ambiente en que fuimos educados, de
acuerdo a un análisis publicado por Tradición y acción (https://tinyurl.com/r6a3njm).
Allí
se explica que el origen de estas ideas equivocadas es el concepto de “rol
sexual”, el cual fue introducido por el psiquiatra americano, John Money, en
1955, para distinguir la identidad sexual biológica del papel social que el
individuo “escogió” representar. “Dos corrientes desenvolvieron esa
terminología: la feminista y la homosexual. A través de esta teoría se pretende
desconstruir la identidad masculina y femenina”.
Y
agrega: “La feminista Simone Beauvoir afirmaba que nadie nace mujer, sino que
se vuelve mujer; y que el objetivo final del movimiento feminista no consiste
en la eliminación de los privilegios de la ‘clase’ opresora –la ‘clase’
masculina–, sino de la propia diferenciación entre los sexos”. Tal ideología
ayudó enormemente al progreso del movimiento homosexual, que tiende a “normalizar”
el llamado cambio de sexo. Pues, si el “género sexual” es fruto de una “elección”,
de una “orientación” asumida por una persona, entonces, ¿por qué no adaptar el
propio cuerpo para asemejarlo al sexo escogido?
Un
argumento contundente contra las mentiras (o medias verdades) de la ideología
de género, también lo plasma Tradición y Acción: “Es fisiológicamente imposible
cambiar el sexo de una persona, una vez que el sexo de cada uno está codificado
en sus genes –XX para la mujer, XY para el hombre–, explican los científicos
Richard P. Firzgibbons, M.D., Philip M. Sutton, Ph.D., y Dale O’Leary en un
documentado estudio. La cirugía puede apenas crear la apariencia de un otro
sexo, toda vez que la identidad sexual está escrita en cada célula del cuerpo y
puede ser determinada por medio del test del ADN, no pudiendo ser cambiada”. [The Psychopathology of “Sex Reassignment” Surgery
Assessing Its Medical, Psychological, and Ethical Appropriateness, The National
Catholic Bioethics Center].
Del
mismo modo, coincido plenamente en el hecho de que “El intento de cambiar el
sexo con el que se nació no encontraría apenas la realidad biológica; ella va,
sobre todo, contra la voluntad de Dios. Nadie nace hombre o mujer por mera casualidad,
sino en virtud de los inescrutables designios de la Divina Providencia,
conforme lo señala el texto del profeta Jeremías: ´Antes de formarte en el
vientre materno, yo te conocía´ (Jer. 1, 5)”.
De
hecho, las personas afligidas por problemas de confusión en cuanto a su sexo,
la caridad cristiana impone que se las ayude, con respeto y compasión, no para
aumentar la confusión en que se encuentran, o para darles una falsa solución
quirúrgica, sino para ayudarlas a salir de la misma. La caridad “se regocija
con la verdad” dice San Pablo (1Cor 13, 6), por tanto, la misericordia nunca se
puede contraponer a la verdad, pues solo la verdad nos “hará libres” (Jn. 8,
32).
El
problema se agudiza, cuando se pretende inocular la ideología de género e
implantarla en las estructuras del Estado y de las instituciones educativas,
incluso con su prédica malsana contra la Iglesia y todo tipo de institución
religiosa, acusándolas de homofóbicas, tradicionalistas, retrógradas, sin
ningún asidero. “Bajo el pretexto de que vivimos en un Estado laico, la
ideología de género puede convertirse en el peor género de persecución
religiosa ya conocido, pues se trata de una perversión compulsiva de las mentes
desde la más tierna infancia. ¡Y hay de aquel qué se le oponga! Será víctima de
la furia de esta nueva religión, como ya ocurre hoy en día, por ejemplo, en
Alemania, donde padres de familia, ¡son apresados por impedir que sus hijos
asistan a las aulas sobre género!”, según lo expresa el Instituto Plinio Corrêa
de Oliveira (www.ipco.org.br).
De
manera firme, pero también respetuosa de los derechos humanos y dignidad de
todas las personas, la Iglesia Católica se ha pronunciado en contra del
matrimonio homosexual. Según el portal www.catholic.net
hay dos argumentos de fondo: “1) El matrimonio es una institución esencialmente
heterosexual. Una unión formal entre personas del mismo sexo será otra cosa,
pero no un matrimonio. 2) La unión entre personas del mismo sexo no cumple las
mismas funciones sociales por las que el Derecho regula y protege el
matrimonio, por lo que no tiene sentido atribuirle toda la regulación jurídica
del matrimonio”.
De
allí que el intento de “legalizar” el matrimonio homosexual –y la consiguiente
adopción de hijos– es una aberración no solo jurídica sino también ética. Sin
embargo, los colectivos LGTB se sienten marginados, argumentando que “Negar el matrimonio a los homosexuales es
discriminarlos, mantener la marginación social que han sufrido en tantas épocas
de la Historia”...
Esta
idea es fácilmente rebatible, porque según catholic.net “Se comete injusticia
(y discriminación) cuando se trata de forma distinta (y negativa) sin que
exista una razón objetiva, razonable y suficiente para ello; es decir, cuando
se trata desigualmente a personas que, en ese aspecto concreto, son iguales.
Negar a alguien que pueda casarse con otra persona de su propio sexo no es
discriminar. No es discriminar al
homosexual, sino reconocer y defender que el matrimonio es una institución
esencialmente heterosexual”, es decir entre un varón y una mujer.
No
nos dejemos engañar ni manipular. El reconocer que solamente existen el sexo
masculino y femenino no es ofender a nadie. Tal como lo dijo Jesucristo: “La
verdad nos hará libres”.